¿Puede el pan ser ejemplo de las grandes enseñanzas de la vida? La respuesta a esta pregunta aparece de forma natural casi en cada página de la novela El panadero que horneaba historias y, como podéis suponer, es un sí rotundo. Porque a través de la historia de una exbailarina que encuentra trabajo en una panadería y las enseñanzas sobre masa, fermentación, corteza o miga que va destilando el panadero que la forma el libro va planteando diversas reflexiones sobre los pasos que damos en la vida. E incluso sobre como los pequeños gestos pueden cambiar el día a día de los demás.
Si el lector llega a este libro después de haber leído el anterior éxito del autor, El hombre que paseaba con libros (del que ya os hablamos aquí), enseguida se encontrará con un guiño a ese título porque comparten escenario. Además si en la novela anterior de Carsten Henn cada vecino del pueblo encontraba un libro ideal con el que reestructurar su vida y volver a ilusionarse, en esta nueva obra las historias personales toman forma de canciones destinadas a amasar cada pan. Porque sí, cada persona necesita un pequeño empujón, muchas veces silencioso e intangible, para encontrarse a sí misma.
Pero para llegar ahí hay que conocer primero la historia de Sofie que, junto a Giacomo, protagoniza El panadero que horneaba historias (Maeva, traducción de Elena Abós Álvarez-Buiza). Parte de una trama similar a la de la serie L’Opera, una bailarina profesional que en sus últimos años de carrera sufre una importante lesión. Solo que aquí, en vez de intentar luchar por ser readmitida, escoge otro camino. El de acabar su carrera. Aunque seguramente escoger no es el término correcto. Es la vida, y su entorno, los que la llevan a no luchar por uno o dos años más de carrera en los grandes escenarios. Y es de ahí de donde surge, entre una vorágine de sentimientos encontrados, la necesidad de buscar un nuevo trabajo. Un empleo que acabará llevándola a la panadería de su pueblo. Un lugar que ella jamás frecuentaba porque no, los carbohidratos de origen cereal no estaban en su dieta.
A partir de ahí el pas de deux de los protagonistas se transforma en conversaciones llenas de secretos en las que ella calla lo que ha perdido al bajar de los escenarios y la situación que está pasando con su marido, y él calla todo un pasado. Capítulo a capítulo nos adentramos en la realidad de sus vidas pero también en la de todos los vecinos para los que amasan esos panes. Vecinos que no son conscientes del mimo que hay detrás de cada barra y que sin embargo intuyen que algo especial flota entre esas harinas.
El panadero que horneaba historias es una constante de pequeños aprendizajes, de situaciones cotidianas que esconden mucho más de lo que muestran, de delicadeza escondida en lo más abrupto. Dos personajes que en apariencia no tienen nada en común y que poco a poco van encontrando que comparten motivaciones y perspectivas vitales.
Y ya sabemos que el pan es fuente de creatividad. Os lo contamos hace un tiempo (cuando la pandemia casi transforma a parte de la población en expertos panaderos) cuando os hablamos de todos los artistas plásticos y visuales que trabajan con este alimento como base. En esta novela además esa delicadez de cada amasado se transforma en un aprendizaje que roza el alma persiguiendo que nos adentremos en las vidas y las motivaciones de los protagonistas pero también en nuestras propias cavilaciones sobre las motivaciones que hay detrás de cada uno de nuestros actos.
Se nota la pasión culinaria del autor. Ya que Carsten Henn trabaja también como crítico gastronómico y periodista especializado en enología, porque la lectura de El panadero que horneaba historias también amasa un poco el corazón del lector.