Ángela Brun: “No quiero perder ese arraigo rural, donde siempre encuentro cobijo»

Ángela Brun por Sara Jimeno Manrique.
Ángela Brun por Sara Jimeno Manrique.
Ángela Brun, joven, mujer, rural, performance y comprometida son algunas de las razones por las que su producción artística tiene una fuerza contemporánea casi desgarradora.

La artista toledana transforma una alpaca en una alegoría del mundo actual artísticamente mediocre en la Acción M2 “Una artista en un pajar” presentada por primera vez en Juan Gallery de Madrid, un trabajo de poesía expandida desde la feminidad rural contemporánea.

Una vez que ARCO ha cerrado sus puertas, parece que el arte contemporáneo ha de guardarse en una nevera hasta la próxima feria o hasta el próximo escándalo. Entonces los medios volverán a rellenar espacios con plátanos pegados a la pared o el próximo cuadro sobre Franco. En los cafés se volverá a discutir si cualquier secreción humana puede convertirse en arte o si el arte es una cosa de multimillonarios aburridos del mundo.

Fuera de las grandes ferias y galerías, como tantos emergentes que son la base de la creación contemporánea, existe un arte vivo que trata de expresar los sentimientos humanos antes los vertiginosos cambios de este mundo.

Ángela Brun, joven, mujer, rural, performance y comprometida son algunas de las razones por las que su producción artística tiene una fuerza contemporánea casi desgarradora.

Forman parte del grito colectivo de muchos jóvenes del siglo XXI que luchan cotidianamente por expresar una manera propia de entender el arte.

Ángela Brun (Madridejos, Toledo, 1988) transforma objetos referentes del mundo rural y natural evocando significados distintos. La paja, la tierra, los pájaros o las rosas son algunos de los elementos sobre los que se han construido sus acciones poéticas. En ‘Una artista en un pajar’ presentada por primera vez recientemente en La Juan Gallery de Madrid evoca “la figura del artista solitario y desconocido como pudo ser Van Gogh, que con fe en la precariedad más profunda, tantas veces se rodeó de este material tan pobre, brillante y dorado como el oro a la vez”.

Ángela Brun no cree en las fronteras espaciales y temporales para el arte, porque “existe arte fuera de ARCO y durante todo el año. Como en todos los ámbitos hay una vertiente underground y marginal. Ferias de arte emergente para artistas sin galerías que les respalden, como Justmad, Drawing Room o Hybrid Art Fair. El enfoque o no a la venta de arte es lo que marca la diferencia entre un arte más comprometido y un arte que es pictórico o de objeto”.

Sus trabajos son poemas visuales y escénicos, en “un objeto se descontextualiza para darle otro uso”. En ‘Una artista en un pajar’, explica, “llenar una habitación de paja en una sala que pertenece a una galería de arte, esa descontextualización junto con la presencia del cuerpo de la performance interactuando le añade múltiples significados. La paja en esta performance tiene varios usos literales y metafóricos opuestos. El literal es expresar cómo me siento al intentar dar a conocer mi trabajo artístico. Otro es el figurativo, un guiño al artista solitario, maldito, que no se dio a conocer en vida, rodeado de ese elemento tan brillante como el oro y, a la vez, tan pobre como es la paja”.

Códigos del mundo rural que se incorporan a su trabajo artístico. Un trabajo conectado a las raíces, con la tierra toledana de Ángela Brun, “No quiero perder ese arraigo rural, de mi pueblo, donde siempre encuentro cobijo pero que al mismo tiempo me obliga a emigrar”. Cree que “hacer cosas que parecen pertenecer a otro mundo y  otra época y que incluso molesta. Mi manera de entender el arte es minoritaria y no llega a todo el mundo. Los artistas que no están en las ferias, que no suenan tanto en los periódicos o no los representa una galería, son quienes crean acciones en el tejido artístico de la ciudad y de los pueblos”. Confiesa que “el éxito para un artista es poder enseñar su obra. Hasta ahora no he podido mostrar todo lo que me gustaría”.

Otra faceta de Ángela Brun es su labor como docente de secundaria, en la que cambia de nombre y no se presenta como artista plástica, “al principio, los alumnos tienen muy claro lo que es el arte, lo van descubriendo poco a poco, lo acaban percibiendo y disfrutando. La educación es totalmente complementaria al trabajo de un artista y lo complementa perfectamente. La adolescencia es una edad muy motivadora, interesante para transformar tu manera de pensar. La educación es convivir con personas que te escuchan y a las que puedes darles alas, abrirles la mente, intervenir en situaciones que pueden ser cruciales para sus vidas. Un instante en un aula de secundaria puede cambiar el rumbo de muchas cosas. Es una responsabilidad muy grande con una exigencia continua. A diferencia del arte, que llega a un público muy limitado, puedes estar haciendo una cosa muy transformadora, que diga la verdad universal, pero al final le interesa a muy poca gente. Sin embargo en un aula, si tienes a treinta alumnos, un mensaje potente y alentador sobre el mundo, llegas mucho más directo en educación que en una galería”.

Texto: Alba Martínez Vicente y José An. Montero