Originado como una práctica marginal que de noche llenaba los muros de París o Nueva York con tags y mensajes políticos, el arte urbano ha evolucionado y visto cómo el paso de los años reconocía tímidamente su valor de expresión artística y ampliaba su territorio hasta alcanzar el favor (y el interior) de las instituciones. Muchas cosas han cambiado desde la década de los sesenta hasta ahora; algunos señalan a las redes sociales como catalizadoras de la fama de estos artistas, pero pocos como las marcas han sabido apropiarse de la cultura urbana para ganarse al público más joven. El resultado, un arte urbano en constante adaptación y en una pugna por no perder su carácter transgresor en medio de tanta aceptación y normalidad.
Entre los retos que asume en la actualidad el street art está entrar en el museo y la galería sin salir de la calle; es decir, encontrar una solución para mostrar en el interior lo que hace en el exterior. Una práctica complicada en la que el artista urbano corre el riesgo de perderse y de sacrificar el auténtico sentido de su obra – callejera, expuesta, efímera – por un espacio seguro y asegurado en una pared cálida y bien iluminada. Corre, sobre todo, el riego de decepcionarse a sí mismo y de que el público más exigente, no siempre abierto a los cambios, se pregunte: ¿Ha muerto el street art tal y como lo conocíamos?
Un rápido vistazo a las galerías participantes en la primera edición de Urvanity Fair, celebrada en el Palacio de Neptuno de Madrid durante su Semana del Arte, era suficiente para apreciar, al menos, el esfuerzo que el artista urbano está haciendo para entrar en el circuito tradicional sin perder su capacidad de sorprender e inspirar. Para ello cuenta con unas aliadas casi imprescindibles: las nuevas tecnologías se posicionan como la clave que hará que la obra urbana pueda vivir en dos ecosistemas simultáneos. Así, más allá de Banksy o Shepard Fairey, presentes en la feria con obra enmarcada, lista para consumir como si nos la encontráramos en una esquina de Londres, otras propuestas más arriesgadas daban con ‘grandes soluciones de interior’.
Es el caso del artista y activista Jordan Seiler, representado en Urvanity por la galería berlinesa Open Walls. Allí, sus fotografías en blanco y negro escondían una agradable sorpresa: encuadradas desde un smartphone y gracias a una app específica, dejaban ver el proceso por el que Seiler interviene espacios publicitarios de la ciudad para denunciar la sobreexposición a estos del individuo.
Sin duda de lo más refrescante en esta primera edición de la feria, el ingenio de Seiler para atravesar los muros ha convivido en Urvanity con otras propuestas que también funcionaban, como las esculturas de Javier Aguilera en Mambo Gallery (Vigo), que junto a las de Isaac Cordal y otros artistas esperaban al visitante en el piso superior del palacio para dejarle un buen rato dando vueltas entre las peanas, divertido con su aire punk y reivindicativo e ilusionado con la máquina de chicles No insert coins.
Fotogalería y portada: Maite Urcelay