Maite Alberdi: «A los muertos no se les puede dejar morir»

Augusto Góngora y Paulina Urrutia, en el cartel de 'La memoria infinita'
Augusto Góngora y Paulina Urrutia, en el cartel de 'La memoria infinita'

Solo unos meses antes del 50 aniversario del golpe de Estado de Pinochet, fallecía Augusto Góngora, referente del periodismo chileno e incansable documentalista de las atrocidades de la dictadura. El alzhéimer había hecho acto de presencia sin negociar nueve años antes, pero su compromiso con la verdad y el valor democratizante de la cultura permanecían intactos. Una vocación que durante más de veinticinco años compartió con su mujer, la actriz y exministra de Cultura Paulina Urrutia. La directora Maite Alberdi (Santiago de Chile, 1983), nominada al Óscar en 2021 por El agente topo, captura en La memoria infinita la ternura, la complicidad y el sentido del humor con el que la pareja afrontó los obstáculos de la enfermedad. Una indescriptible historia de amor, emociones y recuerdos, sobre todas aquellas memorias individuales que configuran la memoria colectiva de una sociedad que sangró para revivir de sus cenizas.

Nokton Magazine: ¿Cómo surgió la idea de hacer un documental sobre Augusto y Paulina?

Maite Alberdi: Tuve mucha suerte. Ambos eran muy importantes en Chile, rostros de la cultura en el retorno de la democracia. Yo admiraba mucho la carrera como actriz de la Paulina y todos los programas de Augusto cuando era adolescente. Cuando se televisó cómo Pinochet le pasaba la banda presidencial a Patricio Aylwin, estando la retransmisión controlada por los militares hasta entonces, hubo un corte y el primero que apareció en pantalla fue Augusto hablando. Hace poco, estaba yo haciendo una clase en la Universidad donde la Paulina trabajaba. Habían pasado un par de años desde que Augusto había anunciado que tenía alzhéimer. Él la acompañaba, asistía a las clases y entraba en las reuniones de directorio. Fue la primera vez en mi vida que vi a una persona con demencia tan integrada socialmente y una mujer que decidía “no me voy a aislar cuidando”, sino que “vamos al mundo”. Y todos la ayudaban. Les invité entonces a hacer la película. Para mí fue el ejemplo de la forma de entender los cuidados. Yo venía de hacer El agente Topo, la antítesis: Mujeres mayores abandonadas y personas con demencia en una burbuja para que no se relacionen con el mundo.

NM: ¿Cuánto tiempo acompañaste a Paulina y Augusto en su rutina?

MA: Filmé cinco años seguidos y pensé que iba a hacer la película solo del presente y me di cuenta de que en realidad no tenía que hacer la crónica del deterioro, sino que en montaje debía construir un sentimiento y una memoria. Como la memoria no es cronológica y las asociaciones son random a veces… Lo más desafiante fue cómo entender qué imágenes del pasado permitían darle sentido al presente, ya que la dimensión de esa relación era imposible sin ello. De Augusto hay mucho material, tomó un año buscarlos, ver los archivos…

NM: Cuando irrumpió la pandemia, Paulina te tomó el relevo en cámara. ¿Fue una revolución para la película?

MA: Partimos en el documental de una escena que filma Paulina en mitad de la noche, totalmente desenfocada. Un crítico gritó en un pase “¡está desenfocado el proyector!” (ríe). En Chile, la cuarentena del COVID fue larga, de un año y medio, y le envié la cámara pensando que hiciera una investigación hasta que yo volviera a grabar. La cámara se convirtió en su compañera y grababa cuando él se perdía más y se sentía sola. Nunca aprendió a usarla, le enseñé mil veces, me llegaba todo sin enfocar (ríe). ¿Pero qué pasaba con ese material? Que era mucho más íntimo que el mío. Aunque yo tuviera todo el acceso del mundo, no iba a estar nunca a las 2h de la mañana. Toda la vida, he estado muy preocupada del encuadre y la perfección, pero esas imágenes son mucho más emotivas. Le dan un nivel de intimidad que solo puede tener una pareja cuando está sola.

NM: ¿De dónde nace la necesidad de relatar el mundo?

MA: Solo puedo plantear preguntas y exponer miradas. Al mundo le falta no dar cátedra totalizante de las realidades, solo compartir experiencias para que cada uno se haga su opinión y nos abramos al diálogo. Sobre todo, en política. Venimos de escrituras de derechas y de izquierdas… Siento que la gente no se detiene a ver y escuchar todas las posibilidades. Esa es la labor del cine. Muchos me dicen “es tu película más política”, pero plantear eso es cómo plantear que la política es solo tener contenido político explícito. Yo siento que todas mis películas son muy políticas porque todas están mostrando realidades sociales muy profundas, con problemáticas que se están discutiendo, como respecto a la Constitución. Pero yo lo que hago es regalar ejemplos de vida para esa discusión social.

