Conversamos con el sociólogo y periodista español Juan Carlos Pérez Jiménez sobre Ultrasaturados. El malestar en la cultura de las pantallas Ultrasaturados. El malestar en la cultura de las pantallas (Plaza y Valdés Editores, 2021), su nueva obra con la que golpea el cristal de la indiferencia que hoy nos rodea. Ante una realidad catastrófica, el escritor no se resigna, al contrario, propone un «espectador emancipado» ante la epidemia de narcisismo que nos invade.
NM: ¿Cómo nace la idea de Ultrasaturados?
JCPJ: Hace algún tiempo, me pregunté, mirando al móvil: “¿Voy a llevar este aparato en la mano continuamente hasta el día que me muera?”. La escritura de ensayo me ha acompañado desde siempre como manera de reflexionar sobre las cuestiones que me interesan. Me gusta sentarme a escribir y “pontificar a solas” desde mi ordenador, sin filtro y sin autocensura, como modo de ordenar mis ideas. Con suerte, de esas sesiones de escritura sale un texto que interesa a otros. Y así llevo publicados diez libros desde los veinticinco años. Mis inquietudes siempre se han repartido entre los medios de comunicación audiovisual, en los que he tenido una larga carrera profesional, por una parte, y las reflexiones del psicoanálisis, la filosofía o la crítica cultural, por otra, y siempre desde una perspectiva muy conectada con la vida, la creación y la actualidad. Fue una buena amiga psiquiatra que vive en Londres, Iria Prieto, quien me sugirió que por qué no intentaba aunar ambos intereses en un nuevo libro. Y en aquella pregunta que me hice sobre el móvil encontré el vehículo para reflexionar sobre la manera en que nos están transformando las redes sociales, sobre el narcisismo y el poder de la imagen sobre nuestras vidas, sobre la relación con uno mismo y con el otro a través de esos medios de comunicación portátiles que llevamos constantemente encima.
NM: En la introducción de su libro usted habla del creciente pesimismo actual que nos paraliza, ¿la información se ha convertido en un virus?
JCPJ: Nos alimentamos de información y hay que ingerir las suficientes noticias para estar bien nutridos. Y como con la comida, es mejor tener de más al alcance que de menos. Pero también entra en juego la calidad de los nutrientes. Si tomamos solo azúcar o grasa podemos acabar empachados y desnutridos. Es fundamental seleccionar fuentes de calidad y trabajar la conciencia crítica para saber dónde acomodar las opiniones ajenas. La cuestión es que las informaciones populistas, interesadas o las fake news, conforman una posverdad que es como el fast-food, golosa y saciante, pero dañina. En ese sentido, se extiende como un virus, se expande rápidamente y sin esfuerzo, mientras que el antídoto de esta información basura requiere investigación, esfuerzo e inversión. Ese es un motivo para el pesimismo, porque puede hacernos pensar en el mundo como un campo minado que es mejor no pisar. Pero mi apuesta es por la conexión, corriendo el riesgo de equivocarnos y permitiéndonos nuestras debilidades, pero buscando la comunicación que nos nutra y nos construya como sujetos, que no siempre será la golosina que da satisfacción inmediata.
NM: Sin embargo, usted también reivindica la capacidad de pensar como vía para no caer en la parálisis. ¿Se puede lograr esto aun siendo parte de la cultura de las pantallas?
JCPJ: Estoy convencido de que esta herramienta que tenemos en la mano puede hacernos más libres, aunque también tiene el potencial de someternos aún más. La clave nos la da el filósofo francés Jacques Rancière cuando habla del espectador emancipado, aquel capaz de convertirse en creador de contenido o en traductor de realidad. Se trata de no ser solo parte de los que miran y hacernos autores de nuestro relato, preparándonos para interpretar de forma crítica lo que nos llega y elaborando un discurso propio, sea de mayor o menor calado, pero nuestro. Eso no quiere decir que hacerse youtuber o aspirar a ser influencer nos convierta automáticamente en sujetos más libres por el mero hecho de generar contenido, porque puede seguir siendo tremendamente banal o cosificador. Pero aprender a manejar la herramienta de generadora de ideas, desde escribir en una hoja de papel a montar un videoclip, nos otorga un poder que puede ser utilizado para construirnos y para deconstruir con más conocimiento lo que nos llega de fuera.
