Aunque Ana María Matute nunca escribió novela negra –tuvo suficiente con vivir la negrura implacable de la Guerra Civil- su discurso hubiera casado con la introspección sobre la infancia de la escritora Sandrine Destombes. Así como para Matute el adulto parecía ser lo que quedaba –y no mejorado- del infante, para la autora francesa la niñez representa la pureza y la salvación del adulto, que tras la transición se malogra y responsabiliza de sus demonios al erosivo cincel de la vida. Tête-à-tête.
Como un artefacto pujante entre el género policíaco, el retrato psicológico y el thriller confesional, El doble secreto de la familia Lessage -carta de presentación en nuestro país de Destombes- indaga en una serie de desapariciones infantiles que, con diferencia de treinta años, han perturbado la apacible vida de Piolenc, un tranquilo pueblo del sur de Francia. En el núcleo de la investigación, Sòlene y Raphaël Lessage, dos mellizos desaparecidos en 1989. El cadáver de Sòlene aparece vestido de blanco y con una corona de flores en el cementerio. De su hermano, ni rastro. En el presente, se desatan viejos presagios.
La novela compone ese paisaje en el que la inocencia quebrada aturde el equilibrio de los adultos y las inseguridades de estos precipitan la frágil existencia de las criaturas. Hágale creer a un niño que otra vida se ha encarnado en él, pero sobre todo, que se puede reparar una injusticia gracias a él y tendrá una posibilidad de que haga todo lo que usted le pida. El afecto empuja al precipicio. “Creo que el amor es lo único por lo que la vida merece ser vivida, lo único con interés en una vida que es de por si difícil –explica la autora-. Si aceptamos el amor, aceptamos la posibilidad de ser destruidos por él. Tiene un enorme poder de dar la vida y la muerte. Ante el amor uno retira su armadura y se convierte en una persona frágil”.
El doble secreto de la familia Lessage tiene su origen en dos sucesos reales que causaron verdadero impacto en la sociedad francesa: La de un niño encontrado ahogado en un río, con las extremidades atadas -hace más de treinta años- y la de una niña desaparecida cuyas imágenes muestran a menudo en televisión. La novela abre con un prólogo rociado de entradillas, destacados y enunciados periodísticos como reflejo de la espectacularización de la tragedia. La retransmisión al minuto del rescate del pequeño Julen todavía está reciente en nuestras retinas. “La desaparición de un niño es la peor pesadilla que le puede ocurrir a alguien. Todos los que conocen una historia así quieren apropiársela porque no lo aceptan, quieren alejar la posibilidad de que les pase. Es una especie de voyeurismo malsano que se genera a partir de lo que retransmiten los medios, que en vez de calmar las aguas alimentan esos instintos. Todo muy nocivo”, reflexiona Sandrine Destombes.
Confesiones y catapultas virtuales
Los diarios íntimos, retratos clarividentes de los personajes, ocupan un lugar clave en la investigación. Sin embargo la escritora confiesa no haber cedido a su escritura. “Siempre me ha fascinado la idea de que alguien pudiera escribir un diario con la certidumbre y confianza de que nadie fuera a leerlo. Por ese motivo nunca he escrito uno”. Esta prudente timidez contrasta con el arrojo que le condujo a ver premiada su novela con el Premio VSD RTL al Mejor Thriller Francés del año, tras publicarla por entregas en la comunidad literaria online Fyctia y recibir un apoyo incontestable. “Los lectores estaban entusiasmados porque al final de cada capítulo se dejaba una escena en suspense, un mini-cliffhanger. Al principio les leía mucho, luego intenté no hacerlo demasiado para que no me influyeran mucho a la hora de escribir”.
El doble secreto de la familia Lessage ha sido la llave para abrir las puertas de otros mercados, pero en el país vecino acaba de publicar su sexta novela, inspirada desde «otro punto de vista» por el movimiento feminista Mee too. En el ámbito anglosajón (EEUU a la cabeza) se extiende el término femicrime para categorizar la literatura policiaca firmada por féminas y con mujer protagonista o entre sus protagonistas. La autora entiende la sensibilidad de hablar de las novelas escritas por mujeres y que los lectores lo perciban, pero le parece un punto de vista restrictivo.
Sandrine Destombres no es ajena a la actualidad más inmediata. No solo se mantiene al día de las noticias, sino que se interesa especialmente por los debates públicos. A finales del año pasado Francia legislaba un cambio sin sanciones en el Código Civil, para poner puertas a la «violencia educativa», el azote leve o reprimenda ocasional de los padres para imponer disciplina. Un tema puntilloso. “Creo, aunque sorprenda, que si se sobreprotege al niño tal vez crezca más rápidamente que antaño. Hablamos de que hoy los pequeños están integrados en la vida de los adultos, los estamos aceptando en nuestra esfera. Sin embargo eliminamos el desafío a la autoridad paterna, un paso para el crecimiento. Eso tiene consecuencias negativas”, expone. En lo relativo a la bofetada como medio de corrección acude a voces expertas: “Lo único que puedo apuntar es que, según los psiquiatras infantiles, esa bofetada es violencia”.
Ana María Matute decía que los niños de sus historias eran crueles porque la vida lo es. Frente a la lógica, la necesidad de que lo quieran a uno es seguramente el factor de aniquilación más poderoso. Destombes lo expresa en boca de uno de los personajes y esgrime una mirada impía al paraíso inmaculado de la infancia: “Cuando la pureza de un niño se derrumba se pone en tela de juicio a la humanidad”.