Cada 14 de julio son muchas las gargantas que entonan en Pamplona ese popular cántico que dice “Pobre de mí”. Unos días más tarde, somos los aficionados madrileños al teatro los que no nos sacamos de la mente esas palabras ya que, cuando más aprieta el calor, nos encontramos con la mayoría de las salas cerradas durante más de dos meses. Sólo las propuestas más comerciales parecen aguantar el verano y, este julio en particular, serán unos cuantos los espacios que cerrarán y ya no volverán a abrir sus puertas en septiembre (LazonaKubik, Guindalera y La pensión de las pulgas se han despedido ya o lo harán en lo que queda de mes).
Pero antes de desear la otoñal caída de las hojas (o, en su defecto, buscar un festival fuera de la capital en el que seguir viendo buen teatro: Almagro, Olmedo, Mérida, Olite, Ciudad Rodrigo, Ribadavia, Araia, Edimburgo, Venecia, etc.), toca hacer balance de lo visto en la última semana del Frinje y, en general, en el festival. La programación era abundante y variada; tanto que prácticamente la mitad de las actividades del festival se concentraban en estos seis últimos días. Y también varias de las propuestas más esperadas.
BBBB, de La Agrupación Sr. Serrano, era sin duda el plato fuerte del festival ya que venía avalado por el León de Plata de la última Bienal de Venecia y resultó ser mucho más que la doble biografía de Marlon Brando y John Brickman, un importante constructor de la época isabelina. Fue la excusa perfecta para reflexionar sobre dónde se encuentra la verdadera felicidad, la inevitable caída de los ascensos vitales o económicos mal cimentados, la burbuja inmobiliaria, etc. Todo ello con un ritmo, una riqueza visual y una belleza apabullantes.
Muy esperados eran también los estrenos de Scratch y Modërna, lo último de las compañías madrileñas Grumelot y La Belloch, respectivamente. Con las entradas agotadas en sus cuatro pases y un público entregado, ambas obras me parecieron bienintencionadas pero bastante fallidas en su resultado. No sé si los proyectos que se han beneficiado de la Ayuda a la Creación Frinje16 se han tenido que realizar en demasiado poco tiempo o con algún condicionante económico o creativo que haya resultado un lastre, pero –frente a lo que ocurrió en otras convocatorias, con montajes fantásticos como I’m sitting on top of the World o La mujer del monstruo– varios de los de este año no han alcanzado la talla por su calidad y, en particular, por el grado de riesgo y experimentación que se les presupone. Se salvan, y con nota alta, el maravilloso trabajo de Amalia Fernández El resistente y delicado hilo musical (de lo mejor del festival) y, en su línea gamberra, los siempre solventes e interesantes Club Caníbal. Los demás han adolecido de un lenguaje plano, poco poético y nada evocador, situaciones repetitivas y previsibles, etc. Las interpretaciones, correctas en su mayoría, no me han conseguido enganchar a unas historias carentes de interés y contadas con unos recursos escénicos que me parecen impropios de este festival tan modërno. Porque sí, todos adoramos a Lola Cordón y nos encanta verla en Aviñón cumpliendo los 80 acompañada de Angélica Liddell y el resto del elenco de ¿Qué haré yo con esta espada? (y más que Sindo Puche salga espontáneamente a escena para participar de la fiesta), pero ¿era éste el mejor homenaje que se le podía hacer? Sobre todo a su obra, parece que no.
Menos mal que los montajes de LAminimAL, Voadora y loscorderos.sc vinieron a nuestro rescate. Todos tuvieron momentos brillantes y/o hilarantes: el catastrófico coito cibernéticamente amañado y el niño de papel impreso en 3D de Apocalypse Uploaded; el uso de los objetos y la irónica visión sobre el arte contemporáneo de Calypso; el recordatorio cantado de que la improbabilidad rige nuestra vida que hace La banda del fin del mundo.
No quisiera despedirme del festival sin citar el blog que han estado alimentando los dramaturgos María Velasco, Diana I. Luque, Antonio Rojano, Marc Caellas y Javier Hernando Herráez. Encontrárselos en los espectáculos ha sido una constante y también buscar su entrada al día siguiente para comprobar si compartíamos criterios y, sobre todo, si su mirada y su magnífica escritura aportaban una nueva visión sobre lo visto. Normalmente así ocurría y, en algunas ocasiones, hasta mejoraba los propios espectáculos. Tranquiliza saber que no dista mucho de lo que piensan los que realmente saben de esto.
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