Esther López Barceló: “Es una anomalía democrática que en España siga garantizándose la impunidad franquista”

Cuando ya no quede nadie, novela.
Cuando ya no quede nadie, novela.
Hablamos con Esther López Barceló sobre su última novela "Cuando ya no quede nadie".

El silencio y el recuerdo fermentan en un mismo anclaje, la geografía de la memoria, orografía que unos se cuidan de sepultar y malograr y otros luchan por desenterrar para dignificar y sustantivar en el tiempo y en el espacio a aquellos cuya Humanidad fue negada. Cuando ya no quede nadie (Grijalbo), primera novela de la profesora, política y escritora Esther López Barceló (Alicante, 1983), transforma el duelo en un viaje hacia el descubrimiento de la identidad y el callado pasaje de una familia que transgrede la otredad de una historia colectiva: la cuenta pendiente con las olvidadas protagonistas, en femenino plural, de la Posguerra y la Dictadura.

Nokton Magazine: Regresar al final parece aquí un principio adecuado. “Tengo que engañarla y convencerla de que se puede vivir sin madre”. Y escribes el punto y final. ¿Siempre se produce ese momento en la vida en la que nos vemos trasplantados de nuestras raíces?

Esther López Barceló: Siempre hay un punto de inflexión que nos hace tener que huir de lo que fuimos. Hay múltiples posibilidades para hacerlo. Ofelia, la protagonista de la novela, ha hecho la más gráfica y tangible que es, cuando muere su madre, desvincularse completamente del lugar que habita porque es incapaz de seguir sobreviviendo en ese paisaje tan vacío. Ese hueco lo llena casándose prácticamente en seguida y teniendo un hijo a después. En la vida nos vemos abocados a cambiar o a profundizar en las relaciones que tenemos porque el desamparo que sientes ante esa pérdida es el más grande. Quien hemos tenido el privilegio de infancias y familias queridas lo sufrimos. Lo cuento desde el punto de vista de una hija única, como soy yo, porque creo que el abismo es mucho más grande cuando te ves completamente sola y tan desamparada. En este caso, Ofelia tiene 47 años, y a pesar de la edad, ya no le queda nadie por encima cuando fallece su último progenitor, su padre, en el inicio de la historia.

NM: Un desarraigo con réplica en la relación con su hijo, con quien la distancia generacional y la incomunicación, perpetúan todo lo que no se dijo en el pasado, ¿no?

ELB: Sí, se trata de cómo los silencios nos carcomen por dentro, nos desarraigan de todas partes. Ofelia se separó hace poco, ahora saliendo del pozo del que quedó sumida tras la separación. En su proceso traumático se da cuenta de que ella no ha sabido ser ella misma nunca. Este viaje le da respuestas que desconocía que necesitaba y que le colocan de repente por primera vez en el lugar en el mundo donde debe estar. A Miguel, su hijo, le ocurre igual cuando le cuenta algo que llevaba cargando mucho tiempo, un silencio que le asfixiaba. Una vez se revela la verdad, todos empiezan a sanar.

NM: Una verdad íntima y de heridas históricas.  

ELB:  La búsqueda de Ofelia a partir del entierro de su padre, en el que conoce a un personaje enigmático que le cuenta que existe algo que ella desconoce del pasado familiar, no es solo en cuanto a la verdad de su familia, sino que se encuentra con una verdad más amplia que es el silencio colectivo sobre la represión de la dictadura. Este libro pretende ser una épica de las vencidas.  He pasado mucha parte de mi vida leyendo a muchos señores hablando de lo que fue aquel tiempo y permitiendo que mi abuela, que mis tías, me hablasen casi en un susurro al final de las comidas de todas las batallas que libraron en el silencio o en el desconocimiento o en la infravaloración social.

NM: Los nacidos en España entre 1928 y 1945 pertenecieron a la llamada “generación silenciosa”. Tu relato nos hace partícipes de ese largo y profundo silencio que fue el de las mujeres. ¿Serían la “generación silenciada”?

