El arte y la tecnología vuelven unirse y los titulares las han situado de nuevo en la misma línea durante las últimas semanas. ¿El motivo? El comienzo de la comercialización de activos NFT, un registro que permite comprar un token de una obra digital sin poseerla físicamente. Algo así como el opuesto al aura de la imagen de la que nos hablaba Walter Benjamin.
El auge de la venta de obras con activos NFT parece estar revolucionando el sector del arte, aunque no sabemos si ha llegado para quedarse o como mera especulación. La novedad consiste en que cada obra de arte está autentificada por una cadena de bloques (blockchain), al modo de las criptomonedas. Estos token no fungibles solo facilitan al propietario del mismo un registro, ni siquiera conceden derechos de autor ni de reproducción, simplemente la titularidad del archivo adquirido. Esto no ha impedido que los precios de estos productos sean, cuanto menos, sorprendentes. Christie’s ya se ha sumado a este criptoarte y ha vendido el NFT de la obra Everydays: The Fisrt 5000 Days del artista Beeple por 69 millones de dólares.
En gran medida estos productos, que pueden comprarse y venderse pero no son tangibles, parecen enfocados a obras de criptoarte. Pero casi todo producto digital tiene cabida; desde un tuit a una columna periodística. De hecho una de las compras más llamativas ha sido la de un artículo del The New York Times que ha alcanzado los 560.000 dólares en subasta (el dinero será donado) y precisamente se titulaba “¡Compra esta columna en Blockhain!”
Aún no sabemos si la aparición de los NFT será positiva dinamizando el sector de la venta de arte, negativa incrementando la especulación, o una simple moda pasajera. En cualquier caso parece que con esto el arte se suma a tantos otros ámbitos culturales que han visto como lo material desaparecía para transformarse en un mero archivo en la nube. O, en otros casos, para ser simplemente un producto de consumo al que no hay que buscar un espacio en el hogar.
Siempre existirán quienes aman tocar los libros o manosear carátulas como nos demuestran en el documental Libreros de Nueva York. Pero la vida cultural, como el resto, se está volviendo más intangible que nunca. Dejamos de ser poseedores para ser simplemente consumidores, las casas cambian las estanterías por ereaders repletos de títulos. Los más melómanos se van pasando a Spotify, de hecho la venta de cds cayó en 2020 mientras que la de vinilos aumentó. Las colecciones de dvds han dado paso a las plataformas digitales. Los videojuegos han dejado de rodar de mano en mano para ser descargables. El blockchain ha llegado incluso a los coleccionables con los cryptokitties…
Y con todo esto las casas se vacían, incluso las Páginas Amarillas se han publicado en papel por última vez el pasado 22 de marzo, para llenar los dispositivos electrónicos. Queda por estudiar si el paso a lo intangible viene determinado por el auge de la vida experiencial a la que aspiran generaciones como milennials y centennials –8 de cada 10 prefiere gastar su dinero en eventos o experiencias que en bienes materiales- o por un cambio de mentalidad entorno a las posesiones. Un cambio que puede dar paso a una vida de intangibles.