Debo comenzar diciendo que mi primer contacto con la serie Gotland, la colección basada en la isla homónima sueca y escrita por Mari Jungstedt, ha sido con el libro Donde muere la luz. Nada más y nada menos que el número 16 de los publicados. Pero, a veces, las situaciones son imprevisibles. Ya sabéis, hace tiempo que tienes una serie de libros pendiente… vas posponiendo empezarla… y, por azarosas casuísticas, te surge la oportunidad de leer la última entrega. Sin problema, comenzamos desde ahí. En este caso además, como en la mayoría de series protagonizadas por detectives, no es un inconveniente para seguir la historia.
Han pasado veinte años desde la publicación de Nadie lo ha visto, primer título de la serie, cuando llega Donde muere la luz (publicado por Maeva Noir) y cuya sinopsis comienza así: “la desaparición de dos niños en la isla de Gotland se entrelaza con el misterioso pasado de la isla. Cuando faltan pocos días para Halloween, dos niños que disfrutan de sus vacaciones de otoño en Gotland desaparecen sin dejar rastro”.
La esencia de lo que popularmente se denominada “novela negra nórdica” pervive en este título con un complejo caso cargado de suspense y aderezado con un toque de crítica social. Sin embargo en este título nos encontramos con un destino de tintes paradisíacos, algo menos común en los escenarios detectivescos propios del norte de Europa, marcado especialmente por los raukar de Holmhällar, unos curiosos monolitos de piedra caliza que han dejado volar la imaginación a los escandinavos a lo largo de toda su historia. El tratamiento del paisaje que recorre esta investigación con una isla salvaje y aparentemente idílica para vacacionar se convierte por tanto en parte sustancial de la trama. De hecho aparecen mapas en el inicio, algo poco común en este género y que resulta de interés para el lector. Es también especialmente atractiva la inclusión del arte y las antigüedades que poco a poco van tomando relevancia en la novela.
En Donde muere la luz se entremezclan con mimo todos los requisitos que le pedimos a un buen misterio; una historia del pasado que regresa, una desaparición sorpresiva, un comisario a punto de jubilarse, varias familias de gran poder, un par de periodistas que recaban información por su cuenta… Cada mirada aporta un avance y un planteamiento diferente consiguiendo que el lector se vea enseguida envuelto por la intriga y se plantee de forma constante nuevas preguntas. Con un estilo ágil en el que las diferentes perspectivas juegan un papel clave en el desarrollo del misterio Mari Jungstedt construye una novela redonda para los amantes del género negro.
La desaparición de dos niños da pie a una investigación policial liderada por Anders Knutas (el inspector protagónico de esta serie) en la que le acompaña, de nuevo, el periodista Johan Berg. Por su parte van avanzando con carisma en las pistas adentrándonos a cada página en nuevas preguntas sobre el caso, ¿por qué han movido las bicicletas de los pequeños? ¿Es posible que detrás exista una extorsión relacionada con una polémica construcción turística? ¿Cuál es el escenario de una misteriosa foto? ¿Hasta dónde puede llevar la pasión por el coleccionismo? A la par vamos descubriendo los secretos de la familia de uno de los niños desaparecidos, incluyendo antiguas órdenes semisecretas, y viajamos al pasado para indagar en una historia cargada de tesoros vikingos. Basta recordar el subtítulo de la novela “la obsesión por el pasado puede arruinar el presente”.
No sé cuál será mi siguiente paso. Si decidiré retomar la serie Gotland desde el primer título publicado o si iré lanzándome a leerlos de forma aleatoria. De lo que estoy segura es de que el resto de novelas irán cayendo por mis estanterías.