Este otoño se cumplen veinte años del debut de Garbage. Un debut que, en realidad, no era tal, porque sus cuatro componentes llevaban ya tiempo en el negocio de la música. La escocesa de la voz congestionada, Shirley Manson, ya había aparecido en la MTV a su paso por bandas como Angelfish. Y entre esos tres americanos con pinta de asesinos en serie (con mucha clase, eso sí) que iban detrás de ella, Butch Vig, Steve Marker y Duke Erikson, había importantes productores musicales. Porque, sí, Garbage es uno de esos grupos que se forman tras una audición.
Como defiende Ian Svenonius en Estrategias sobrenaturales para montar un grupo de rock (Blackie Books, 2014), en ocasiones hay que desmitificar los procesos de fundación de las bandas de música, tantas veces asociados a fiestas irrepetibles o a ritos de iniciación con drogas. La de Garbage puede servir de ejemplo para Los discos de la Roca Madre: era 1994 y Butch Vig, que había sido productor del Nevermind de Nirvana, quería montar su propio grupo. Avisó a Marker y Erikson y se pusieron a buscar cantantes. Y entonces apareció en la televisión Shirley Manson cantando ‘Suffocate me’. Dos pruebas después, ella era la cantante, y Garbage, su grupo.
Si Garbage, su debut homónimo, alcanzó en el año de su lanzamiento (1995) los primeros puestos de las listas de éxitos estadounidenses y británicas fue, en parte, gracias a ‘Stupid girl’, uno de sus sencillos de presentación, que no tardó en convertirse en hit. Palabras burlonas -casi hasta la amargura- que brotaban de la boca de una tipa sexy y elegante, pero con cara de haberlo pasado bastante mal. Sin embargo, había algo que diferenciaba a Manson, probablemente la vocalista de una banda más icónica desde Debbie Harry, de Blondie, de otros rockeros nihilistas de su generación: ella no tenía pinta de querer matarse. ¿Había muerto el grunge?
Más bien, había evolucionado. Entre las teorías que buscan el origen del nombre de la banda siempre afloran las que aseguran que Garbage (que, en inglés, significa “basura”) no deja de ser una forma de definir su sonido, que, sin embargo, de desecho tiene poco. Un rock refinado y depurado, cargado de samples y elementos electrónicos para vestir con acierto la sensual pero descarnada voz de Shirley Mason. Los noventa fueron esos años en los que lo que antes era bello ahora empezaba a ser inquietante, y viceversa: lo que hasta entonces resultaba asqueroso comenzaba a tener su encanto. En una curiosa contradicción, un fondo de plumas rosas ilustraba la portada de Garbage.
En esta banda el grunge ya no era el mismo de antes, y no solo en el plano estético, en el que incorporaba pinceladas trip-hop y hasta de rock industrial; también en lo filosófico: seguía destilando desencanto y cabreo, pero se había adaptado al medio. Quizá el fruto del equilibrio entre la experiencia de sus músicos y la juventud de su vocalista, con una brecha de, en algunos casos, casi quince años de diferencia. “Derrama tus miserias sobre mí”, cantaba Manson en ‘Only happy when it rains’, una canción que funciona igual de bien tanto si se lee en sentido literal como en tono sarcástico. Algo muy útil para la supervivencia en un mundo del que apenas dos años antes Kurt Cobain se había tirado en marcha.
La música de Garbage decía a gritos: “esto no nos va a matar”. Han pasado tres años desde la publicación de su último álbum de estudio, Not your kind of people, pero la banda sigue en activo, en mitad de una gira europea, y el pasado 2 de octubre lanzó una edición remasterizada de su primer disco que celebra sus dos décadas de vida. De momento, cumplen la promesa.
Foto: Justin Higuchi (cc)