Uno de los aspectos que más me ha llamado la atención al iniciar la serie L’Opera es el aviso al espectador de “contiene escenas de tabaco”. Es cierto, son muchísimas, pero desde luego muchas menos que las escenas de coreografías e incluso de temas más nocivos como la autoexigencia extrema. Solo con esto, tabaco y ballet, podéis haceros una idea de los que propone esta serie; un seguimiento a la vida profesional y personal de una primera bailarina (bailarina estrella, si nos ponemos más técnicos). Puede sonar poco innovador, no es así, está ejecutada a la perfección.
La serie sobre ballet L’Opera narra las vivencias actuales en torno a ese arte pero, especialmente, sobre las cosas que no salen. En los ejercicios y en la vida. La producción francesa (que se puede ver en España en Disneyplus) ha pasado un tanto desapercibida en nuestro país a pesar de ser una de las grandes series del momento que aúna como pocas dramatismo, comicidad, personajes realistas, crítica social, ritmo y, por supuesto, belleza. Mucha belleza en cada escena, en cada movimiento, incluso en cada giro (de guion o pirueta).
El ballet, y la danza en general, siempre han tenido su hueco en la ficción audiovisual. No hace mucho Netflix tenía en su top Delicadas y crueles, una serie donde el ballet se entrecruzaba con un asesinato dando forma a un formato thriller. En la serie sobre ballet L’Opera vamos a encontrar algo muy diferente. Aquí la trama ahonda en el día a día de una gran bailarina a la que quieren despedir. Una bailarina que ha perdido el rumbo de su vida y que las noches que debería pasar reponiendo sus músculos las ocupa en beber, fumar, colocarse y follar. Pero la serie no es solo ella y nos presentará a diversos componentes de la compañía, también directores artísticos y coreógrafos. Conformando a través de la vida de todos ellos un retrato del día a día y la exigencia de este arte. Un retrato que navega por lo puramente técnico de la danza pero también por lo emocional, por lo social (con una ardua lucha por los derechos laborales y algún sabotaje incluido) y, especialmente, por esa línea entre el elitismo que achaca al sector y las ansias de renovación de algunos de los que forman parte del entramado.
En todo momento esta serie sobre ballet parte de una perspectiva actual que no deja de dialogar entre las tradiciones que siguen presentes en este entorno y su modernización. Las dos partes de la vida profesional, la de quien ha conseguido todo en su carrera y la de quienes están en la búsqueda de esa meta se van desgranando con mimo para mostrarnos el enfrentamiento entre la preocupación y la despreocupación a través de dos generaciones de bailarines.
La protagonista, Zoe Monin (a la que da vida la actriz, que aunque no sea bailarina borda el papel, Ariane Labed) debe luchar contra sí misma, contra su cuerpo, contra la decisión de echarla de la compañía porque parece que no está al nivel (aunque se volcará en conseguir estarlo). Un argumento que seguramente tenemos más asociado a entornos deportivos que culturales. De hecho trasluce, a través de uno de los personajes, esa clásica disputa entre gimnasia rítmica y ballet intentando dar una vuelta al imaginario colectivo y mostrar que el segundo es aún más exigente.
Hace ya unos años que, en lo que respecta al cine, los carteles no dejan de presentar películas como “la película francesa del año”, pues claramente L’Opera es la serie francesa del año.