Robinson Crusoe se enfrenta a un nuevo mundo desde lo desconocido y desde la soledad viviendo aventuras inimaginables que plantean el hecho en sí de ser humano. Y es que su autor, Daniel Defoe, siempre ha tenido presente que la mayor amenaza de la sociedad no es la pérdida de vidas humanas, sino perder lo que nos hace humanos. Y sobre ello reflexionó en Diario del año de la peste (1722) dejando muy claro para el lector actual que el mundo habrá evolucionado pero que la capacidad del ser humano para ser consigo mismo y con la sociedad, se mantiene.
La pandemia que está viviendo el mundo en la actualidad ha llevado a muchos curiosos a aprovechar su tiempo en casa para leer o releer esta novela histórica vestida de diario que podría ocupar en los próximos meses las estanterías de best sellers si lo escribiese un autor actual. Lo es porque el paralelismo es inaudito y cada una de sus líneas puede servir hoy de guía, lo que es probablemente la intención de Defoe.
Recuento de muertes
Defoe tenía cuatro años durante la peste por lo que la narración de este diario le llevó a documentarse y a que tenga un aura periodístico, de crónica. En las primeras páginas de Diario de la peste va sumando los muertos cada semana, extrayendo los datos de las parroquias de la época, tal como hoy nos muestran por televisión o prensa las infografías con los datos de infectados, curados y fallecidos. Esos datos fueron llevando a la ciudad al pánico y haciendo que el gobierno llegase a intentar “suprimir la impresión de libros que aterrorizaban al pueblo”.
A finales del XVIII los primeros días de restricción y confinamiento también llevaron a muchos a querer escapar de sus ciudades y, como indica el diario, son precisamente los que quieren escapar de la enfermedad los que la extienden. En sus palabras “pero en el otro extremo de la ciudad la consternación era muy grande; y la clase más rica de gente, especialmente la nobleza y la clase acomodada de la parte oeste de la ciudad, salió en tropel de la villa”.
Confinamiento como solución
El libro fue publicado en 1722, varias décadas después de que la peste asolase Londres (1665) y cuando parecía aproximarse otro brote proveniente de Oriente Medio y Francia que se conocería como ‘Gran peste de Marsella’. Era el momento idóneo de recordar a los cuidadanos cómo debían comportarse.
“Al principio se rumoreaba que aparecería una orden del Gobierno para poner vallas y barreras en los caminos a fin de impedir que la gente viajase”, narra el autor. El confinamiento también fue la medida más útil del momento y las ordenanzas de la época recogieron el cierre de teatros, mesas de juego, salones de música… Las restricciones suenan similares cuando leemos en el libro “Esta necesidad de salir de nuestras casas para comprar provisiones fue, en gran medida, la ruina de toda la ciudad”.
Defoe, que era un buen negociante y que además fue el pionero de la prensa económica, tampoco podía dejar de hablar de la influencia que la pandemia tendría para las industrias y comercios de la ciudad. Por ello su personaje valora a la par la dicotomía de las repercusiones que la enfermedad tendrá tanto en su salud como en su negocio; “me enfrentaba a dos cuestiones importantes: una de ellas era el manejo de mi tienda y mi negocio, que era de consideración y en el que estaba embarcado todo lo que yo poseía en el mundo; la otra era la preservación de mi vida”.
La sanidad es la solución
En aquella peste también se vieron principalmente afectados los sanitarios como indican estas palabras “Es digno de elogio el que hayan arriesgado sus vidas hasta el punto de llegar a perderlas al servicio de la humanidad. Se esforzaron por hacer el bien y por salvar las vidas de los demás”.
Otras de las anécdotas que relata en referencia a la consideración de los ciudadanos por su salud es la de un carnicero que obligaba a sus clientes a depositar el dinero de la compra en un cubo con vinagre en vez de en sus manos, o como los capitanes que juraban sobre la Biblia que habían desinfectado sus barcos.