ELB: No iría nada desencaminada. Ya está bien que fueran las “nadie”, las infravaloradas de la Historia. Mi abuela, a los 9 años, se ocupó de las faenas del hogar ya para siempre, dejó el colegio y conducía a las más pequeñas al refugio antiaéreo cuando caían las bombas. Las mujeres, de trapos hacían pañitos para la menstruación y pasaban los partos solas con las vecinas, jugándose la vida. Ellas lo contaban llevándolo a la categoría de anécdota, pero yo lo he querido elevar a la categoría de novela. Con sus cuidados perpetuos, tanto a los vivos como a los muertos desde su infancia, han logrado que estemos hoy aquí nosotras, viviendo lo que ellas no pudieron vivir. Hay que darle valor a los trabajos reproductivos y a esos trabajos que salvaban vidas.

NM: ¿Las mujeres fueron los soldados de retaguardia?

ELB: Hay un personaje, la abuela de Gabriel -el francés-, que cuenta cómo es la que garantizaba los víveres a los guerrilleros en el monte. La guerrilla antifranquista no hubiera podido sobrevivir sin los enlaces, mujeres que se arriesgaban todos los días para llevar alimento, mensajes… Incluso les dejaban entrar en sus casas para que pudieran pasar una noche refugiados en un hogar. Estaban a plena luz del día enfrentándose a los verdugos. Cuando eran encarceladas y maltratadas, por el hecho de ser mujer, se las sexualizaba en las represalias. Se merecen protagonismo y que se acabe con el menosprecio o subalternización a la que han sido relegadas desde el punto de vida académico.

NM: Como arqueóloga y experta en Antropología has participado en distintas investigaciones y exhumaciones. ¿La vivencia te ha conducido inexorablemente a Cuando ya no quede nadie?

ELB: He participado en unas cuantas de voluntaria, por mi oficio y por mis pequeños conocimientos de antropología forense y, por supuesto, estas experiencias han sido fundamentales en la escritura del libro. Quería que los personajes fueran personas con nombres y apellidos reales y que los lectores pudieran seguir el hilo de sus historias al acabar la novela, lo que hacía profusamente Almudena Grandes en las distintas novelas que conforman Episodios de una Guerra Interminable. Ella te contaba en las páginas finales cuánto había de verdad o de ficción en todos sus personajes y de dónde los había extraído. En ningún caso me quería comparar a la maestra, pero como historiadora, me era imprescindible citarles y que se pudiera profundizar a través de mi epílogo.

NM: La referencia más destacada a la realidad de las fosas, por tu vinculación estrecha, es Paterna, donde se ubica el conocido como ‘Paredón de España’. A pesar de la crueldad que se escenificó allí, la reparación para las familias se ha hecho de rogar.   

ELB: Es horripilante. Constantemente se están abriendo zanjas en la gran fosa común de Paterna, donde se depositaron más de 2000 cuerpos. Decidí ubicar la trama de la actualidad en el 2007 porque es justamente el año en el que se aprobó la Ley de Memoria Histórica. Quería focalizar la historia en cuando todavía nadie hacía caso de estos grupos de familiares, de mujeres, que lo único que querían es recuperar los huesos de su padre, su madre o sus abuelos. Algo tan básico, de Derechos Humanos, que dependía además del color del Ayuntamiento donde se solicitara la exhumación. El nudo gordiano es que es increíble que hayan tenido que pasar prácticamente más de 30 años de democracia para que se dieran cuenta de que era una necesidad básica que cubrir.

NM: ¿El dolor se hereda?

ELB: No puede ser de otra manera. Esta herencia me parece lo más tangible de lo que significa el trauma de haber sido víctima de un crimen sistemático de lesa humanidad como este. Era necesario plasmar la soledad, el desamparado en el que estaban estas mujeres que más de setenta años después no cejaban en la búsqueda de los restos de su familiar. Ten en cuenta que la mayoría de los fusilamientos se produjeron en la primera década de la dictadura, en los años 40 del pasado siglo. Así fue como no encontré mejor forma de contarlo que dedicarles un capítulo en el que la protagonista acude a una reunión de la Asociación y son ellas las que hablan de esa futurible, utópica exhumación, que a día de hoy es una realidad en proceso.

Retrato de la escritora Esther López Barceló, autora de «Cuando ya no quede nadie».

NM: ¿Se hará Justicia donde ahora se realiza un esfuerzo para la reparación histórica?

