Primer plano. Un cuerpo flota en la piscina, un hombre, ha sido asesinado. Su voz en off nos asalta. Es William Holden y su personaje, Joe Gillis, tiene algo que contarnos. ¡Vaya con Norma Desmond (Gloria Swanson) y Sunset Bulevard! Los fantasmas persisten, pero no todos reviven su historia con la clarividencia del narrador de El Crepúsculo de los dioses. La protagonista de la nueva novela de Toni Hill (Barcelona, 1966), El oscuro adiós de Teresa Lanza, contempla el mundo asomada a una ventana invisible, en busca de respuestas. Su inexplicable suicidio, el de esta joven hondureña, roba el sueño también a las cinco mujeres en cuyas casas limpiaba. Viviendas ajardinas en una exclusiva urbanización cerca de Barcelona, donde las apariencias engañan y los engaños pesan bajo el maquillaje. Un nuevo crimen reavivará el recelo, el ocaso, la soledad social. ¿Quién o qué mató a Teresa Lanza? Muchos quisieran olvidarla, pero hay alguien dispuesto incluso a mancharse las manos por enterrar para siempre la verdad.
Nokton Magazine: Regresas con una novela difícil de encasillar dentro del género negro. El oscuro adiós de Teresa Lanza rehúye el canon para ser un punto de encuentro entre la trama social y el espacio psicológico, con guiño a lo policiaco.
Toni Hill: Cuando escribí mi anterior novela, Tigres de Cristal, donde hablaba mucho de la inmigración de los 70 y la periferia, me quité la etiqueta de autor de policial. Y de golpe, pasé a estar en todas las mesas de novelas del extrarradio. No me gusta ceñirme solo a un tema, intento indagar más allá. La novela es difícil de definir. No hay una cosa planeada de homenajear, está en el inconsciente, pero diría que es una mezcla donde podríamos hablar de dos tradiciones: La de la novela norteamericana que yo denomino “de casitas” como El nadador, que menciono en el texto, y la novela latinoamericana, donde hay una explosión muy fuerte en un momento dado del componente fantasmal.
NM: Desde las primeras páginas mi mente evocaba ese título sagrado de Marsé, Últimas tardes con Teresa. Aunque Castellverd y sus mujeres con aires de Desperate Housewives (Mujeres desesperadas) puedan deslumbrar, ella es la médula.
TH: El libro no hubiera existido sin Teresa Lanza. Hay pocas novelas que reflejen la diversidad que hay hoy en nuestro país, protagonizadas por una inmigrante que además no es protagonista por su condición de inmigrante. Con el factor añadido del elemento sobrenatural que se desarrolla, valga la palabra, de una manera natural. Teresa se dirige al lector y con todo el sentido. Muere anclada a esa especie de purgatorio y la seguimos como si aún pudieran sucederle cosas. La novela plantea el juego con las cartas desplegadas. Inquieta, se siente la desolación de Teresa, pero no asusta. Nunca me han gustado los alardes gratuitos.
NM: Aquí no hay filo, la muerte es pulcra. Tu relato tiene invocaciones de crónica. La cámara capta el ambiente, pero esquiva el exhibicionismo.
TH: Sí, no quiero juzgar. Se llevan esas corrientes maniqueas de que el personaje de la chica inmigrante es una santa y la chica rica y acomodada es egoísta per se. No me interesa nada la narración sin matices. Aquí, además de Teresa, son cinco mujeres con formas de ser y familias muy distintas. Podemos ver que las señoras no explotan a quienes le ayudan con las tareas domésticas. Las tratan muy bien, aunque siempre exista una distancia. Son testigos de todo, pero bastante invisibles, no cuentan en esa dinámica familiar. Tienen voz de vez en cuando, no mucha, y desde luego no tienen voto.
NM: ¿La distancia tiene un componente racista?
TH: No, tampoco es un tema tanto de racismo. Más bien de clasismo. Quería retratar a un tipo de burguesía que si tú les preguntaras tampoco es una burguesía de derechas. Son señoras hechas a sí mismas, mujeres que han triunfado en sus respectivos campos y se sienten por un lado completamente liberadas, manejan su vida, pero empiezan a tener una edad en el que sus problemas son que no entienden bien o no les acaba de gustar el mundo que las rodea. Sobre todo en el caso de Lourdes, que es la más afectada por la muerte de Teresa.
NM: Lourdes Ros tiene, junto a Teresa, el mayor recorrido emocional. Hay un hecho que marca su relación: Ella no ve con buenos ojos que su hijo se enamore de la hondureña, su ayuda doméstica, y menos que pretendan tener un proyecto de futuro juntos.
