A Toni Hill (Barcelona, 1966) no le desencanta que, tras leer su novela, uno pueda categorizarle líricamente como ese chico de barrio que todavía no se ha civilizado. O que creía haberlo hecho cuando, tras estudiar BUP y COU, salió del distrito cornellanense de San Ildefonso, cerrando un capítulo casual de su juventud. “Cuando conseguimos irnos nos fuimos, no niego que con un cierto desdén (muchachos que dejan el barrio atrás), pero con los años, también con nostalgia, te das cuenta de que aquello no era maravilloso ni idílico, pero hay que poner en valor todo lo que se consiguió allí”.
En la conocida como ‘Ciudad Satélite’ de Cornellá de Llobregat, barrio obrero originado en el tardofranquismo por los inmigrantes llegados exponencialmente de Andalucía y Extremadura y capital del ‘Cinturón rojo” barcelonés, se enmarca Tigres de cristal, nueva novela del artífice de la reputada trilogía del inspector Salgado. Transformado en fabulador gótico en su anterior obra, Los ángeles de hielo, Hill regresa con una turbadora trama en torno a los estereotipos y el acoso escolar, a caballo entre el final de los setenta y el presente, entre la conciencia y la culpabilidad negada.
“Es una historia de culpas muy extrañas, donde se desdibuja el papel de víctimas y verdugos. Los protagonistas son los agresores de alguien que los agredía, que cometen un crimen moralmente reprobable, pero también pesa la sensación de que el escarmiento es legítimo. ¿Cuál es la graduación moral a tener en cuenta?” reflexiona el autor, quien apartándose del canon clásico de novela negra sobre «quién hizo qué», presenta el asesinato de un adolescente a manos de dos compañeros con la intención de desentrañar “el por qué se hizo y qué consecuencias tuvo después”.
Como hiciera, enmarcado en su terreno, el realizador Chicho Ibañez Serrador con la terrorífica ¿Quién puede matar a un niño?, Toni Hill logra transformar una cuestión siempre asociada a la inocencia (la infancia) en carne de noir para imprimir una vuelta de tuerca. “He perdido el miedo a abandonar los códigos del género”, confiesa. Y la amistad, convertida en motor del crimen, se transforma años después en otro motivo, el reencuentro de los “justicieros”, dos adultos a los que la lealtad (‘una palabra que ha caído en desuso’ señala en el texto un personaje de moral reprobable) oprime tanto como la verdad. “Tenía un gran interés en poder abordar la autojustificación como modo de supervivencia y, en consecuencia, la necesidad inevitable de asumir responsabilidades” afirma el autor.
Entre las páginas, sin posicionamientos a la carta, las consecuencias rebasan el horizonte próximo, «el titular y el simple tuit», colocando al lector en una posición incómoda. “Es importante que la literatura dé versiones y matices porque siempre que se habla del bullying nos situamos al lado de la víctima y sus familias, por supuesto, pero por el lado del acosador, encontramos unos padres que lo quieren, que sufren. No podemos ser tan taxativos y decir que lo han educado mal. Algo debieron hacer y no hicieron, pero creo que merecen una cierta solidaridad”.
De forma paralela y conectada íntimamente con el caso del pasado, una adolescente comienza a padecer acoso a través de las redes sociales y se siente completamente desprotegida frente a un agravio coral no identificable. “¿Quién es el enemigo? El acoso de hoy en día es más insidioso. Ya no es cara a cara como antes, se oculta en el anonimato, se viraliza, y ataca sin descanso, en los perfiles, en el móvil…” describe Hill. Aunque no guarde secuelas y menos rencor, el escritor conoce en primera persona lo que significa ser el blanco de las burlas permanentes, injustificadas. Durante dos años fue su rol en el patio del colegio.
El último informe de UNICEF revela datos alarmantes. Solo en España, el 32% de los niños y adolescentes de entre 9 y 16 años han sufrido acoso, offline y online, durante en 2017. ¿Qué se puede hacer? “Las políticas están apuntando ya a trabajar con los denominados espectadores. El acosador necesita público. Hay que enseñar a los niños y adolescentes que si alguien se mete con alguien es denigrante, no es divertido, y se debe enfrentar y denunciar. Como en el caso del machismo. Todos hemos oído comentarios que sobran, incluso de amigos. Ya es hora de decir: ‘Oye, no tiene ninguna gracia’”.
