Hace treinta años que Lara Maiklem descubrió que en mitad de la gran ciudad seguía discurriendo el río y que en su fango guardaba la memoria de los tiempos pasados. En un apasionante viaje a lo cercano, a los pequeños detalles, a las historias maravillosas que rodean la vida, volvió la mirada al Támesis para descubrir que bajo el asfalto sigue latiendo la Tierra. Deliciosas aventuras que narra en su libro Mudlarking, en el que una cucharilla, un pequeño fragmento de sílex, un tapón centenario o un anillo grabado abren la puerta a quiénes habitaron sus orillas.
En un tiempo saturnal devastado por la ansiedad ante su futuro, el río de cada cual parece un buen refugio para volver a conectar con la esperanza. Descubrir en cada metro de tierra las huellas de quiénes somos y que conecten con los recuerdos ancestrales grabados en nuestros genes. Pequeñas historias que conforman lo que somos. Cadenas de memes narrativos, en palabras de Eduardo Vara en su libro Érase una vez en tu cerebro, que acaban quedándose grabados en nuestros genes durante generaciones como demuestran cada vez más investigaciones genéticas.
“Tú que no recuerdas / el paso de otro mundo, te digo / podría volver a hablar: lo que vuelve/ del olvido vuelve / para encontrar una voz”. Palabras de Louise Glück que sirven de arranque a Jóvenes héroes de la Unión Soviética de Alex Halberstadt y que sirven para cerrar una trilogía de lecturas que me han acompañado los últimos meses. Tres trabajos muy distintos que vienen a hilar alrededor de las mismas preguntas constantes y eternas de conocer “quiénes somos” y de “dónde venimos”, porque últimamente parecemos desengañados del “a dónde vamos”.
Tenemos el reto intergeneracional de volver a aprender a leer y dialogar con nuestro entorno cercano, con esa memoria colectiva inconsciente todavía escrita en algún lugar. Es el momento de volver a ese río a buscar nuestra propia toma de tierra, construyendo nuevas relaciones con la cultura tradicional, descubriendo las palabras locales que se perdieron entre horas de televisión, los ritmos propios ocultos entre el ruido monótono de la música más comercial y repetitiva. “En mi cotano de esparto manchego, y entallada en una bruma, me aventuré hacia mi destino”, como dijo Karmento al lanzarse a las aguas del Benidorm Fest.
Bajar cada uno con su cesto de esparto, mimbre o enea a su río, sea Támesis, Júcar o Moscas. Cada uno con su “loroló” de Quiero y Duelo, esa expresión manchega que Karmento ha hecho ya popular que se utiliza para expresar la sensación de querer algo y lidiar con el dolor y la dificultad que conlleva conseguirlo. Como las frías mañanas del Támesis, el dolor de riñones al acompañar a los abuelos a la viña, recorrer los caminos y las sendas durante horas para que el tiempo borre su transitar.
Se han cerrado colegios y estaciones, se han marchado muchos jóvenes y con ellos los maestros y maestras, se han deteriorado las carreteras y los muros de las casas van volviendo a la tierra como en el Código de barros que canta El Naán, pero es tarea de cada uno seguir bajando al río de la memoria a salvar lo que cada uno pueda de nuestras culturas milenarias, porque ahí de verdad reside lo que tenemos de humanos, recuperando ese optimismo rural de trabajar cada día para que se abran nuevas casas, vuelvan las maestras y maestros, las calles se llenen de bicicletas no sólo en agosto, para que las palabras y los senderos sigan estando ahí. Loroló. Seguiremos con nuestros quieros y duelos.