Fernando García Pañeda, autor de «In Arcadia»: «Es difícil dedicarse a escribir si uno tiene la absurda idea de triunfar»

'In arcadia', de Fernando García Pañeda.
'In arcadia', de Fernando García Pañeda.

Cuenta el escritor bilbaíno Fernando García Pañeda que una vez le dijeron a Vargas Llosa que no servía para nada más que para escribir, y que eso sería algo maravilloso que escuchar de uno. Porque escribir implica dejar encerrada en una obra un pedazo del alma propia, que escapa del tiempo y viaja directa a la posteridad. Es una forma de, en definitiva, contribuir a eso que tienen en común todas las obras culturales y artísticas: la configuración del concepto de la belleza que, de forma aislada, nos resulta quizá inaprensible.

Nokton Magazine: ¿Cómo te definirías como escritor?

Fernando García Pañeda: No lo sé. Digamos que soy un lector que escribe. No escribo como profesión, ni me lo tomo como una carrera o algo por el estilo. Escribo porque, después de haber jugado con el fuego de bibliotecas enteras (es decir, leído), el fuego se extendió a mi interior y tuve que empezar a crear, a dar forma a historias derivadas de tantos mundos recorridos para mitigar la quemadura de esas llamas. Me niego a adoptar un punto de vista de escritor profesional, que es lo que venden todos esos expertos que enseñan a escribir novelas, a hacer escritura creativa (menuda redundancia, tan absurda como la de novela literaria). Cuando escribo, lo hago desde un punto de vista de lector, porque es lo que fui durante treinta y seis años antes de sentarme ante el cuaderno y dar forma a mi primera novela. Y uno no se puede desprender de todo ese camino recorrido. Soy una persona que escribe porque tiene que hacerlo, porque no puede dejar de hacerlo, sin más, y no sé cómo se define a esa clase de escritores. Por eso no sé definirme como escritor, no encuentro una etiqueta para colgarme.

NM: Es una realidad que estamos perdiendo la costumbre de leer a los clásicos, pero, aún peor: también la capacidad de entenderlos. ¿Ves esta situación reversible?

FGP: En modo alguno. Quizá podría serlo después de un apocalipsis, una catástrofe nuclear o un meteorito, si es que se salva alguna biblioteca con clásicos… Pero, a día de hoy, la industria literario-editorial es imparable, y no estará dispuesta a semejante involución tan positiva y necesaria. Además, tal como están diseñados los currículos educativos, dada la agresión continua a la que se está sometiendo a los estudios humanísticos y comprobado el desprecio olímpico por todo lo que suponga un esfuerzo intelectual (leer lo es), es imposible revertir la situación. Hoy en día, el término leer se define como un devorar o tragar páginas a ritmo de locomotora sin el menor obstáculo o esfuerzo que detenga o retarde un poco la velocidad. Se publican cada año decenas de miles de títulos con una fecha de caducidad muy corta y no se puede permitir que un retorno a la lectura en condiciones eche a perder tamaño negocio. ¿Cómo se va a volver a leer y entender a los clásicos si se ha perdido la costumbre de leer? Leer no sólo a los clásicos, sino cualquier texto que, como estos, implique la complicidad del lector para el disfrute y la comprensión de la obra.

NM: ¿Es difícil dedicarse a escribir hoy en día si uno no está pensando en que su novela pueda servir también como guion televisivo?

FGP: Cada cual escribe como escribe. Hay quien escribe como si estuviera transcribiendo una serie de Netflix repetida hasta la saciedad, cambiando apenas nombres y escenarios. Y hay quien escribe con pausa y con alma, dejando fluir esa historia que arde en su interior. Una historia no original, porque no hay nada nuevo bajo el sol, pero sí una historia en la que imprime su marca como persona, su trayectoria vital, sus sentimientos, los detalles que intenta regalar a sus lectoras curiosas y traviesas, o salvajes (sin domesticar por los escaparates comprados de las librerías). Es difícil dedicarse a escribir si uno tiene la absurda idea de triunfar, o alcanzar algún moderado reconocimiento, sin adoptar los esquemas rígidos que impone la industria literario-televisiva para que masas genuflexas compren ciegamente sus productos.

NM: ¿Cómo de importante es la belleza en una obra cultural?

FGP: Bueno, yo entiendo que una obra cultural o artística, si realmente lo es, presupone la posesión de una dosis alta de belleza. Cerremos los ojos y pensemos en obras que nos hayan impresionado, o gustado sobremanera, de las que hayamos visitado, o visto en libros o en internet de alguna manera. ¿Cómo de importante es la belleza que contiene? ¿Qué grado alcanza? Una novela de Von Arnim, una escultura de Bernini, una película de John Ford, un retrato de Élisabeth Vigée, una iglesia bizantina, un palacio florentino o una mezquita de Mimar Sinan, etcétera. Son las obras las que dan forma al paradigma de la belleza. Pero valorar esa belleza, para definirla, para relacionarla en distintas obras, también exige un esfuerzo, un conocimiento, un entrenamiento del alma que es adonde llega a tocarnos la belleza. Pero, como dije hace poco en una entrevista, no se puede enseñar a tener alma.

NM: Ahora que estamos todos tan preocupados con la inteligencia artificial, ¿podríamos decir que la búsqueda de la belleza es algo que nos caracteriza como humanos, algo que no puede replicar una máquina?

