Reconocer la imagen de una portada puede ser un impulso para la compra, pensemos por ejemplo en las reediciones cuando se ha publicado la película del libro, por ello en muchas ocasiones se repiten imágenes o iconos que son reconocibles para el lector. Y en esto, el arte ha sabido entenderse muy bien con la literatura.
Podemos verlo en la Ronda de noche de Terry Prachett que parodia la obra homónima de Rembrandt, o en una de las ediciones de Frankestein de Mary Shelley con El caminante sobre el mar de nubes de Caspar David Friedrich en la portada. Hay muchos ejemplos, pero entre todos ellos hay un artista recurrente en la historia de las portadas; Edward Hopper. Su forma de plasmar la sociedad norteamericana de la Gran Depresión consiguió llevar todas sus obras hacia la reflexión, hacia una soledad reconducida, hacia un realismo con personal visión costumbrista. Y esas referencias hacen que poner cualquiera de sus obras en portada ya transmita al lector una atmósfera única, una sensación de extraña tensión y curiosidad hacia lo que hay al otro lado. En este caso, ante la lectura.
Las obras de Hopper han servido de reclamo para los lectores en muchos títulos, su Habitación de hotel quizás es una de las más populares y hace presencia, entre muchos otros, en La soledad era esto de Juan José Millás o en Queda la noche de Soledad Puértolas. También utilizaron sus imágenes para De ratones y hombres de John Steinbeck o para Muerte de un viajante de Arthur Miller. Un juego que también funcionó a la inversa cuando el propio Hopper reconoció que para crear su obra Nighthawks se había inspirado en el relato Los asesinos de Hemingway.
Pero actualmente hay un autor, o una editorial (ya que versionar las obras del artista estadounidense ha sido consensuado) que ha absorbido todo el espíritu de Hopper para sus portadas. Él es Jöel Dicker.
Cuatro de las novelas del autor suizo se han servido de obras del estadounidense para atrapar al lector antes de abrir el libro con una clara declaración de intenciones; vamos a hablar de la sociedad norteamericana, vamos a proponeros una escena y la vamos a analizar con todos los detalles imaginables. No seas solo espectador de esta historia.
Representar la tensión del interior en el exterior, no mostrar la imagen al completo, que parezca distorsionada y evocadora… El carácter narrativo de las obras de Hooper lleva a quién la ve a plantearse diferentes reflexiones sobre el más allá de la escena mostrada, o sobre la introspección de sus personajes. Lo hace a través de un detalle de Retrato de Orleans en La verdad sobre el caso Harry Quebert, con Haskell’s house para El libro de los Baltimore, con una interpretación de Sol de la mañana en La desaparición de Stephanie Mailer y con Gas Station para El caso Alaska Sanders, su último lanzamiento. Así el arte sirve de atracción para una literatura que lo representa.