‘ICH ICH ICH’ (‘Second thoughts’): un viaje surrealista por la identidad

El largometraje alemán dirigido por Zora Rux inauguró el Festival Internacional de Cine de Valencia, tras su paso por el Festival de Cine de Zúrich y el Premio Max Ophüls 2022.

El largometraje alemán dirigido por Zora Rux inauguró el Festival Internacional de Cine de Valencia, tras su paso por el Festival de Cine de Zúrich y el Premio Max Ophüls 2022.

Uno de los enormes retos a los que se enfrenta el arte en los tiempos actuales es el de encontrar nuevas formas de expresión que se adapten a la modernidad y dejen atrás las explotadas fórmulas del pasado, que ya han agotado todas sus posibilidades y no son aptas para reflejar las problemáticas de la sociedad contemporánea. Tras la gran explosión artística que supuso el siglo XX en la historia del arte, con el desarrollo de las vanguardias y el posmodernismo, encontrar una pieza de arte que trate de innovar en sus aspectos formales y, al mismo tiempo, funcione, es realmente complicado.

Afortunadamente, cada cierto tiempo surgen pequeñas pinceladas de genialidad que dibujan, en forma de pintura, literatura, cine o cualquier otra disciplina, una imagen nueva y refrescante, que quizá reflexione sobre un tema ya tratado (¿y cuál no lo ha sido?), pero que consigue transmitir nuevas sensaciones para impactar al espectador de forma potente y explosiva. Este es el caso de ‘Ich Ich Ich’ (2021), la ópera prima de la directora alemana Zora Rux, que la pasada semana inauguró el Festival Internacional de Cine de Valencia (Cinemajove), tras haber pasado por festivales como el de Zúrich o el Premio Max Ophüls.

A lo largo de los 84 minutos de metraje asistimos en primera persona al proceso mental de Marie, la protagonista, tras recibir en público una inoportuna propuesta de matrimonio por parte de su novio, Julian. Sin embargo, en contra de lo que cabría esperar (lo que «se supone que debería hacer»), Marie responde que «necesita tiempo para pensar». Con el fin de ordenar sus ideas, decide retirarse a una apartada casa de campo en total aislamiento… o eso es lo que ella cree. En lugar de soledad, se encontrará de frente con una multitud de pensamientos encarnados en forma de personas (¿o quizá de personas en forma de pensamientos?), que permanecerán insistentemente a su lado cada vez que le surja la duda más insignificante, si es que cualquier duda, por pequeña que sea, puede ser insignificante.

La película mantiene una estructura lineal, aparentemente clásica, pero que se percibe como una serie de breves episodios que alternan escenarios amplios y naturales con pequeños espacios más introspectivos. En ellos, la protagonista reflexiona no sólo sobre la decisión que supuestamente debe tomar, sino sobre el propio proceso de toma de decisiones: una vorágine de dudas y posibilidades encerradas en el pequeño frasco de conocimiento que es el cerebro humano, o más bien, todos los cerebros humanos, pues no hay decisión que sea tomada por una sola persona. Más bien, cada paso hacia delante, hacia atrás o hacia ninguna parte, se ve inevitablemente influenciado por factores externos ante los que el sujeto debe rendir cuentas de una u otra manera, pero de los que nunca puede escapar.

Ya en la primera escena se plasma ese gran sentimiento encerrado en el interior de todo ser humano en cualquier sociedad moderna: el de vivir en una gran obra de teatro, donde nosotros mismos somos las marionetas y los hilos son manejados simultáneamente por todos aquellos que están a nuestro alrededor, e incluso por los que no lo están. En este caso, vemos una gran fiesta llena de invitados felices, celebrando un acontecimiento alegre en la cubierta de un barco. Una felicidad que, sin embargo, parece escabullirse momentáneamente en los rincones donde nadie mira, en aquellos espacios de retiro en los que no es necesario jugar al juego de las dinámicas sociales, en los que no hay que interpretar un papel acorde al escenario en el que nos ha tocado actuar.

Nos encontramos un, además, un uso preciso de la cámara que destaca por su capacidad para resaltar ese contraste entre los grandes paisajes naturales, que representan la inabarcable cantidad de influencias, presiones y posibilidades a las que se enfrenta Marie a la hora de tomar sus decisiones; y los pequeños espacios, que muestran ese agobio, ese encierro en sí misma con el que debe lidiar para deshacerse poco a poco de aquello que le atormenta. Además, gracias a una meticulosa angulación, la directora es capaz de sorprendernos con la impredecible presencia de las personas-pensamiento en el rincón menos esperado.

Por si todo esto fuera poco, a ello se suma la visita de Julian, el novio de Marie, que también posee sus propias personas-pensamiento en una extensa variedad de formas diferentes, como cualquiera de nosotros las poseemos. Tras largas discusiones, ambigüedades, conflictos y entendimientos, los pensamientos de ambos van fundiéndose en una única y compleja red mental indistinguible e inseparable donde todos los elementos interactúan entre sí. Y es sólo en este punto, en el que ambos comprenden que necesitan abrirse, mostrarse a sí mismos con la más sincera e imperfecta transparencia, alejados de convencionalismos, normas impuestas y reglas de comportamiento predefinidas, cuando realmente son capaces de alcanzar el entendimiento mutuo y personal.

En definitiva, ‘Ich Ich Ich’ es una película directamente conectada con la experiencia humana en el mundo actual, que ha sabido encontrar una forma de expresión fresca, joven e innovadora, con la que reflexiona acerca de la construcción de la identidad, la presión social, el complejo proceso de la toma de decisiones y la gran obra de teatro que supone una vida en sociedad donde prevalecen las apariencias y se desestima el verdadero conocimiento de los sentimientos propios y ajenos. Y todo ello mediante una fuerte dosis de humor y surrealismo, con la que Zora Rux demuestra que no todo está inventado, sino que todavía existen miles de formas narrativas por experimentar y descubrir.