ELB: Se ha avanzado mucho en materia de reparación y políticas públicas de memoria, pero no se da un relato oficial de la Historia contemporánea de nuestro país. Eso viene en gran parte dado porque no hubo una sentencia condenatoria como sí la hubo en Argentina. Después de ver Argentina, 1985 cualquier demócrata siente indignación y envidia por no haberlo hecho en nuestro país y ver que fue posible que un fiscal le dijera al dictador a la cara que había sido un criminal. En nuestro país tenemos una Constitución en la que ni siquiera se menciona el precedente democrático anterior que es la Constitución de 1931 y ni mucho menos se habla de la ruptura con la dictadura. Obviar que la democracia se gestó sobre miles de fosas comunes es algo muy grave. Nos influye colectivamente en la posibilidad de los retrocesos democráticos que se ciernen sobre todos esos escaños que tiene la extrema derecha en los parlamentos.

NM: ¿Qué te resuena cuando escuchas la palabra “Transición”?

ELB: No es un término equivocado. Dice lo que sucedió: En vez de haber una ruptura legal con la Dictadura, se produjo un proceso de reformas democráticas. Exministros de la Dictadura pasaron a ser firmantes de la Constitución. No voy a juzgar qué se pudo hacer y no se hizo porque soy muy consciente de que la correlación de fuerzas seguía siendo beneficiosa para los sectores reaccionarios, pero creo que se deben renovar las instituciones democráticas.

NM: ¿Sería el esqueleto para conceptualizar el concepto democracia?

ELB:  Se debe dejar claro que no se puede ser demócrata sin ser antifascista. Igual que sucedió en Alemania o en Italia cuando cayeron, merced de la II Guerra Mundial, los regímenes totalitarios. Hubo una ruptura legal con lo anterior que dejaba diáfano y claro que las democracias se sustentaban en las bases antifascistas. No ocurrió con nosotros. En 1952 la ONU dio la bienvenida al régimen de Franco. Sufrimos un proceso que no tiene paralelismos. Es importante que se diga que nunca hubo Justicia para las víctimas de la dictadura. Lo dejé patente en la rabia y vergüenza por su país que siente Ofelia cuando se da cuenta de que no vive en el mundo civilizado y democrático que pensaba. Cuando algo no se resuelve, como decían las abuelas de la plaza de mayo, el pasado no es pasado, es presente. Considero una anomalía democrática que en España en pleno 2023 siga garantizándose la impunidad franquista.

NM: ¿Cuándo leemos a Ofelia expresar su deseo de “vaciar los árboles de mujeres ahorcadas y abrir la tierra hasta encontrarlos a todos” asistimos a la aspiración de Esther López Barceló?

ELB: Lo que hacen y hacemos los arqueólogos cuando excavamos la tierra y se exhuman los huesos es científicamente redactar un informe pericial para un posible proceso de investigación penal que al menos constante de forma oficial el relato de lo que sucedió. Es importante simbólicamente. Encontrar los huesos es demostrar el crimen. Cuando en la dictadura se asesinaba extrajudicialmente, se fusilaba contra la tapia y después se enterraban los cuerpos en zanjas, fosas o pozos en los que después no quedaba ninguna marca, en los que incluso se echaba cal. Se quería borrar la existencia de esas personas, acabar con su vida y su memoria. Terminó la dictadura y nadie de forma legal había conseguido sacar los restos de sus víctimas. Intentamos acabar con el acto de destrucción que tan bien hicieron. Cuando entregas los huesos a los familiares estás consiguiendo hacer una mínima Justicia y reparar en parte el daño.

NM: La muerte es ese otro gran personaje de la novela. Con sus vacíos, consecuencias y secuelas. ¿Ha estado siempre presente en tu biografía?

ELB: Me ha fascinado desde pequeña, a partir de los paseos que hacía con mi iaia cada dos domingos visitando el Cementerio de Alicante y hablando con todos nuestros muertos en conversaciones ficticias en los que les devolvíamos unos instantes a la vida y en los que me parecía conocer a mis bisabuelos. Esto va haciendo pozo en tu imaginario y en tu cosmovisión del mundo y genera una relación cercana y natural con tus seres fallecidos. Siempre desee trabajar alrededor de lo que tuviera que ver con necrópolis, pude excavarlas, y estudié un Máster de Antropología Física y Forense, estuve en laboratorio, exhumé fosas… Estaba obsesionada con el hecho de vencer a la muerte y, como es imposible, he intentado revivir a las personas en la lectura de sus huesos. Cuando hablamos de la arqueología de la represión y violencia política es increíble ver cómo intentaron borrar toda huella, pero no lo lograron.