NM: ¿Quién o qué está vaciando la profundidad del ser humano?
JCPJ: Realmente no creo que hayamos sido más profundos como sociedad en otras épocas, pero sí pienso ahora tenemos más responsabilidad por no serlo, porque tenemos más recursos que nunca para conocernos, para conocer el mundo y al otro. Pero hemos elegido utilizarlos para evadirnos. Preferimos enajenarnos con una pantalla antes que mirar hacia nuestro interior por miedo a lo que nos vayamos a encontrar. El problema es que lo que hay dentro no mejora si no lo atendemos, si no lo cultivamos. Estamos eligiendo la disipación y nos entregamos a entretenernos hasta el aburrimiento y a aturdirnos con psicofármacos cuando llega la angustia. No creo que se pueda señalar a un responsable, aunque naturalmente son muchos los interesados en vendernos su paquete de evasión, pero es nuestra responsabilidad como sujetos ocuparnos de nosotros. El cuidado de sí señala hacia el reconocimiento de lo que nos falta, de lo que no somos, para reconciliarnos con lo que somos. Y para ello podemos ejercitarnos en el diálogo y la escucha, en la lectura y la escritura, en la pausa y el silencio o en la inventiva solitaria. Y también podemos intentar dosificar la entrega compulsiva a ese ocio estéril que nos vacía tanto como nos satura.
NM: Su libro está dividido en cinco capítulos. Quisiera que nos detallara dos de ellos: Espejos (el 2) y Cuerpos (el 3)
JCPJ: Son dos capítulos que están muy relacionados. En ellos se aborda la epidemia de narcisismo que ha convertido las pantallas en un espejo en el que mirarnos, en el selfi inacabable que es Instagram. Hemos elevado la mirada del otro a estatuto ontológico, y nos hemos convencido de que ser es ser vistos. Vivimos un tiempo de voyeurs y exhibicionistas en el que el indicador del máximo reconocimiento social reside en ser mirado: mirado por muchos, mirado muchas veces, mirado mucho tiempo. En ese hábitat de espejos y miradas, el cuerpo se eleva como protagonista absoluto, fagocitando todo el espacio del sujeto. La belleza física, cada vez más artificial y postproducida, es la moneda de cambio en el reino de las pantallas y todos aspiramos a un ideal inalcanzable que contemplamos a diario, pero que ni siquiera existe fuera del soporte electrónico. De esta exposición permanente nace una relación patológica con el paso del tiempo y con el envejecimiento del cuerpo, una lucha constante contra nuestra propia condición que nos invita a canjear nuestro tiempo de vida por un dinero con el que comprar, con suerte, el elixir de la eterna senectud. El intento de parar el tiempo y vencer a la muerte está condenado al fracaso, pero nos hemos empeñado en creer que es posible y que se vende en farmacias.
NM: ¿La utopía era esto, el triunfo de la ambición de unos pocos?
JCPJ: Es tentador claudicar ante esa idea, pero quiero pensar que no. Quizás los ideales utópicos revolucionarios no tengan cabida en un mundo capaz de absorber y neutralizar la onda expansiva de cualquier intento de transformación profunda. Pero sí creo en la posibilidad del giro emancipatorio, de la rectificación subjetiva frente a la sumisión. Un giro que nos acerque a la manumisión, el acto por el que los esclavos de Roma llegaban a conquistar la libertad. Cuando menos, podemos aspirar a despojarnos de las servidumbres voluntarias, esas por las que nos convertimos, sin que nadie nos lo imponga, en ciudadanos consumisos, entregados a un consumo insaciable que, a no mucho tardar, acabará con nosotros. Pero quiero pensar, por ejemplo, que los chicos y chicas que están creciendo hoy contemplando los excesos que comentemos contra el planeta inventarán y demandarán un nuevo modo de relación con el mundo. Mantener viva la llama de la posibilidad es lo mejor que podemos desear y eso no es una utopía.
Texto de: Vicente Arteaga