Una fotografía abre una puerta, devela un sentido, augura una película. Al menos así fue cómo la directora Patricia Ortega (Maracaibo, 1977) tropezó con el germen de Mamacruz, filme en el que deshoja la sexualidad femenina desde la cotidianidad de una mujer mayor, encorsetada en su faceta de cuidadora y, en realidad, ávida de sensaciones. En el encuentro impensado con un antiguo posado a piel descubierta de su madre, Ortega atisbó un lado desconocido de su progenitora -madre soltera que se desvivió por sus hijos y nunca dejó que ninguna de sus parejas penetrara en el ecosistema familiar-, así como la incómoda realidad de los roles.
“Abandonarte para ser el sostén de los demás es uno de los mandatos más duros sobre la feminidad. Cuando la figura femenina decide no estar a merced de los demás hay un cuestionamiento y también siente culpabilidad. Parece que se es una mala madre, una mala abuela, una mala hija… es decir, una mala mujer”, reflexiona la directora, Premio Espiga Arcoiris en la Semana Internacional de Cine de Valladolid – Seminci 2018 por Yo, imposible, festival al que ha regresado a presentar su segundo largometraje de ficción.
Cruz, más conocida como Mamacruz a ojos de su nieta, responde al perfil que se entrega laboriosamente a los suyos y acude devota cada jornada a misa, pulcra en la costura de una saya, puntual al servir caliente el plato en la mesa. “Una abuela que sigue trabajando incansable, tarea que las mujeres han realizado de manera ímproba, aportando tanto económicamente a las sociedades desde siempre”, afirma Kiti Mánver (Antequera, 1953), quien se desenvuelve con espléndido vigor y emotiva comicidad en el personaje con el que vuelve a asumir un protagónico en el cine.
“La palabra ‘vieja’ no me parece peyorativa, no hay que tenerle miedo, es otra etapa de la vida. Después de la menopausia a la mujer le viene una época absolutamente impresionante, en la que de pronto su cabeza busca hacer miles de cosas, con una energía meteórica”, comenta la actriz, en gira hasta finales del próximo mayo con El inconveniente, de Juan Carlos Rubio; y homenajeada estos días, por su sobresaliente trayectoria, con la Espiga de Honor en la Seminci.
“¿Cómo puede encontrarse uno mismo en medio de la supervivencia, el trabajo, las necesidades…?”, se plantea Patricia Ortega, haciendo referencia a los patrones socialmente asumidos, pero también a los autoimpuestos. “Ese ‘deber ser’ o ‘debería ser’ pesa demasiado, pero yo he querido mostrar la posibilidad de encontrar formas de sentir y de asumir la vida más cercanos a lo que somos como ser humano”.
A sus setenta años, la protagonista de Mamacruz experimentará un despertar profundo cuando sin querer le asalte una escena de carácter pornográfico en la tableta con la que se mantiene en contacto con su hija, en Viena por un proyecto profesional. El abordaje de sus deseos desencadenará un torbellino de situaciones en el que, no sin tropiezos y vacilaciones, Cruz alumbrará una renovación que le liberará de cualquier fuerza represiva. “El resorte es el deseo sexual dormido, pero en realidad es el revulsivo para que surja otra vez el hambre de ser ella misma y conectar incluso con la vocación de juventud que no se permitió”, explica Mánver. Un plano que la película revela también en la piel del marido de Cruz (Pepe Quero), perdido en, actitud silente, dentro de la rutina emocional.
“Era fácil caer en el cliché de que todo fuese culpa de un mundo opresor o de un marido enemigo -acentúa Ortega-. No se trata de eso, sino de la lucha contra el tabú y el esquema de vida propios. Una cárcel en la que también puede estar sumergida la persona que está a tu lado”.
El seno de la intimidad, el hogar entonces adquiere un carácter simbólico. ¿Dónde se podría buscar la liberación si no en esos rincones donde tiene lugar la “complejidad” de la vida? La casa se transforma a través de “pequeñas explosiones”, tal como lo describe Kiti Mánver. Sea en conversaciones, madre e hija, “sobre la culpa, el perdón y el reconocimiento de que la única forma de vivir la vida es según nuestras necesidades” o en una desnudez, que a solas en el salón y mostrada con delicada fragmentación, reivindica que “la sensualidad no tiene edad y está en todas partes”, en palabras de la directora Patricia Ortega.
“Es hermoso trabajar en sentirnos cómodos con nosotros mismos. Si íbamos a hablar de la búsqueda del placer, ese placer no podía depender de otro cuerpo, en la imposición de tener que ser apetecibles para otros. La sexualidad reside en cada uno”, añade la realizadora, que firma el guión -ambientado en Sevilla- junto a José Ortuño.
El erotismo, ajeno a parámetros, conduce asimismo a la imagen musculosa de un Cristo en una capilla, ya que explica Ortega, “no se puede desligar la estética de la escultura sacra de la naturaleza humana”. Y cuenta cómo de pequeña su madre la matriculó en un colegio religioso, de monjas, y le llamaban la atención los querubines, con los que como persona Queer, se identifica. “Ya se sabe que los ángeles no tienen sexo”.
La sororidad ensanchará los márgenes del mundo de Mamacruz, estáticos hasta el momento en un fervor temeroso al pecado. ‘Ya va siendo hora de que hagas algo pa’ ti‘ le azuza una de las compañeras del grupo de terapia sexual en el que recalará en busca de brújula. Esa palabra suya le sanará. “La vida no acaba si uno no lo ve así”, comparte convencida Kiti Mánver.
Le pregunto si, después de medio siglo de carrera, ha alcanzado una comprensión más profunda de ‘esto’ de existir. “Como los actores trabajamos constantemente con emociones, a veces ha habido una cierta distancia, pero yo he hecho más de una terapia para poner los pies en la tierra y no confundirme. Me sigue costando, pero creo que voy en el buen camino. Nunca es tarde. En ello estoy -ríe-. En eso sí me parezco a Mamacruz”.
El filme, presentado en Sundance y ganador del Premio al Mejor Largometraje de Ficción en el Festival de Nashville (EE.UU), llega a las salas con la intención de romper mitos sobre la mujer en la tercera o a cualquier edad. En este sentido, la realizadora Patricia Ortega confiesa tener un deseo por encima de todo: “A veces se comete el error de hacer películas políticamente muy militantes, lo que aleja a personas contrarias a tu forma de pensar. He querido hacer una película íntima, cercana. Si logro que personas de diferentes pensamientos empaticen con el personaje, ya habré plantado una semilla en este mundo en el que hace mucha falta entendernos”.