«El buen escritor es, por lo menos, tan eficaz para la Revolución como el soldado, el obrero o el campesino. Sépase, pues, de una vez por todas» (Virgilio Piñera).
Acostumbrados a encontrar la Historia generalmente en los libros de esta materia, quizá muchos nos sorprenderíamos de la cantidad de materia histórica que se puede aprender a través de la literatura. Nos planteamos así mirar la Revolución cubana desde otra óptica, desde la de un escritor que vivió la dictadura batistiana, el estallido de la Revolución y la decadencia de esta: Virgilio Piñera. El escritor nace en 1912 y él mismo dice de ese año: «acabábamos, como quien dice, de salir del estado de colonia e iniciábamos ese triste recorrido del país condenado a ser el enanito irrisorio en el valle de los gigantes…».
Novelas, cuentos, ensayos y piezas dramáticas figuran entre sus obras, y particularmente interesante nos parece su forma de plasmar la circunstancia histórica y social en su teatro. Si bien es obvio que no podemos conocer datos y detalles históricos solo con estas obras, sí que podemos acercarnos a las sensaciones, emociones, alegrías y miedos que protagonizaban la época. Basaremos el recorrido en la interpretación de lo que él mismo plasmó tanto en su teatro como en sus ensayos, y en este sentido el acercamiento se plantea radicalmente curioso si dividimos las obras en tres grandes apartados según el momento histórico que tratamos y lo que para él significó:
De la primera etapa destaca sobre todo la pieza Electra Garrigó (1941): aunque faltan todavía casi dos décadas para el estallido de la Revolución, esta obra es el golpe de efecto con el que comienza todo acto revolucionario. Encontramos en este personaje una especie de guía del pueblo cubano hacia la luz del cambio político. Es una ruptura con la tradición clásica a través de la muerte de los padres basada en la figura de la clásica Electra. Como esta mujer, Piñera quiere acabar con el corrompido poder que reina en Cuba desde la consecución de su independencia de España. El pedagogo será aquí un personaje fundamental que les enseñe a Electra y Orestes fríos valores para poder realizar sus actos sin miedo a las consecuencias.
En el centro de nuestra clasificación encontramos Aire frío, escrita precisamente en 1959, año del estallido revolucionario. Aquí Virgilio dibuja el día a día de la que podía ser cualquier familia cubana entre 1940 y 1958, de modo que se aprecian la miseria, la pobreza, el desinterés social y, sobre todo, el absurdo de una vida que no avanza porque la circunstancia no se lo permite. Es una obra muy realista en la que incluso aparecen datos políticos del momento, como la referencia a la dictadura de Batista. Luz Marina sigue siendo ese personaje que pretende iluminar a su familia, si bien el desgaste del paso de los años hace que no se pueda llevar a un final positivo, como en Electra. Es una obra bisagra entre la ilusión del periodo prerrevolucionario, lleno de esperanza, y la frustración de la realidad final de la Revolución, como muestran sus siguientes obras.
Encontramos en la tercera parte El no (1965) y Dos viejos pánicos (1968), en las que late el absurdo de una vida usurpada por el miedo. En la primera, seguimos teniendo la rebeldía de los primeros años con la negación de una pareja a un matrimonio que no desea. Aquí también se da el choque entre tradición y modernidad, entre esa familia que desea imponer sus normas y los protagonistas que deciden ser libres en su modo de actuar. Se muestra ya la intromisión del propio pueblo en la vida de sus vecinos, algo que se verá muy extremado en Dos viejos pánicos, en la que Tota y Tabo no son capaces de matar al miedo y la única manera de olvidarlo es jugar a la muerte, al absurdo, al insulto y a la amenaza que llevan a una obra circular, sin salida posible.
Como brevemente hemos podido apreciar, Virgilio Piñera fue un hombre que no concibió una verdadera revolución sin arte y consideraba que el papel de los intelectuales era fundamental para el avance de este periodo. No obstante, los años posteriores al estallido revolucionario castraron sus esperanzas, pues incluso fue condenado al silencio y la soledad, al ostracismo político de un gobierno en el que sus ideas políticas finalmente tuvieron escasa cabida.