El creador, traductor literario y licenciado en psicología, expone que «la violencia se ha sofisticado», reprimiendo la parte más física, y en su evolución, se escuda de modo impune detrás de un teclado. “Hay casos increíbles. Una amiga, autora de juvenil, sufrió una cacería demencial cuando alguien compartió un extracto de su novela sin contexto ninguno. Lo mínimo fue gente pidiendo que retirasen la obra; había quien le deseaba lo peor, incluso la muerte de sus hijos”. Y continúa: “Lo más inquietante es que posiblemente sean personas que si nos encontráramos por la calle nos parecieran absolutamente normales. Las palabras duelen, yo no diría por Twitter lo que no me atrevería frente a frente”.
Tigres de cristal retrata también el tránsito entre dos épocas, la de la España que caminó hacia la democracia amparada en los Pactos y con un fuerte movimiento sindical (la palabra obrero pertrechaba pluralidad) y la coetánea, de marcada evolución, pero polarizada y con las condiciones laborales, batalladas entonces, sesgadas. Véase la descripción gráfica: En la segunda parte de la novela toma el protagonismo una heroína de andar por casa, que no se reconoce, tiene suficiente con los malabarismos que conlleva cotizar como autónoma. “Hay un bullying fuera del escolar, el social. ‘Yo no me muevo no sea que me toque a mí’. A finales de los setenta echaban a un obrero y cerraban todas las fábricas”, recuerda Hill.
¿Se ha perdido el espíritu del 78? El autor catalán medita. “Quizás debiéramos aprender de la comunión de aquellos años, de ese esfuerzo colectivo y revisitar los pactos. No solo en lo territorial. Nadie logrará todo lo que quiere, habrá que ceder, poner voluntad y admitir lo que concierne a cada uno, pero eso dignificará para crear un nuevo acuerdo, mejor, que funcione para las dos próximas décadas”.
La conversación y la mirada vira de nuevo hacia aquellos bloques verdes, enormes, desbordantes, de ‘La Satélite’, que se impregnan de la crónica generacional y la psicología del crimen. Truman Capote y A sangre fría no es el único leitmotiv de quien firma el libro, “un escritor del extrarradio que escribe sobre el extrarradio”, ahí la particularidad. Vázquez Montalbán, Francisco Candel, Pérez Andujar u otros autores barceloneses «tendieron más al Besós y al turismo accidental». En un movimiento de road movie, atajamos por la periferia americana y Jeffrey Eugenides y Las vírgenes suicidas emplatan «la mediocridad asumida».
Hasta que Emily Dickinson hace acto de presencia, rebosante ya en los títulos divisorios de la novela, y reivindica la soledad de los personajes. “Me fascina, es casi un ser mitológico, con toda la carga emocional que te aproxima a la adolescencia. Empezó siendo un recurso y acabó siendo una metáfora”. Su corazón era puro y terrible escribió la poeta americana sobre su padre, pero parece que hablara de la perversión de la ingenuidad.
«Los héroes tampoco están forjados de una pieza», nos recuerda el autor, trasluce su fragilidad: “Los protagonistas quieren ser justicieros y la verdad es que en la vida prácticamente lo poco que puedes hacer es sobrevivir dignamente”. Solo Sandokan, el ‘Tigre de Malasia’, carecía de fisuras desde el televisor. Ahora se viven tiempos de antihéroes.
A Toni Hill nunca le ha convencido ‘la paz final’, la sensación de que el mundo se recoloca de golpe en los últimos párrafos de una narración. Sin embargo, por una vez, ha querido dar una oportunidad a la esperanza. “El mundo es como es, pero aún queda gente dispuesta a abrir las ventanas, a sacudir las alfombras y encender la luz. La novela es dura, pero deja un hueco a pensar que siempre queda la posibilidad de que mañana seamos mejores”.