Amagos de primavera en Drawing Room

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Almudena Lobera, 'Imagine Corpore I', 2014
De entre todas las citas de la Semana del Arte elegimos Drawing Room para tomarle el pulso al mercado. Es un hecho: el dibujo contemporáneo vive una primavera.

El fin de semana en Madrid invitaba a salir a la calle y oxigenarse con una primavera desubicada pero bienvenida. Si el mundo del arte tiene siempre un punto desenfadado, la luz y una temperatura cálida recibían al visitante de Drawing Room en el Palacio de Santa Bárbara, un ejemplo de arquitectura isabelina en el corazón de la ciudad, como unos anfitriones alegres y entregados. Antes de subir las escaleras para empezar la visita en la segunda planta, la sensación de bienestar que da rodearse de obras de arte ya se elevaba como un cosquilleo.

Del 27 de febrero al 3 de marzo, la cuarta edición madrileña de esta cita con el dibujo contemporáneo se ha convertido en uno de los puntos clave en el mapa de la Semana del Arte que acaba de echar el cierre. Drawing Room es una feria y las diecinueve galerías repartidas por los pasillos de Santa Bárbara forman parte del engranaje del mercado del arte español que giraba estos días también en ARCO, JUSTMAD o Urvanity. En Drawing bastaba un paseo y algo de contexto para escuchar los cambios de turno con los que llegar a toda la maquinaria, en un alarde de ubicuidad propio solo de una semana tan frenética como esta. Si el esfuerzo ha merecido la pena lo sabremos en pocos días, cuando cada galería desglose, compute, divida, sume y coloree. Hasta entonces, otro paseo por la feria ha servido para comprobar que este año había, al menos, cierto interés: los pequeños coleccionistas se colaban entre curiosos y smartphones para hablar con los galeristas y sus asistentes, preguntar por tal obra y por aquel artista, con el gesto de quien ha ido hasta Drawing Room para algo más que echar la mañana.

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Una mujer frente a la obra de Sergio Sanz, en Galería Siboney.

Y en medio de la vorágine de una feria que quiere vender, la paz de espíritu de quien se puede permitir solo observar, clavarse frente a una obra el tiempo suficiente para que alguien carraspee a tu lado pidiendo paso. Porque, Nerea, no estás sola. Otras personas como tú, más de las que te gustaría, recorren Drawing Room la mañana del domingo: se paran en el stand de la galería Lucía Mendoza y juegan con las instalaciones lumínicas de Luna Bengoechea, activando la luz ultravioleta que les permite descubrir, escondidas en las ilustraciones, las diferentes denominaciones del aceite de palma; o reconocen de pronto los trazos urbanos del universo de Edgar Plans, que salpican infantiles e incorruptibles las paredes de Granada Gallery.

Fuera de este punto neurálgico, del golpe de efecto, las mismas personas que antes se agolpaban ahora se dispersan: algunas se paran frente a los bocetos a lápiz de Sergio Sanz en Siboney, descubriendo rostros de otra época que devuelven la mirada inquietantes, dibujo puro y sin artificio; otros visitantes bajan las escaleras del palacio y, en la primera planta, en el espacio reservado para Set Espai D’Art, estudian admirados el dispositivo tecnológico de Rubén Tortosa, quien con The Bird: the journal of the image convierte el vuelo de un halcón en la abstracción de una línea aleatoria. Magia.

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Nuria Riaza, ‘Las Golondrinas’, 2018.

Entre una planta y la otra, una idea va uniendo los puntos: las mujeres han conseguido una habitación propia en el dibujo contemporáneo, son la mitad de los artistas con obra en Drawing Room. Están, además, pletóricas: desbordan con tinta azul y bordados como la albaceteña Nuria Riaza en Pepita Lumier e interpelan como Almudena Lobera en Ogami Press, en un ejercicio de transformación del paisaje que redimensiona el concepto de percepción.

Al salir del Palacio de Santa Bárbara la primavera que no es primavera aún permanece, veremos si venía solo como acompañante.