De Safo se han escrito ríos de tinta, configurando a su alrededor una aureola poética y enigmática. Y también patéticamente trágica. De la décima musa de Platón corrió la pólvora de la leyenda cuando se declamaba que Safo de Mitilene (la popular Safo, nacida en Lesbos en el 612 a. C) se había suicidado por mal de amores. Se decía que lanzándose al vacío de un acantilado por el rechazo de un marino de nombre Faón. A pesar de que esta historia podía satisfacer el énfasis grecolatino, no guardaba relación con la realidad, esa realidad que en el caso de Safo se recupera hoy como fragmentos desprendidos de ánfora, inexactos, pero con la esforzada intención de que el sentido y sus hipótesis recuperen la esencia de la primera gran poeta occidental.
Con tal propósito tomaron cartas en el asunto tres artistas admiradas por su figura, Marta Pazos, Christina Rosenvinge y María Folguera, para concebir un poema visual, musical, coreográfico, escénico y performativo que reivindica a Safo como creadora, fuera de los términos de divinidad en la que fue encasillada. Con una estética posmoderna, bañada en sintetizador y psicodelia, el espectáculo transita dos vías matrices: Desciende a Safo de los altares para reivindicar su poderoso genio creativo y la desnuda de habladurías e historiografías patriarcales. Safo fue una mujer que amó, en libertad, a otras mujeres y vertió en el papel su delicadeza y carnalidad, erigiendo versos a Afrodita, dueña del deseo de profundos afectos. Entre otros, por algunas de sus alumnas, jóvenes de buena familia que se reúnen en Lesbos para formar parte de su ‘Casa de las servidoras de las musas’ y aprender de la maestra.
En el jardín de la isla, acuden a su encuentro todas las musas para mostrarle que las arenas del tiempo no enterrarán su nombre ni permitirán que sea relegada a un panegírico en honor a un personaje de tragedia griega. También Atthis, Andrómeda, Gyrinno… Aquellas a las que escribió apasionados versos, posan el rostro en su hombro, para escuchar los amores que aún palpitan. Safo tiene el semblante de la cantautora Christina Roservinge que, trasmutando de poeta helena a estrella del rock, siembra letras y acordes coetáneos entre versos clásicos, acompañada de Irene Novoa, Juliane Heinemann, Xerach Peñate, Lucía Bocanegra, María Pizarro, Lucía Rey y una imprescindible Natalia Huarte. Los focos inundan el escenario, recreado como un anacrónico templo griego, y los cuerpos colisionan en la erupción de la carne y la expresión sáfica. Se ahonda en la plasticidad y el espectro combativo del espacio, aunque en la recta final condicione su efectismo, debido a la necesidad de subrayar la consagración del placer a través de una reiterada desnudez erótica.
Hija de Jove, sempiterna Cipria / varia y artera, veneranda diosa / oye mi ruego: con letales ansias / no me atormentes. Antes desciende como en otro tiempo / ya descendiste, la mansión del padre / por mí dejando, mis amantes votos / plácida oyendo. De los más de diez mil versos que escribió Safo, apenas han llegado hasta nuestros días 650 de ellos y un único poema completo. Tal como ardió la biblioteca de Alejandría, también se preocuparon de arrasar con el tiempo con cada entidad femenina. Para deshacer a cenizas su subjetividad, la dignidad de su alma. No calcularon que en, las postrimerías, Safo se despojaría de cualquier túnica abyecta y se enjugaría el rostro, para ser bienvenida e inédita al polifónico Siglo XXI.
El espectáculo Safo, estrenado en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida este pasado verano, puede verse en Teatros del Canal (Madrid) hasta el 9 de octubre. De martes a sábado a las 20:30h y domingos a las 19h.