NM: El alzhéimer, en esta ocasión.

MA: En La memoria infinita es precisamente eso. Venimos de un cine de ficción que lo único que ha hecho con esta enfermedad es mostrar dramas. La última que vi era casi de terror. No es tan así. Acá yo vi una pareja desafiada por la enfermedad, pero no viviendo una tragedia. Vivían con mucho amor y tenían una buena vida en medio del dolor. Hay que entender que eso es la vida también, con todos los matices. Esta bipolaridad social todo el tiempo… Esconder la fragilidad es lo que yo no quiero hacer en las películas. Vivimos con el dolor, aprendemos a vivir con él e intentamos ser felices incluso sufriendo. Es una invitación a humanizar sin determinar un tema o un relato.

NM: ¿Por qué crees que es un tabú ahondar en la vejez?

MA: En los últimos años nos han llevado, especialmente las redes, a construir una imagen pública que tiene que ver con lo sano, lo joven, lo poco real finalmente. La realidad escapa tanto de eso que la frustración de las personas es profunda. Los cánones que te plantean los medios están muy desconectados de lo que la gente siente y vive. Por ello, pienso que el rol del documental es conectar a las personas con la realidad que se esquiva, aunque quizás no sea comercial porque no vende. Significa humanizar lo humano.

NM: En una de las entrevistas de archivo que recuperas en el documental, el cineasta Raúl Ruiz le señala a Augusto, en cuanto a los horrores de la dictadura, que “a los muertos no se les deja morir”. Claro que hay olvidos y olvidos.

MA: Augusto tampoco los deja morir. Es muy curioso porque pierde la memoria, pero le preguntan “¿Te acuerdas de Parada?” y el responde que sí, que lo degollaron delante de todo el mundo, incluso frente a niños. Da una descripción muy vívida del momento en que asesinaron a su amigo, cuya muerte fue un clamor. Y sin embargo, él no se acordaba de lo que hizo ayer ni te podía decir que el Golpe fue en el 73. A los muertos no se les puede dejar morir. Tenemos que encontrar esos cuerpos, tenemos que recordarlos. Mi película se llama La memoria infinita porque aunque Augusto olvide los hechos y la información en sí, no olvida ningún sentimiento. Hasta el último día de su vida podía recordar esos eventos y sufrirlos. El amor igual, hasta el último momento reconoció a la Paulina, aunque se le perdiese un par de horas. Le dijo “Te amo” hasta el final. Lo relativo al amor y al dolor, aunque uno lo quiera dejar de lado, no se puede. Esa es la gracia de la película para mí. Me enseñó sobre lo que queda y no sobre lo que se olvida.

NM: Esta idea se vincula con la desmemoria histórica.

MA: Sí, de hecho, la frase que yo suelo tomar es la del lanzamiento del libro que coordinó sobre lo sucedido durante la dictadura. Cuando Augusto está haciendo el discurso de la memoria y dice que los chilenos hemos pasado unos años muy dolorosos y tenemos que reconstituirnos y no hacerlo desde la información ni las cifras. Los duelos los tenemos que hacer reparando nuestra memoria emocional. Hoy en día, la derecha extrema por primera vez en Chile, después de 50 años, comenzó a hacer negacionismo histórico. Empezaron a justificar, en el contexto, la violación de los derechos humanos. No podía creer que estuviera escuchando tal cosa. Augusto viene a decir que se pueden reinterpretar los hechos, tratar de borrar las cosas, pero el dolor de un pueblo permanece. Ese es el relato de la memoria histórica finalmente, el dolor infinito.

NM: ¿Cómo está viviendo Paulina la promoción de la película tras la partida de Augusto?

MA: El documental ha hecho que viva algo muy particular, un duelo colectivo. Le ha tocado ir a presentarla, ella es una gran vocera que ha viajado por todo el mundo. La Paulina cuenta que estuvo los últimos años aislada y le tocó volver al mundo de la mano de Augusto, hablando de él, pero al mismo tiempo en un momento en que lo ha perdido. Creo que esta película es la mejor excusa para compartir el dolor y recibir el cariño también de la gente que ha sido muy importante en este proceso de duelo.

NM: Saramago decía sobre la memoria que “se empieza por el olvido y se acaba en la indiferencia”.

MA: Este año, al gobierno chileno le costó mucho armar el hilo de la Conmemoración. El relato que tenemos que construir para las nuevas generaciones ha de partir de la emoción, con identidades e historias que tengan imágenes, si no los hechos, más que ser olvidados, pueden llegar a generar esa indiferencia. En mi país, durante la pandemia, la radio era contador de muertos, solo números. Y detrás mil historias, mil retratos y mil sufrimientos. Si solo vamos a narrar el número, por supuesto que vamos a terminar en la apatía histórica. Lo que tenemos que recuperar y retransmitir es el dolor para que no se repita. Ese es el desafío de las narrativas.