Ni al punto, de partida, ni al cierre. En un alto de entrevista, le planteo, directa, al escritor Eloy Urroz (Nueva York, 1967) una cuestión imperdible para amantes de los tópicos artísticos, entre los que me incluyo. ¿El creador se logra liberar alguna vez de todos sus demonios y obsesiones? ¿Te sucedió con tu anterior obra, La mujer del novelista? La respuesta es concluyente: “Sí, pero cuando creí que los había exorcizado todos, de pronto, surgió la necesidad de escribir esta nueva ficción”.
Con Demencia, thriller de onírica inquietante y aires de novela negra, el autor mexicano nacido en Manhattan, declara haber conseguido ser consistente en su poética: evitar la repetición. “No se parece en nada a mi historia anterior y creo que me salió bien un género que nunca había intentado”. Urroz no erra el tiro. El ritmo de la trama y el giro de los acontecimientos articulan un relato adictivo y vertiginoso al que el lector se arroja tan asombrado como su protagonista, el violinista Fabián Alfaro. El encuentro del músico con una misteriosa mujer le sumirá en un laberinto de realidades opuestas, en las que la alucinación y asesinato precipitarán contrapesos.
¿Querías escribir una novela surrealista? “No pensaba exactamente en eso, sino en obras que pueden o no ser (según a quien le preguntes) surrealistas: El inquilino de Polanski, Ese oscuro objeto del deseo, de Buñuel, Lost Highway de Lynch, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, de Murakami, La obediencia nocturna, de JuanVicente Melo y Sobre héroes y tumbas, de Sábato. A partir de esos seis títulos se moldearon mucho mis ideas”. Y la suma podría proseguir: “Luego están Kafka y Dostoyevski”.
Tomo el guante de Ernesto Sábato. A diferencia de para las matemáticas o la física, el Premio Cervantes no creía que la verdad fuese para la vida. “En la vida es más importante la ilusión, la imaginación, el deseo…”. Demencia asume todos los ingredientes. La atmósfera de extrañamiento cala cada página de la novela, una noria de transfiguraciones: Desde lo verídico a los personajes y la ciudad de México, viandante y ruidosa, en cuya imagen Eloy Urroz emplasta la metrópoli de los ochenta con la soñada y la que recuerda. “Pensé titularla ‘La transfiguración de la mariposa’.
Le gusta llamarla, en realidad, “novela coral”. De su bibliografía, es la que contiene más voces narrativas hasta ahora, ocho en total. Fabián no avanza solo, sus intricadas andanzas, se simultanean con los contradictorios puntos de vista de sus amigos Néstor y Rogelio, las hermanas de este último y las pianistas Daniela y Herminia. “Fabián no se parece a nadie que conozca, está inventado de cabo a rabo, a diferencia de los demás”, matiza. Curiosamente, el que tres hermanas se enamoren de un mismo hombre sobre el papel no atiende a un imaginativo capricho. Un amigo español le contó el caso.
La deconstrucción social
El violinista de Urroz, además de un Quijote o un frenético paranoico, según se mire, es principalmente un hombre con una misión: Tocar públicamente las tres sonatas Opus 30 de Beethoven en una fecha próxima. Me intriga. ¿Por qué no los nocturnos de Chopin o las suites francesas de Bach? “Poco antes de ponerme a escribir, cumplí un sueño acariciado: leer la biografía de Solomon de Beethoven y escuchar toda su obra, pieza a pieza, varias veces, al ritmo de la lectura de su vida”. No fue una tarea mastodóntica como podría parecer: “Se trata de mi compositor favorito”.
Eloy Urroz visita Madrid escasos meses después de su amigo Jorge Volpi, que presentaba en marzo Una novela criminal en España. Ambos, pertenecen a la conocida Generación del Crack, movimiento literario que rompió con el postboom latinoamericano. Volpi afirmaba intentar ordenar la realidad en su nuevo trabajo mientras, en una democrática armonía de contrarios, su compañero lo rehuye. “Por lo general me importa más cuestionar el mundo que nos rodea y nos invade que su representación. Volpi se dio a la ingente tarea de darle orden al caos en su última novela y yo lo he fragmentado todo, pero prometo que no fue a propósito”, explica entre risas el autor, profesor de literatura latinoamericana de The Citadel College, en Charleston (Carolina del Sur).
Me viene a la cabeza un fragmento de Arte y olvido del terremoto, firmado por otro insigne padre del Crack, el inolvidable Ignacio Padilla, quien falleció prematuramente hace dos años: “Las palabras empleadas para describir los sismos eran predecibles: tragedia, desastre, catástrofe. No circuló la que mejor habría explicado lo que estaba ocurriendo: vértigo”. Urroz ataja de raíz. “Todas son palabras, palabras. No obstante, aún siéndolo, hieren, importan, repercuten…”. Se refiere a nuestros días, a la esquizofrenia y la “impunidad” que hiere a México (“por eso no dejé pasar un par de sucesos de tremenda injusticia que incluyo en la novela, absolutamente reales”). Leyéndole se confirma que en el caos enfático que vivimos la literatura tiene el poder de un demiurgo contra cualquier demencia.
Foto: Michel Berda