Tras el desastre de Chernóbil en 1986, la ciudad de Prípiat cambió para siempre. En la actualidad es un lugar fantasma, anclado en el tiempo como un reducto viviente de aquellos años de la Unión Soviética. El documental del cineasta Chad Gracia The Russian Woodpecker nos sumerge en dos viajes paralelos que confluyen en un mismo punto, la figura del artista ucraniano Fedor Alexandrovich, el narrador del relato. La crisis entre Ucrania y Rusia son el telón de fondo en la búsqueda de este caricaturesco personaje por hallar la verdad del acontecimiento que marcó su vida cuando era niño.
Un extraño sonido en las emisoras
Las sospechas de Fedor sobre la naturaleza del desastre de Chernóbil quedan claras desde el inicio del documental. Probablemente este sea el primer defecto de la obra de Gracia, el hecho de que la investigación gira en torno a la premisa inicial de la que parte. No hay lugar a dudas, ni a cambios de teorías.
La hipótesis inicial lleva a una solución clara. En ese punto, es difícil pensar si nos encontramos ante un documental que muestra una investigación objetiva o solo la realidad que el protagonista desea creer.
Para Fedor, la relación entre el accidente nuclear y unos extraños sonidos que se interceptaron en las emisoras de radio de onda corta de todo el mundo durante finales de los 70 e inicios de los 80, era clara. El famoso ‘pájaro carpintero ruso’ fue una construcción descomunal bautizada como Duga que se encontraba a escasa distancia de la central nuclear. En plena guerra fría, la misión de este proyecto no era otra que interceptar el lanzamiento de misiles estadounidenses para actuar a modo de defensa. Sin embargo, el inquietante sonido que navegaba desde las ondas de Ucrania a todo el mundo inquietó a la población que se encontraba al otro lado del telón de acero.
El miedo soviético
Uno de los puntos fuertes del documental es su ritmo fluido e informal. Como si de una película de espías se tratase, durante casi hora y media acompañamos al polifacético protagonista en sus encuentros con físicos nucleares, antiguos ingenieros soviéticos, fiscales, historiadores etc. Además de contar con la otra perspectiva de la historia, la de su amigo y director de fotografía.
En todo momento queda patente un elemento común en todos aquellos que prestan testimonio: el miedo soviético. Una actitud de defensa aprendida durante los años duros de la URSS. El pavor, la necesidad de ocultar y no hablar de asuntos de materia delicada atrapan al propio Fedor cuando su investigación alcanza un nivel de alto riesgo, provocando que este haga concesiones e incluso abandone el país por temor a represalias.
Sin embargo, no deja de suscitar cierta dudas para el espectador el hecho de que el protagonista roce en lo paranoico al creer que la Unión Soviética ha vuelto y actúe con un temor que raya en el histerismo. Un punto de vista que no comparte con su equipo y provoca discrepancias entre ellos.
La libertad de Ucrania
El cambio de actitud en referencia a la investigación provoca un giro inesperado en la trama principal del documental. No obstante, el montaje nos devuelve al punto inicial: las protestas de Ucrania.
La relación entre el descubrimiento de Fedor y las tensiones entre Ucrania y Rusia eclosionan cuando este se dirige a los manifestantes ucranianos micrófono en mano, venciendo así el miedo que le paralizó anteriormente. Sin embargo, y pese a lo loable e interesante de la obra de Chad Gracia, la veracidad de las teorías que se presentan en referencia al accidente nuclear de Chernóbil se diluye en divagaciones sin pruebas sólidas.
Premiado como mejor documental internacional en el Festival de Sundance de 2015, The Russian Woodpecker sabe conjugar dos tramas paralelas en la personificación de un antihéroe que aporta un cariz fresco y extravagante. Un estreno en el género documental de Chad Gracia que resulta enigmático e interesante a partes iguales.