‘Los renglones torcidos de Dios’ o cómo estar locamente cuerda

Bárbara Lennie y el director del filme, Oriol Paulo.
Bárbara Lennie y el director del filme, Oriol Paulo.
Llega al cine 'Los reglones torcidos de Dios', la adaptación al popular libro que parece que cumplirá las expectativas de los lectores.

Corría el año 1979 cuando Torcuato Luca de Tena, escritor y periodista, publicaba Los renglones torcidos de Dios, una novela sobre una detective privada que ingresa en un psiquiátrico para resolver un caso y que termina dudando de su propia cordura. En poco tiempo, la obra cosechó éxitos y acumuló lectores en todo el mundo, convirtiéndose con los años en un clásico de casi obligada lectura en nuestro país. Sin embargo, pocos se han fijado en ella para adaptarla al cine y apenas podemos encontrar al respecto una película mexicana de 1983 que pasó por las salas sin pena ni gloria.

Ahora, 43 años después del lanzamiento de la novela, Oriol Paulo, el rey del suspense y los giros inesperados del cine español, se atreve con una nueva adaptación de esta historia, muy esperada por todos aquellos aficionados a la obra de Luca de Tena, que al fin ponen cara y forma a los personajes y espacios que tanto imaginaron mientras pasaban las páginas.

La apuesta de Paulo es arriesgada, puesto que no hay espectador más exigente que el que tiene en su recuerdo una buena historia escrita. Y es por ese motivo que opta por ser fiel al guion original, manteniendo su esencia e introduciendo los cambios justos para adaptar el libro al formato audiovisual, remarcando, eso sí, con destreza los puntos fuertes de la ficción.

Los espacios, muy importantes cuando de recrear un psiquiátrico de los años 70 se trata, están elegidos con acierto. Un edificio grande, con salas enormes y blancas que permiten al espectador una amplia visión de todos los personajes que allí se encuentran, cada uno con sus horrores y peculiaridades, actúa como espejo clarificador de lo que debe sentir y pensar Alice Gold, la sofisticada e inteligente protagonista aparentemente “normal”, paseando por allí.

Bárbara Lennie en una escena de la película
Bárbara Lennie en una escena de la película.

Pero lo que llena esos espacios de vida, el elenco del filme, es quizás el mayor reto al que haya tenido que enfrentarse la producción. Desde los personajes principales hasta los extras, todos están eficazmente dirigidos. Barbara Lennie, protagonizando a la icónica Alice Gold, se muestra locamente cuerda y eficaz en el arte del despiste y la confusión. Los doctores, unos más crédulos, otros más escépticos a los embustes de la Gold y encarnados por Eduard Fernández, Loreto Mauleón, Javier Beltrán y Federico Aguado, se posicionan inteligentemente en sus actuaciones, ayudando a aumentar la duda en nosotros sobre qué estará pasando en realidad y a quién debemos creer.

Pero sin duda el punto fuerte lo aportan los “locos”, los renglones torcidos de Dios que vagan por el centro, cada uno movido por sus pulsiones y su enfermedad, y que representan a todo aquello que la sociedad no quiere ver de cerca y que, por tanto, aparca entre rejas. Rómulo y Remo, el astrónomo, el gnomo, el hombre elefante o Ignacio Urquieta, entre otros, tejen un mosaico de dislates que muestran una escena incómodamente adictiva a nuestros ojos.

Quizás sea éste el mayor logro de la película: Trazar en 2 horas y media de metraje un perfil exhaustivo de una multitud coral de patologías mentales, consiguiendo que conozcamos a todos ellos, que empaticemos con sus dolencias y que incluso les tengamos un cierto afecto. Y todo ello manteniendo el nivel de técnica suspensiva habitual en la filmografía de este director, donde nunca se puede dar nada por sabido hasta el broche final.

O quizás haya un factor todavía más importante en su previsible y futurible éxito: Que aquellos que vayan al cine a disfrutar de la película con miedo a la decepción por el grato recuerdo al libro puedan respirar tranquilos al abandonar su butaca. Alice Gold y el resto de renglones están escritos por Oriol Paulo con trazo firme y recto, así que solo queda desearos que disfrutéis de la locura. O de la cordura…