Ahora que estamos en la tercera semana del Frinje, es el momento de hacer balance de la segunda, quizá la más intensa en cuanto a programación. Las trece piezas que componían la versión de Shoot / Get Treasure / Repeat, que Carlos Tuñón ha seleccionado y dirigido a partir del texto de Mark Ravenhill, han complicado bastante el poder verla entera y, además, disfrutar de otras interesantes propuestas programadas estos días.
Ravenhill, uno de los autores contemporáneos más comprometidos e innovadores, concibió este ciclo épico –como él mismo lo llama– como respuesta a los atentados del 7J, en los que murieron 52 personas en el metro y los autobuses de Londres, y de los que se cumplían justo diez años el día en que comenzaba la exhibición en Matadero. Una primera versión del proyecto se estrenó en 2007 en el marco del Fringe de Edimburgo, pero no fue hasta el año siguiente cuando se completó, alcanzando un total de 17 piezas breves, de unos 20 minutos cada una, que se pudieron ver de manera colectiva entre el Royal Court, The Gate Theatre, el National Theatre, Out of Joint y Paines Plough. En cualquiera de sus versiones, Shoot / Get Treasure / Repeat investiga los efectos personales y políticos de la guerra en la vida cotidiana de los ciudadanos occidentales y la necesidad de que nos replanteemos con urgencia la bondad y verdad de ciertos conceptos que damos por supuestos como libertad, democracia o derechos humanos.
En el montaje de Tuñón, que tuvo una primera versión hace un año auspiciada por la Resad, seis actores (Viveka Rytzner, Irene Domínguez, Carlos Gorbe, Alejandro Pau, Kev de la Rosa y Nacho Sánchez, al que podremos seguir disfrutando como dubitativo y compasivo carcelero de Daniel Grau en la reposición de La piedra oscura, en el María Guerrero a partir de septiembre) defienden las trece piezas seleccionadas: algunas corales, otras individuales o de sólo dos actores, un programa de radio descargable y una vídeo-instalación. En todas ellas se muestran comunidades cerradas, casas, grupos cada vez más y más terriblemente aislados, que se consideran los buenos, los que defienden los auténticos valores y, por tanto, los poseedores de la verdad. Por eso no les importa vivir en barrios de acceso restringido ni qué le pase a las víctimas, defienden visiones antagónicas y confrontadas del mundo, la economía, la vida o la religión. Siempre que a ellos no les salpique, aceptarán que alguien haga el trabajo sucio, aunque emprenda una guerra injusta en un país lejano o abra otro Guantánamo. Los personajes buscan un sentido para sus vidas, amor, comida, seguridad, pero el miedo no les dejará vivir porque no hay nada más terrible y devastador que la guerra.
El compromiso de sus obras y el lenguaje de Ravenhill, crudo, seco y lírico a la vez, con un sentido del humor negro (a menudo, negrísimo), gusta mucho a los directores españoles y no es raro ver en nuestro país sus obras en cartel. La Joven Compañía, dirigida por José Luis Arellano, le encargó un texto, que se tituló Ciudadanía y pudo verse en el Conde Duque en febrero de 2014. Nos situaba en la frontera entre la adolescencia y la juventud, un espacio confuso en el que se hace más necesario que nunca sentirse querido y, cuando la aparición de las múltiples opciones que ofrece la vida, anticipa la llegada de la libertad.
Un elenco más amplio y experimentado (con Carmen Machi, Mónica López, Àlex Casanovas y Gonzalo Cunill, entre otros) representó siete piezas de este mismo ciclo a principios de 2013 en el Lliure, dirigidas por Josep Maria Mestres. Este director catalán trajo a Madrid, en el Festival de Otoño de 2007, El maletín o la importancia de ser alguien y dirigió, también en el Lliure, en 2001, Unes polaroids explícites. Dos años antes, Nancho Novo había dirigido en el Alfil Shopping and Fucking, la primera y más exitosa obra de Ravenhill. En 2009 Julio Manrique dirigió, primero en la Sala Beckett de Barcelona y después en el María Guerrero, Product, una obra breve y despiadada que habla también sobre la amenaza terrorista y el conflicto entre Oriente y Occidente.
Volviendo al Frinje, en la misma sección en la que estaban programadas las piezas de Ravenhill, La actualidad a escena, también pudieron verse I’m sitting on top of the World y País. En la primera, que su director, Víctor Velasco, presentó como la adaptación parcial e inconclusa de la novela Karnaval de Juan Francisco Ferré, realizada por Antonio Riojano, se plantea una interesante reflexión sobre el poder y el sexo a raíz de la polémica surgida tras el escándalo sexual protagonizado por Dominique Strauss-Kahn en 2011, cediendo incluso la palabra a Amélie Nothomb, Michel Houellebecq o Beatriz Preciado. Alfonso Torregrosa está magnífico en el papel de DSK y Mona Martínez borda los de todas las mujeres que le rodean, hasta mentalmente. Sólo puedo decir que, si esto fue presentado como un trabajo sin acabar, ¡estoy deseando ver el tercio que falta! También intensa y voluntariosa fue la interpretación de David Luque en País. Por desgracia, no me pareció suficiente para mantener la atención sobre la historia de un actor cuarentón con problemas de trabajo y familiares escrito por Fefa Noia, repetitivo y carente de ritmo en demasiados momentos.
Dentro de Cuerpos en movimiento se presentaron Potted, de la compañía de circo alicantina La Trócola, ágil y original propuesta sobre los límites de los objetos y las personas y, sobre todo, Not I / The Duet, dos piezas deliciosas interpretadas y coreografiadas, respectivamente, por los surcoreanos Choi Young-hyun y Lee Yunjung. En la primera, el monólogo becketiano Yo soy se hace movimiento, poniendo el énfasis en la autoconciencia corporal y el encuentro con los demás; por su parte, en The Duet, una mujer busca su lugar en el mundo y el espacio para la maternidad.
Shell, de los catalanes Projecte NISU, en coproducción con el Grec, ganó en 2013 el premio Adrià Gual del Institut del Teatre y abrió la sección Creación en grupo. Es un espectáculo casi onírico, con una escenografía y un diseño de iluminación versátiles y evocadores (mención especial merece ese anuncio luminoso que va combinando de diferentes formas las letras de Shell para formar, en inglés, las palabras concha, infierno, él o ella), en el que las imágenes y la palabra se combinan en una dramaturgia con mucha fuerza que, mediante repeticiones y una narrativa muy fragmentada, habla de un mundo actual marcado por la incomunicación y la violencia. Por último, pude ver Desde aquí veo sucia la plaza, de Club Caníbal, que inicia una trilogía llamada Crónicas ibéricas en la que, a base de humor negro y bastante mala uva, pretenden mostrarnos esos comportamientos, costumbres y formas de pensar, tan propios de nuestro país y de los que, sin embargo, no deberíamos sentirnos nada orgullosos.
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