TH: Ella se enfrenta a una verdad incluso sobre sí misma. Quizá tenga los mismos prejuicios que tenían sus padres. Nadie es tan buena ni tan mala persona en la historia. No era lo que ella había pensado para su hijo, una cosa es la teoría, el todos somos iguales, y otra la práctica real. Creo que nos quedan siempre algunos tics y actitudes en el fondo, en nuestro ADN… Nos parece bien que Teresa Lanza vaya a limpiar, le pagamos lo que le corresponde o incluso más, pero la imaginamos todo el rato como la chica de la limpieza. Le asignamos sin querer un lugar, como si toda su vida fuese eso. Las generaciones van pasando. Estoy segura que con el tiempo los hijos de las Teresas Lanzas nacerán, estudiarán aquí y serán maestros, abogados, médicos… A día de hoy a los inmigrantes tendemos todavía a encasillarlos en una categoría laboral.
NM: ¿Lourdes es un espejo en el que mirarnos?
TH: He de confesar que a mí también me pasa un poco en relación a otros temas. Todo pasa muy rápido, fuera de las olas de pandemia, y uno acaba viendo millones de matices o posibilidades a una noticia y la gente te exige un posicionamiento inmediato. Casi no te da tiempo a pensar en qué lado estás. El tema ya habrá caducado para entonces. Es una mujer interesante, pero está perdida. Es responsable de una editorial, sostiene su status a través de sus aciertos editoriales… El fantasma que enfría su hogar, dando vueltas por su casa, es una inestabilidad personal y profesional.
NM: No sé si porque la novela arranca con un hecho irrefutable todo en el curso de la historia parece inevitable.
TH: Sí, hay una especie de cadencia. Yo soy mucho más de pensar los personajes que de pensar la trama. Suelo tener claro el eje central y me centro en clarificar a los distintos “actores” de la historia. A partir de ahí se mueven y hacen lo que el autor por lógica espera que hagan.
NM: ¿La trama policiaca actúa como pieza de esa secuencia?
TH: La violencia que quedaba fuera de Castellverd, pues Teresa Lanza se suicida en su casa, había que llevarla hacia los personajes VIP. No podía ser que continuaran siendo inmunes. Sin ser una novela policiaca -he mezclado muchos ingredientes- creo que juega un poco con el enigma británico: Hay un grupo de personajes cerrado y se pretende averiguar qué pasó, como solía hacer Agatha Christie. Si fuese un crimen, tendríamos unos sospechosos concretos en una ubicación muy concreta.
NM: El mes pasado participaste justo en un especial sobre Agatha Christie y Patricia Highsmith. Sobresalía la contemporaneidad de Highsmith, que señalaba al criminal que llevamos dentro. Al leer tu novela no pensé en culpables, pero sí en responsables de actos que dañan vidas ajenas.
TH: Es imposible no serlo, vivimos en sociedad, nos relacionamos. Uno puede utilizar sus mecanismos de defensa, pero es muy difícil. En el suicidio no hay un brazo material. Cuando alguien se suicida, la responsabilidad de lo que hizo tiene muchas capas. Se centran en su círculo más íntimo, los vecinos que lo conocían de vista… pero el suicidio es un acto que nos sigue conmoviendo porque no entendemos qué empuja a eso
NM: Cuando charlamos hace un par de años sobre Tigres de cristal, tu anterior novela, me comentabas que era una historia de culpas muy extrañas, donde se desvanecía el papel de víctimas y verdugos. ¿Continúas profundizando?
TH: Ese es el territorio que a mí me interesa en el fondo. Los matices y las contradicciones. En el caso de Teresa, su prematura muerte nos provoca un sobresalto. Todas las señoras de Castellverd se plantean “¿qué parte de culpa tengo yo en eso? ¿En qué momento hice lo que no debía o dije lo que no debía?”. Porque si no es inexplicable. Es un acto en contra de la esencia del ser humano.
NM: Viene a ser una lacra, un fracaso social.
TH: Hace falta que alguien tome este tema más enserio, con planes de prevención más amplios. El suicidio sigue siendo el mayor motivo de muertes violentas en España. El otro día vi un spot en TV3 con un mensaje de ánimo, en contexto de pandemia. No lo había visto antes, no sé, y me pareció muy bien. Hay como una negación de este tema, un velo de silencio. Sigue siendo un tema tabú. Yo voy más allá del tema individual de los afectados. Cuando se hablan, las cosas se asumen.
NM: Sí, el silencio es un factor de deterioro. También en el caso de los inmigrantes, grandes olvidados en la agenda política. Y los que se acuerdan de ellos, más vale que se quedaran en blanco.