NM: Alicante, ciudad en la que naciste, es el escenario de la novela, pero no se nombra. Quienes la reconocemos, recibimos confirmación en la nota de la autora. ¿Qué intencionalidad había?

ELB: Cada vez que vuelvo a Alicante desde que murió mi padre, partida que me anunciaron tras una maldita llamada como es el caso de Ofelia, siento decepción. A pesar de que intento racionalizar, siempre creo que voy a volver a un tiempo que ya no existe. La persona que a mí me vinculaba con la ciudad era él y desde que murió me siento completamente ajena y extraña, fuera de lugar. Es una relación muy contradictoria porque me atrae también. Era la sensación que quería generar en la novela y, por tanto, no la quería banalizar llamándola por su nombre, sino hacer de la ciudad una presencia ausente, una especie de fantasma, porque para Ofelia la ciudad de su infancia también ha muerto. Quedó anegada bajo un pantano, como expresa en el inicio. Un aura densa empezó a envolver la urbe ya desde la muerte de su madre.

NM: Como el aura de superstición que en la zona de Levante envuelve algunas creencias locales.

ELB: Que hubiera un personaje con tinte de realismo mágico me surgió natural. Intentando no perder el carácter costumbrista en el tono, escribí un personaje que correspondía con mi bisabuela Tomasa, a la que no conocí en vida, y al que di casi sin darme cuenta un carácter supersticioso, pagano y premonitorio. Al leerlo mi madre me comentó que su abuela era tal que así. ¡Me quedé bastante estupefacta! (ríe). Quizás han pasado cosas curiosas durante el proceso porque soy un poco impulsiva y escribo sin planificar. Me enfrentaba a la pantalla con aires kamikazes. El final de la novela me vino cuando llevaba un cuarto de la novela.

NM: La novela recupera un capítulo negro casi olvidado de la Guerra Civil, el bombardeo del Mercado Central de Alicante el 25 de mayo de 1938. Las escenas fueron tan dantescas que se habla de un cuerpo desmembrado dando sus últimos pasos. 

ELB: Siempre lo decimos allí, a nuestro Gernika le faltó un Picasso. La historia de la mujer sin cabeza me la contaba siempre mi iaia, era una leyenda urbana. Una escena que nadie vio, pero que de boca a oreja asentó en la memoria este crimen brutal contra la población civil. Aparte, siempre ha sido fundamental para mí porque si yo estoy aquí es porque mi bisabuela Tomasa, que acudió a comprar aquel día, decidió en el último momento no esperar más en la cola del pescado. Su marido, mi bisabuelo Gabino, estuvo levantando cuerpos durante horas porque cuando salió del refugio no sabía que su mujer y su hijo no estaban allí. Llegó ensangrentado a casa. Menos mal que después de mucho esperar, mi bisabuela decidió regresar. En la novela, el personaje tiene un sueño premonitorio que se materializa en un hecho milagroso.

NM: El historiador Miguel Ors Montenegro, profesor de Historia del Periodismo y director de la Cátedra Pedro Ibarra de la Universidad Miguel Hernández de Elche, menciona siempre en el aula que todavía no se ha realizado la película definitiva de la Guerra Civil. ¿Compartes esta misma óptica en cuanto a la literatura y cinematografía ambientada en la Posguerra?

ELB: Creo que no es para nada cierto que haya demasiadas, sobre todo al respecto del hito que marcó para nuestra Historia, proporcionalmente a otros temas. Se hace referencia al tópico cuando no responde a la realidad. Siempre digo, a colación de esto, que en esta novela lo más importante no es la referencia a la Guerra Civil, sino a un tiempo de Paz que nunca lo fue. Un tiempo de victoria para un bando, que es el de la dictadura. Necesitamos explorar cómo se transformó la vida a lo largo de 40 largos años de imposición, adoctrinamiento y autoritarismo y de una represión sistemática al opositor político. Para todo lo que supuso, no se han hecho suficientes películas tampoco acerca del Franquismo.