Cualquier excusa es buena para comprar, alquilar, prestar, dejar, coger prestado… o regalar un libro (y más si se le añade una rosa), pero la cita de Sant Jordi es imprescindible para los amantes de la buena lectura. Desde la redacción, hemos elegido diez con los que reír, llorar, filosofar o simplemente pasar un buen rato, ya sea en el tren, en el parque, en una terraza o en tu sofá.
1. Hamlet, de William Shakespeare
«Ahora mismo estoy leyendo Hamlet. Sí. Sé que asusta. Y sí. También sé que debería habérmelo leído hace tiempo (¡periodista cultural de pacotilla!). Lo abrí con el temor de enfrentarme a algo inabarcable y fue un gusto descubrir una historia inmortal, ágil e intensa. Es un libro fácil y, sobre todo, eterno: muchas de las reflexiones que contiene siguen estando de rabiosa actualidad. Lo recomiendo porque os va a divertir, os va a hacer pensar y, encima, podréis fardar citando a Shakespeare en vuestros eventos culturales». (Alexandra López)
2. Azul. Una comedia del arte, de Christopher Moore
«No hay que entender el título de comedia del arte desde el lado escénico sino literalmente, se trata de una comedia sobre el mundo del arte. En concreto sobre una de sus épocas más interesantes, en las que el impresionismo se bebía en cada esquina de Montmartre. Los personajes que pasan por ella, de Van Gogh a Toulouse-Lautrec, se verán embriagados por un pigmento de azul que solo vende el misterioso marchante de colores. Otra ficción absurda de Moore que crece al vestirse con tintes artísticos y que dibuja, en un escenario único, una composición de base histórica con pinceladas de misterio». (Rocío A. Gómez)
3. La mano del diablo, de Douglas Preston y Lincoln Child
(Publicado en 2004, La mano del diablo es el primer libro de la Trilogía de Diógenes). “Todo comienza con la inexplicable muerte de Jeremy Grove, un famoso crítico de arte. Su cuerpo fue encontrado en una habitación cerrada desde dentro, con la marca de un crucifijo grabada en su pecho como una quemadura, la huella de una garra en la pared y un insoportable hedor a azufre. Hasta los menos supersticiosos empiezan a hablar de un pacto con el maligno. Para investigar este caso, el inspector Pendergast tendrá que viajar a un pueblo de Italia, donde veinte años atrás cuatro hombres hicieron una promesa diabólica. Pendergast, junto al agente D’Agosta, se verá obligado a enfrentarse con fuerzas desconocidas. Una obra de suspense intrigante y entretenida en su misma medida, con personajes bien elaborados y con elegancia a la hora de narrar. Te envuelve en la trama desde el primer momento». (Miriam Muñoz)
4. La vida exagerada de Martín Romaña, de Alfredo Bryce Echenique
«Conseguir un buen chiste, la perla justa de humor, es tarea harto difícil. Alfredo Bryce Echenique maneja el halo despistado de su propia persona para conseguir construir un alter ego con aire mediocre y taciturno, aunque con más genialidad de la que se cree. Por eso La vida exagerada de Martín Romaña conforma una suerte de bella réplica a la Rayuela de Cortázar, más gamberra y real. Si muchos bohemios desorientados caminan por el Barrio Latino con la obra bajo el brazo, los que se ven con los pies más en la tierra lo hacen con la novela del peruano en busca de esos comedores universitarios en los que sirven vino con tapita de plástico. Martín Romaña se ha convertido para muchos en la imagen a seguir para vivir un París distinto, con retazos de aquella ciudad que buscaba arena bajo los adoquines pero con la impronta nocturna más a flor de piel que nunca». (Maite Urcelay)
5. El reino de este mundo, de Alejo Carpentier
«Con 16 años, el profe de Literatura nos puso delante una lista de títulos del Realismo Mágico, entre los que debíamos escoger uno que leer. Recordé todas las veces que había escuchado decir de alguien eso de “su reino no es de este mundo”, así que me quedé con El reino de este mundo (1949), del cubano Alejo Carpentier, para ver si entendía mejor la frase. Y entonces lo real maravilloso, los zombis, la lucha por los derechos civiles y el amor por Latinoamérica y la literatura entraron en tromba en mi vida, gracias a un libro que siempre asocio con la felicidad de poder escoger lo que uno quiera, y encima acertar». (Manuela Astasio)
