Con motivo de la entrega de uno de los galardones económicamente mejor dotados del mundo, aprovechamos para diseccionar algunos de los aspectos que lo delatan como una herramienta de marketing y promoción más que un reconocimiento al talento literario.
En la literatura, desde el siglo pasado, se ha normalizado e incluso naturalizado la existencia de los premios literarios, motivo por el cual seguramente se ha dejado de reflexionar acerca de cuál es realmente el objetivo de otorgar una distinción especial a una obra literaria. Una vez alcanzado cierto nivel de calidad, ¿hay siquiera mejores obras literarias que otras? ¿O son tan buenas y diferentes que su comparación resulta un sinsentido? Y si no se pueden jerarquizar en cuanto a calidad, ¿cómo puede otorgársele un premio a una sobre otra?
El objetivo de un premio literario no es el de premiar la “mejor” obra escrita, porque esa obra no existe. La literatura, aunque puede y debe ser valorada bajo una serie de criterios que tiendan lo máximo posible hacia la objetividad, no es una competición. No es una carrera en la que el aspirante que menos tiempo tarde en recorrer una distancia gana. Sin embargo, si se deja de lado esta concepción clasificatoria y competitiva de la literatura, los premios literarios pueden tener cierto sentido. Y este sentido es el de seleccionar, divulgar y dar a conocer las obras literarias de calidad que reflejen las inquietudes, los problemas y los pensamientos de nuestra época, y que aporten nuevas visiones, formas y concepciones de la narrativa y del arte de la escritura. No es el caso del Premio Planeta. Ni tampoco el de, prácticamente, ninguna otra editorial que organice un premio literario en España. Pero vamos a centrarnos en este, por ser el más conocido y, seguramente, también el más descarado.
Para enunciar una declaración tan contundente como la que titula este mismo artículo, ni siquiera es necesario decir nombres propios ni hacer un análisis exhaustivo de las obras premiadas. En su lugar, una serie de datos estructurales y organizacionales, fácilmente comprobables por cualquiera, son más que suficientes para sacar a relucir el inequívoco carácter mercantil y anticultural de una industria que ya ni siquiera necesita venderse a sí misma como arte.
El Premio Planeta es uno de los premios literarios mejor dotados económicamente, por encima incluso del mismísimo Premio Nobel de Literatura. El ganador de cada edición del Premio Planeta recibe la escalofriante cifra de 1.000.000 de euros, mientras que el finalista recibe 200.000. Sólo las cifras del primer y el segundo premio son un atractivo más que suficiente para captar la atención del sector: si se destina tanto dinero a premiar una obra, el público entiende que debe ser buena.
A simple vista es sencillo pensar que se trata de una oportunidad sin igual para los buenos escritores: recordemos que el Premio Planeta es abierto y que cualquiera puede presentar una obra literaria a concurso. Si resulta que es buena, el autor o autora tiene, supuestamente, la oportunidad de obtener un gran colchón económico, difusión y prestigio para hacer despegar su carrera literaria. De hecho, este es el pensamiento generalizado que posee cualquiera que no dedique gran parte de su tiempo a bucear en el mundillo literario y editorial. Y, efectivamente, no puede ser más falso.
De los últimos diez ganadores del Premio Planeta, todos y cada uno de ellos ya habían publicado anteriormente con alguna editorial perteneciente al Grupo Planeta. Pero más allá todavía. De los últimos diez finalistas, cuatro de ellos publicaban con el Grupo Planeta y cinco con el grupo Penguin Random House antes de presentarse al premio. ¿Es casualidad que todos los ganadores y todos los finalistas publiquen con la editorial que organiza el premio o con la segunda editorial más grande del país… después de la que organiza el premio?
Y es que los autores y autoras ni siquiera son noveles, ni acaban de empezar a publicar. Con un vistazo rápido nos daremos cuenta de que la mayoría son autores y autoras consagradas que están en los puestos de venta más altos y cuya economía seguramente no haya sufrido grandes alteraciones después de ganar el premio. Y recuerdo que estamos hablando de 1.000.000 de euros. Además, cabe destacar entre los premiados a varias figuras públicas de interés, como ministras, presentadoras de televisión o periodistas de renombre. ¿Hasta qué punto es prioritaria la calidad literaria de las obras y hasta qué punto el objetivo de la editorial es promocionar a sus autores más vendidos e incorporar a sus filas a los autores de la competencia? ¿Hasta qué punto les interesa dar visibilidad a las nuevas voces literarias y hasta qué punto necesitan que los premiados sean figuras públicas para asegurar y aumentar el número de ventas? Y todo esto, reitero, teniendo en cuenta que el Premio Planeta es un premio abierto; es decir, que supuestamente cualquiera puede gastar su tiempo, dinero e ilusión en enviar su obra al premio para que ni siquiera sea tenida en cuenta.
¿De dónde ha salido, entonces, ese gran prestigio que rodea al Premio Planeta? Efectivamente, de los medios de comunicación. Y no es porque los grandes medios estén interesados en la difusión de la cultura. Si fuera así, no dedicarían ni un solo minuto a hablar de un premio como este. En realidad, el Grupo Planeta es propietario y accionista de otros grandes grupos mediáticos entre los que destacan la cadena de televisión Antena 3, la cadena de radio Onda Cero o el periódico La Razón. Dada la burbuja mediática alrededor del premio y los grandes beneficios que genera, el resto de medios no tienen más que seguir la corriente para conseguir tráfico en sus redes. La vieja máxima en la formación de la opinión pública: si algo se repite muchas veces, termina siendo verdad.
Toda esta serie de estrategias de marketing que se hacen pasar por promotoras de la cultura no son exclusivas del Premio Planeta: por el contrario, son una realidad sistemática en la inmensa mayoría de los premios literarios, que básicamente funcionan como una herramienta gigante de promoción que responde a los intereses económicos e ideológicos de la entidad organizadora. La presencia de figuras de la política en la ceremonia de entrega de un premio organizado por una gran multinacional ya debería ser una señal más que evidente para advertirnos de que el objetivo del premio no es precisamente dar difusión a las obras que fomentan el pensamiento crítico y el cuestionamiento de las estructuras sociales.
Este artículo pretende ser un punto de partida para indagar en los entresijos de la industria literaria y juzgar la verdadera calidad de las obras que se nos venden como “buenas”. Queda a criterio del lector o lectora responder a las preguntas aquí planteadas y a otras muchas que pueda plantearse. Para mí, todas ellas se responden por sí solas.