Evgen Bavcar: las imágenes en los ojos de un fotógrafo ciego

Evgen Bavcar no nació ciego pero la fotografía llego a él cuando sus ojos eran incapaces de apreciar la luz. La cualidad de invidente para un oficio como este parecía un impedimento pero para Bavcar no resultó ser un problema.

Evgen Bavcar no nació ciego pero la fotografía llego a él cuándo sus ojos eran incapaces de apreciar la luz. La cualidad de invidente para un oficio como este parecía un impedimento pero para Bavcar no resultó ser un problema. Nació en un pueblo de Eslovenia en 1946, a los doce años y tras dos accidentes consecutivos perdió completamente la visibilidad. A los dieciséis le pidió prestada la cámara a su hermana para retratar a la chica de la que estaba enamorado, “¿Y quién va a hacer la foto?” le preguntó. Aquel primer contacto con la fotografía supuso una revelación, el hecho de poder tener algo que no le pertenecía y que no podía ver le satisfizo enormemente.

Estudió Historia y Filosofía en la Universidad de Liubliana, más tarde se trasladó a París donde ingresó en la Soborna como investigador del CNRS, posteriormente publicó un estudio sobre el expresionismo alemán. En 1989 expuso su primer trabajo en París. Gracias a sus estudios teóricos, especialmente el de filosofía del arte, en el que recurrió a la ayuda de lazarillos para que le expusiesen las características de las obras para, de ese modo, sacar conclusiones, le ha permitido tener una visión indirecta de lo que percibe. Como él mismo diría “mi mirada existe gracias al simulacro de la foto que ha sido vista por el otro”. Hasta los 30 años fue considerado un fotógrafo amateur, sin embargo, en la actualidad sus obras han sido expuestas en numerosos lugares, entre ellos Europa y América Latina.

El mundo en penumbra

Bavcar no puede ver, pero sí imagina. Para él eso es la esencia, el mundo interno que habita en todo ser humano. «Cuando imaginamos cosas, existimos: no pertenezco a este mundo si no puedo decir que lo imagino a mi manera».

Sus fotografías que navegan entre lo visible e invisible, como un mundo de ensoñaciones, reflejan su realidad interna. Un velo opaco en el que se plasma la percepción que tiene de todo aquello que le rodea pero que es incapaz de apreciar a través de sus ojos.

No dispara sin que la imagen que quiere conseguir esté perfectamente dibujada en su cabeza. Coloca la cámara cerca de su boca y se deja guiar por las voces de sus retratados, para medir la distancia entre ellos utiliza las manos, lo demás nace de la necesidad de reflejar lo que no observa.

Su estética en penumbra es una autoafirmación, una carta de presentación de sí mismo. Su obra es una colección de fotografías en blanco y negro de larga exposición, con encuadres arriesgados pero perfectamente realizados. El imaginario se completa con montajes de superposiciones y el empleo de elementos luminosos como velas o linternas con las que recorre los objetos, a veces usando el tacto para percibir aquello que quiere capturar, otras con la ayuda de un asistente. Tras más de dos décadas de carrera solo tiene una queja, el funcionamiento de la cámara de fotos no fue concebida para los ciegos.