6. Non debían medrar, de Manuel Lueiro
«El pasado 9 de abril se cumplieron 100 años del nacimiento del escritor gallego Manuel Lueiro Rey, y creo que una buena manera de celebrar Sant Jordi puede ser empapándose de la honda humanidad y compromiso social –siempre a favor de los desfavorecidos– que destila su extensa obra literaria. Propongo como lectura Non debían medrar, del que Edicións Xerais de Galicia acaba de publicar una nueva edición para conmemorar el centenario del autor. En el libro, Lueiro nos traslada a la Galicia rural a través de un personaje anónimo que, ya en su madurez, va relatando distintos pasajes de su vida en la aldea en la que creció, recordando un tiempo gris marcado por la guerra y la posguerra, pero en el que todavía florecían la amistad y la esperanza. Es un auténtico canto a la memoria. La versión en español está bajo el título Un río que camina«. (Adela Bértolo)
7. La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera
«Si hablamos de recomendaciones, no puede faltar en esta lista una de las novelas sustentadoras de la literatura del siglo XX. Milan Kundera plantea en esta obra la oposición levedad – peso, es decir, una temática existencial, que vivimos a través de una relación amorosa. Tomás es un hombre divorciado que vive con distintas amantes hasta que conoce a Teresa, con la cual renuncia en cierto modo a su libertad, si bien no en sentido estricto. Más que ante una historia de amor, nos encontramos ante los conflictos emocionales de ambos protagonistas en la “Primavera de Praga”. Mientras que Teresa sobrevive cada día en la insoportable tensión entre el amor y los celos, Tomás no soporta la idea de estar sumido en esa levedad que lo aleja de Teresa, pero tampoco en el peso que cae sobre sí al renunciar a su libertad. Podemos entender la levedad como un refugio de la realidad, sin embargo, ¿no es el vacío una de las peores formas de pesadez?». (Belén Abellán)
8. Madre e hija, de Jenn Díaz
«Cuando llegó a mis manos la última novela de Jenn Díaz, la devoré en cuestión de pocas horas, ojalá me hubiera durado dos o tres días, pero fue imposible. La escritora catalana consigue relatar una historia de mujeres sencillas que han ido tejiendo redes entre ellas a través de los años y va contando las relaciones familiares de madres a hijas y de tías a sobrinas. No es un libro al uso pero consigue expresar sensaciones que normalmente no llegan a ser descritas. La lectura es un emocionante paseo por la vida de cuatro mujeres que podríamos ser nosotras mismas en algún momento de nuestras vidas». (Mar López)
9. Futbolistas de Izquierdas, de Quique Peinado
«En Futbolistas de izquierdas Quique Peinado nos posiciona en un mundo que puede parecer de fantasía, épico o tolkiano (si existiera esta palabra) pero que es muy real, el mundo de los futbolistas implicados políticamente. Y ojo, implicados con la izquierda, que ya es decir. Historias individuales sobre jugadores de fútbol que luchan por sus ideas, historias todas ellas interesantes y que a través de estos futbolistas, algunos más famosos que otros, nos hacen recorrer diversos países y épocas de la mano de estos deportistas «polémicos». Hay vida más allá del “lo importante son los tres puntos” y del «partido a partido». (Antonio Guirao)
10. Bola Extra: cualquiera de Elena Martín Vivaldi
«En una época en la que la poesía contemporánea está en pleno auge, no debemos olvidar que una mirada retrospectiva puede ayudarnos enormemente a comprender los versos que hoy leemos. Es casi obligatorio para los amantes de la poesía recuperar del desconocimiento a Elena Martín Vivaldi, seguidora de Virginia Woolf que escribió durante toda su vida desde una posición conscientemente femenina. Su expresión particular la llevó incluso a adjetivar su nombre para plasmar todo su universo poético: melancolía, tristeza, soledad, y entre tanto, esperanza. Elenamente encantados quedarían con la poeta los contemporáneos Luis García Montero o Javier Egea, en cuyos textos –también recomendadísimos– leemos también a la granadina». (Belén Abellán)