FGP: Creo que esa búsqueda y ese hallazgo de la belleza como creación humana es la última frontera frente a la inteligencia artificial. Porque la belleza reside en el alma, busca y llega al alma en cada persona. Y el alma es lo único que nunca podrá tener una máquina, una inteligencia artificial, por muchos trillones de datos que pueda reunir y procesar o por muchos algoritmos que le impriman para reconocer obras bellas. Hace poco discutía con un principiante de la vida (mi hijo menor) si una sinfonía de Mozart o un oratorio de Händel son meras obras construidas por el cerebro con su inteligencia (como paladinamente sostenía mi colocutor) o tienen otro componente, el anímico, proveniente de un pathos divino, o en todo caso, sobrenatural (como sostenía yo). Por supuesto, no le convencí. Pero la simple experiencia obliga a aceptar que la inteligencia artificial puede adquirir el ethos y el logos, pero no el pathos de una obra de arte, en caso de querer replicarla, y, si lo intenta, se verá tal como es, algo artificioso y sin verdadero valor.

NM: ¿Qué es más importante en In Arcadia, el trasfondo cultural o los personajes?

FGP: Los personajes, siempre, porque es una novela. Por lo tanto, los personajes, su historia, las circunstancias en que se ven envueltos, su relación, es lo esencial. El trasfondo cultural funciona como el decorado en una obra de teatro: si es bonito o interesante, hará que la obra se disfrute con mayor placer o interés. Es un elemento añadido con el que enriquecer las situaciones, la trama o las propias características de los personajes. Al entreverar las diferentes culturas que aportan los éstos, creo que sus relaciones se vuelven más complejas y más enriquecedoras. Lo cierto es que esas culturas son poco y mal conocidas en nuestro país, hay que tratarlas sin estereotipos, sin lugares comunes y con conocimiento de causa, no con meros datos anecdóticos o superficiales, porque todo tiene que ir destinado a enriquecer a los personajes.

NM: ¿Qué te parecía tan llamativo de la Estambul del ocaso del siglo XX para centrar allí tu In Arcadia?

FGP: Un lugar irrepetible, con una tradición trimilenaria, que ha recibido multitud de aportaciones culturales, políticas, demográficas… Algunos historiadores del siglo pasado llamaron jocosamente a Estambul «la ramera de los siglos», por la cantidad de pueblos de distintas culturas, etnias, religiones que han tratado de poseerla y dominarla, y en muchos casos lo han conseguido, con mayor o menor gana de sus habitantes. Al final, todo ese poso cultural y su peculiar y estratégica situación geográfica la han hecho completamente diferente de cualquier otra ciudad del mundo. Estambul es al mismo tiempo un enorme mercado, un conjunto de palacios impresionante, un bosque desmedido de torres y minaretes, una línea de horizonte plagada de rascacielos vanguardistas, una aldea inmensa, una universidad de historia, una variopinta marea humana y un cofre megalómano de tesoros escondidos. Tiene la marca que llevan tantas ciudades milenarias del Mediterráneo en levante o en poniente, pero más a lo bestia.

NM: Aseguras que para los papeles protagónicos te suelen salir con más facilidad personajes femeninos, ¿a qué dirías que se debe?

FGP: No sólo me salen con más facilidad, sino que casi siempre son las que tiran del hilo en las historias que escribo. Al principio siempre son ellas las que aparecen en las ideas primigenias, y más tarde aparecen sus contrapartidas. No es un tópico, sino un hecho objetivo y cierto que las mujeres son seres mucho más evolucionados que los hombres: no sólo más resistentes, sino más inteligentes, intuitivas, afectivas y sensibles, y son mucho más variadas y ricas sus actividades, intereses, ideas… Tienen una mucho mayor capacidad de asimilar, crear y transmitir la belleza, que para mí es algo esencial. Por eso mismo presentan una variedad de arquetipos muchísimo mayor. Y, partiendo de esa enorme gama de arquetipos, definir al detalle cómo va a ser mi protagonista femenina es mucho más apasionante que perfilar las contrapartidas masculinas. Los personajes masculinos acompañan, ayudan o, en el mejor de los casos, complementan a la protagonista femenina, siguen el camino que ésta traza… muchas veces tan embelesados como yo mismo. (risas) Se podría decir que en cada una de mis novelas hay un personaje femenino en torno al cual se apoya la historia y la trama. Incluso en algún caso (como en Tres Gymnopedias) sólo hay protagonistas femeninas.

NM: Te gusta contar historias acerca de hechos interesantes pero que suceden en épocas poco conocidas. Siguiendo este criterio, ¿sobre qué otra época o épocas te gustaría escribir?

FGP: Sí, me gusta ambientar mis historias en épocas poco conocidas o, aunque sean conocidas, en algunos aspectos peculiares. Tengo proyectos, unos más avanzados que otros, sobre historias situadas en épocas pasadas y, en concreto, tres: uno en el emirato de Creta fundado por exiliados andalusíes, otro sobre la presencia bizantina en España y uno más situado en los años 60. Este último es en el que estoy trabajando en estos momentos, y que, por cierto, exige tanto rigor en la documentación y en la descripción de modos de vida como el que requiere cualquier otra novela histórica situada en siglos anteriores.

NM: ¿Qué te gustaría que dijeran de ti tus lectores?

FGP: «Mira este. Escribe de una forma muy clara, sencilla y elegante. No te sube la adrenalina, pero es un placer seguir la melodía de sus palabras». Ya sé que nadie va a decir eso, y quizá no haya nadie tan cursi como para decirlo, pero, sinceramente, es lo mejor y más hermoso que podría escuchar. También serviría lo que le dijeron en su día a Vargas LLosa, según confesó en la entrega del premio Nobel: «No sirves para nada más que para escribir», que quizá sea algo más asequible, y me conformaría de muy buena gana con esta alternativa. Porque a mis lectoras les entrego trocitos de mi alma que quedan después de la quema en forma de palabras.