Temas como City of Stars o La Revolución Sexual forman parte de la tracklist con la que Operación Triunfo ha vuelto a la televisión pública española para parir a las chenoas y bustamantes del mañana. La fábrica de estrellas se ha quitado el polvo y la caspa para mostrarnos una nueva generación de triunfitos que, en la novena edición del talent show (la primera desde que mordiera el polvo en Telecinco en 2011), se presentan sexualmente libres y orgullosos y ya no calzan la mojigatería que se llevaba hace dieciocho años.
Aún así, el dinero no se hace solo y algunos clichés propios del concurso se repiten: es un gustazo ver cómo las niñas siguen gastándose el saldo y los datos del móvil para salvar al chico tímido de la barbita que pasa de todo y canta como si el Armagedón estuviera cruzando la pasarela; igualmente satisfactorio es comprobar cómo los pelazos de las concursantes siguen meneándose lustrosos bajo los focos, ya estén ellas desafinando como chihuahuas o haciendo la actuación de sus vidas. Por último, pone la piel de gallina saber que uno de los participantes representará a España en el próximo festival de Eurovisión. Si finalmente van en comandita, como pasó en su momento, promete ser la bomba.
Esta dicotomía brutal, este no saber si son chicos y chicas con rollazo o si estaban destinados para La Voz pero la suerte es muy cabrona, hace que se haya creado una también nueva generación de espectadores de Operación Triunfo. Son aquellos que torcieron el morro escépticos cuando se anunció que la gran hucha de Gestmusic Endemol se reactivaba, que luego empezaron a ver los resúmenes de las galas por casualidad mientras terminaban de enrollar el maki y que ahora se hacen unas palomitas para pegarse a la televisión los lunes por la noche y se levantan para trabajar cinco horas después sin saber para qué lado peinarse. Son víctimas de ese placer culpable que es la nueva edición de OT, la que ves sabiendo que te estás tragando toda la patraña y el producto mediático pero que publicas en tus stories con los hashtags #AmayaYAlfredOT, #AitanaFavorita o #CepedaSeQueda.
Sea como sea, y aunque aún hay personas fuertes que no han caído en la tentación y siguen comenzando la semana fieles a Netflix, lo cierto es que existen indicadores claros de que estos chavales le piden algo más a la vida que una canción del verano. Cantan mejor o peor pero sorprenden por su sensibilidad y su formación musicales; algunos, incluso, conocen la profesión desde dentro. Hay que decir de paso que la Academia, dirigida este año por el flequillo de Noemí Galera con Manu Guix como director musical, también se esfuerza por salir de la Edad Media de la primera edición y tiene entre sus fichajes a Guille Milkyway -cantante de La Casa Azul- para enseñar Cultura Musical y a los Javis de La Llamada como profesores de interpretación y paradigmas de la modernidad.
Si además hay algo bonito e interesante que destacar de esta edición que, así a lo tonto, lleva dos meses emitiéndose, ella es Amaia, una navarra de 18 años que repite en la tele y que será la ganadora del programa. Ha nacido una estrella, aunque aún no sabemos bien de qué: podría serlo de la canción o de Twitter en general. Todos la quieren, canta sin estridencias y hace reír por su inocencia y un toque excéntrico. Además, parece que se ha echado un medio novio en la Academia y, junto a él, al piano, interpretó durante la tercera gala la canción principal de La La Land. Esa noche, en ese momento, nadie se acordaba de Bisbal ni de Manu Tenorio. ¿Nos acordaremos de ella dentro de dieciocho años?