Los derechos de autor, aquello que cada creador decide sobre lo que quiere hacer con su obra, cómo sacar sustento de ella o la posteridad que le quiere dar, son algo muy personal. No vamos a volver a hablar de los cánones de las sociedades de autores o de lo que supone la piratería a la industria, más allá de un cambio de modelo de negocio y una reinvención constante de medios de trabajo. Esta vez nos fijamos en lo que celebramos cuando podemos disfrutar de películas, libros y demás una vez pasan a ser de dominio público. La cultura es de todos, sí, pero también es la forma de vida y de sustento de los creadores y de toda la industria que los rodea. De momento, regocijémonos en la posibilidad de ver algunas de las películas más míticas de los primeros pasos del cine listas y accesibles para todos. Y sin males de conciencia por descargarlas. (Ojocuidao: poder descargarlas de manera gratuita y legal no significa que se pueda uno o una lucrar con las obras que estén en dominio público.)
Freaks (La parada de los monstruos), de Ted Browning (1932)
Anormal, anómalo, distinto. El origen real de la palabra freak no hablaba de gafas de pasta y de cristales de culo de vaso, ni de gente que no salía de su sótano pasando horas y horas jugando a Warhammer o a cualquier otro juego de rol. En el caso de la película de Browning, lo anómalo son las malformaciones físicas que sufren los protagonistas de esta historia circense y trágica. Un clásico que engancha si lo pillas cualquier noche tonta.
Metropoli, de Fritz Lang (1927)
Pues el año 2000 no era exactamente como nos quería hacer creer el cineasta alemán. O quizás sí. Una sociedad que se divide en dos, los ricos que tienen el poder y los medios de producción, rodeados de lujos, espacios amplios y jardines, y los obreros, condenados a vivir en condiciones dramáticas recluidos en un gueto subterráneo, donde se encuentra el corazón industrial de la ciudad. Uno de los mejores ejemplos del expresionismo alemán.
El acorazado Potemkin, de Serguèi M. Eisenstein (1925)
Es considerada uno de los mayores exponentes del cine propagandístico. Ejemplo obligatorio de toda clase de historia del cine. La película está basada en un hecho real ocurrido en 1905 y narra cómo la tripulación del acorazado Príncipe Potemkin de Táurida se hartan del trato denigrante, vejatorio e injusto que les dan los oficiales de la nave. Lo que finalmente hace estallar la situación es el mal estado de la carne, prácticamente podrida, que los mandos quieren que los marineros se coman.
Night of the Living Dead (La noche de los muertos vivientes), de George A. Romero (1968)
Es un caso excepcional por la fecha. La primera versión de esta pesadilla de zombis que vuelven a la vida por las radiaciones de un satélite tuvo un pequeño fallo a la hora de registrar correctamente los derechos de autor y cayó en dominio público mucho antes de lo normal. Perfecto para disfrutar de una noche sanguinolenta con una cinta que cambió los códigos de las películas de terror.
The Tramp (El vagabundo), de Charles Chaplin (1915)
Este mediometraje delicioso cumple algunas de las máximas claves del cine: chico conoce chica, pasan un montón de cosas y el chico acaba perdidamente enamorado de la chica. En este caso, Charlot, el personaje mítico de Chaplin, es un vagabundo que sale al rescate de una mujer en apuros. El padre de la chica, agradecido, contrata al vagabundo para trabajar en su granja y propiciando la relación amorosa. Una sonrisa amable en dominio público.
Snow White and the Seven Dwarfs (Blancanieves), de David Hand (1937)
La última protagonista de esta pequeña recopilación de filmes al alcance de todos no está hasta el moño de cada cosa que la rodea, al contrario que su hermana díscola Blancabrona. La cinta, una de las fundacionales de la gran factoría “de ilusiones” para niños y mayores, es un cuento mítico que cambió la historia del cine de animación y que, para muchos, está al nivel de posteridad del nacimiento de Mickey Mouse. Una buena excusa para volver a aprenderse los diálogos de la película, como cuando éramos pequeños.
Fotos:James Vaughan (cc) / Walt Disney