TH: Recuerdo que en la mesa de debate previa a las elecciones catalanas que organizó TV3, solo el representante de Vox habló de este tema, leyendo los delitos cometidos en la última semana por inmigrantes. Vale, él tiene su agenda y es libre de decir lo que quiera, pero es curioso que ninguno de los representantes de los otros partidos mencionara nada al respecto. Hay un cierto tono de condescendencia cuando se dice que “no todos son así”. Al final de lo que se trata es que son personas. ¿Qué significa “los inmigrantes”? No es un colectivo uniforme. En EEUU hay momentos en la campaña solo dedicados exclusivamente para captar el voto de la gente negra y latina. Son una densidad de población que cambia y cambiará unas elecciones.
NM: ¿Es la democracia más frágil de lo que imaginamos?
TH: Siento que ya tenemos interiorizada la democracia, a pesar de que queden restos de conductas. Aunque cambiase el sistema de gobierno, eso no es un valor en sí mismo. La democracia no impide cosas como la corrupción, la malversación… La democracia es adulta y madura, pero no es la panacea, todo es mejorable. Los que le achacan fallos, están achacando fallos al género humano, pues no implica que la gente automáticamente sea buena, solo es el mejor sistema posible para organizarnos. Uno de los ejemplos más flagrantes es EEUU. A mí no me apetecería demasiado estar en ese bipartidismo eterno que tienen ellos y sin una sanidad como Dios manda, sin un sólido bienestar social. Nadie cuestiona la democracia estadounidense. Bueno (ironiza), excepto Trump.
NM: En España, durante más de una semana, hemos visto a los medios abrir los informativos con imágenes de contenedores ardiendo en en el Paseo de Gràcia durante las protestas por el encarcelamiento de Pablo Hasél. ¿Cómo lo has vivido como barcelonés?
TH: Hoy me he acordado de que en los años 20 a Barcelona se la llamaba “La Rosa de Foc” (la Rosa de Fuego) debido a la quema de conventos, iglesias… Ahora estamos en una situación muy complicada, la juventud catalana ha vivido un contexto muy politizado y se mezcla aparte la desesperanza con la desesperación y la falta de valores. Protestar hemos protestado mucho siempre, pero no creo que sea imprescindible convertir el espacio en Vietnam. No tengo claro que el motivo de liarla sea tan importante para ellos como la intención de liarla. Al final consiguen que haya gente que no se manifieste. Te expulsan entre todos. Uno no quiere verse en medio de los actos vandálicos ni sufrir el golpe de una pelota de goma, aunque entiendo que los antidisturbios tienen que actuar. Independientemente de todo, respecto a la libertad de expresión, me parece importante que el señor Hasél vaya a la cárcel por agredir a alguien, pero no por componer un rap o escribir un tuit.
NM: Se palpa un notable agotamiento social por los escándalos de corrupción en goteo frente a las crisis que vivimos. Aunque admitamos que la corrupción no es patria solo de políticos, lo muestras en el libro.
TH: Está presente en distintos estratos sociales y no hablo de la factura en negro del mecánico. Vivimos muchos años en una dictadura, que tiene un modo de funcionar. Si haces la pelota al superior te tratará bien. Nos está costando desprendernos. La picaresca hispánica de toda la vida, aunque creo que va a menos. Lo público y lo privado no sé si lo hemos sabido diferenciar. En los primeros años de la escalada de corrupción, algunos partidos seguían arrasando en las elecciones, por ejemplo. En la novela no quería hablar de gente rica y corrupta, pero habiendo cinco hogares diferentes, un porcentaje tenía que haber.
NM: Escribiste tu nueva incursión literaria durante el confinamiento, una valiosa distracción, pero tengo entendido que la serie británica Endeavour o «Morse» para los seguidores fieles, fue un buen aliciente.
TH: Sí, ¡la serie me salvó la vida directamente! Cada noche veía un capítulo, después de la jornada de escritura. Me organicé el horario y eso incluyó hacer ejercicio y racionarme las siete temporadas de Endeavour. Morse era mi Teresa Lanza (ríe), vivía en mi casa. El detective, el jefe… Eran mis vecinos. No era tanto por la trama, sino porque era muy encantador ir a Oxford, el vestuario, esos tés… Me hubiera encantado acudir al pub a tomar una cerveza con ellos. ¡Me lo pasé bomba! Prefería vivir en el Oxford de 1960 a la Barcelona del 2020.
NM: ¿Tu seriefilia es únicamente ociosa o también tomas referencias para escribir?
TH: No, es totalmente hobbie, para disfrutarlo. Aunque alguna vez te sorprende alguien con algún recurso estilístico. Como sucede con los interrogatorios que se producen en la novela, tan marcados de pregunta y respuesta, sin acotaciones, a lo Big Little Lies. Lo había probado, pero no tan extensamente y agiliza, da un ritmo más frenético. Aunque surgen nombres en las conversaciones y eso ayuda a identificar, el trabajar tanto los personajes permite que el lector sepa de quién se trata solo con su manera de hablar.