Es innegable que el trabajo que están haciendo actualmente las editoriales reeditando a autores clásicos en libros de cuidadísima edición que rozan el objeto-joya está en auge. Y es por algo. Todos los lectores, especialmente los que no nos dejamos de resistir al papel, nos enamoramos fácilmente de esas ediciones con cubiertas de ensueño, detalles pictográficos a lo largo del libro y, en algunas ocasiones, ilustraciones fascinantes.
Y no importa si ya hemos leído la obra, porque ante estas ediciones nos autoconvenceremos de que necesitamos volver a tenerla. Es la excusa de nuestro cerebro para dejarse llevar por nuestros instintos, sacar el libro de la estantería y pasar por caja. Pero también hay algo racional en esto porque al final la belleza es un ente inmutable en nuestra sociedad y poder pasar las páginas de un libro que además de un contenido fascinante tenga un continente de ensueño no deja de ser una motivación.
Entre estas colecciones está la de clásicos ilustrados de Alma donde han editado a autores clásicos como H.G Wells, Maurice Leblanc, Stefan Zweig, Emilia Pardo Bazán, Federico Garcçia Lorca o Virginia Woolf (el libro que comentaremos aquí) pero también se han lanzado a publicar libros con selecciones de relatos de lo más variados; desde relatos para los amantes de los libros a relatos clásicos con miradas caninas o felinas.
Entrando de lleno en el libro que nos ocupa ¿Soy una esnob? y otros ensayos de Virginia Woolf, la edición cuenta con variadas ilustraciones que acompañan a cada ensayo creadas por Gala Pont. Además, al comienzo de cada uno de los diez artículos, se incluye información histórica sobre el texto que vamos a leer consiguiendo que nos adentremos más en las circunstancias personales y sociales de la autora en el momento de escribirlo. Estos textos, así como el prólogo y la traducción, corren a cargo de Itziar Hernández Rodilla (reconocida experta en la obra de Woolf de la que ha realizado varias traducciones).
Adentrándonos más en el contenido del libro cabe destacar que esta selección de ensayos permite un gran acercamiento a la Woolf más personal y a sus reflexiones. Ya el primer texto está extraído de un periódico familiar que escribía de pequeña y ya pueden verse en él parte del universo que inundará más adelante sus novelas. A través de los ensayos aquí recogidos navegamos por diferentes ideas de la autora, es muy interesante por ejemplo la visión que mantiene sobre los nuevos libros de entretenimiento que aquel 1916 están llegando a las librerías, y por supuesto destaca el ensayo que da título al libro. En él se define como “una mera escritorzuela” (llevando al lector constantemente a plantearse qué pensaría la autora de conocer su repercusión actual) y además menciona las andanzas de algunos de los aristócratas que compartían con la autora el denominado “Círculo de Bloomsbury” (en el que se incluían personas influyentes de variadas ramas como el economista Keynes).
Nos encontramos por tanto con la realidad de la flor y nata de la época pero también con la realidad de una mujer que, aun siendo estos sus círculos habituales, piensa siempre más allá. Una mujer con las dicotomías propias de cualquier otra; “odio ir mal vestida, pero odio comprar ropa”, comenta. Una mujer que se enfrenta con valentía incluso a las malas críticas de sus novelas, ya que cuenta la conversación que tuvo cara a cara con quien había reseñado negativamente su Orlando.
En general cada ensayo nos acerca a la propia Woolf pero también a su época y a todo lo que, podríamos decir, hay detrás del escenario mientras en este se exhiben sus grandes obras.
Y en ese debate tan actual que enfrenta a la novela contemporánea, con la que las estanterías de novedades de las librerías parecen cambiar cada día, frente a la clásica reconfortan las palabras de la propia Woolf en la que ambas tiene cabida; “cuando tal espíritu de curiosidad se ha apoderado por completo de nosotros, una gruesa capa de polvo no tarda en cubrir a los clásicos a menos que la necesidad nos fuerce a leerlos. Pues las voces vivas son, al fin y al cabo, las que mejor entendemos. Podemos tratarlas como iguales; aciertan nuestras cuitas y, lo que es tal vez más importante, entendemos sus chistes. Y pronto desarrollamos otro gusto, insatisfecho por los magníficos –no un gusto valioso, puede ser, pero de seguro una posesión muy agradable-, el gusto por los libros malos”.