En Instrumental, la autobiografía de James Rhodes (Blackie Books, 2015) con apuntes de música, medicina y locura, el músico nos adentra en su mundo de una manera muy particular, quizás algo dura, quizás algo neurótica, pero consigue que el gusanillo de la música clásica entre por tus ojos, tu cerebro y, finalmente, por tus oídos.
La mayoría de la gente termina su relación con la música clásica al acabar la asignatura de música en el instituto, es triste pero es así. Puedes saberte a los 14 años de memoria las películas de Mozart y Beethoven, pero de poco te servirán.
A través de las páginas del libro, Rhodes nos va sumergiendo en su universo y en su historia, en cómo la música le salvó y le salva a diario la vida. Cada capítulo comienza con la anécdota de un músico y, gracias a esto, conocemos un poquito más de Bach o Ravel. También menciona a otros más actuales, pero lo esencial es que Rhodes conoce a la perfección los mecanismos de la música clásica actual y no tiene problemas en despotricar contra la industria, los críticos y los organizadores de las galas de premios.
Es una historia que jamás podrá terminar al cerrarse las páginas del libro, que te acompañará unos días, meses, años, y, por supuesto, en la que no puedes dar de lado las recomendaciones con las que Rhodes vibra, llora, se emociona o ríe a lo largo de 279 páginas.
Ahora, pasado ya un tiempo, y con el éxito de ventas que supueso su autobiografía, vuelve a las librerías con un formato similar y con la misma editorial (Blackie Books). En esta ocasión el título será Fugas , o la ansiedad de sentirse vivo, el pianista “intenta averiguar cómo hacer soportable lo insoportable en las situaciones más inimaginables”, según dicen desde la editorial catalana. Un libro nuevamente autobiográfico que, de alguna manera, sirve como libro de viajes de la interminable gira en la que lleva sumido desde hace años. “Unas memorias acerca de sobrellevar la rutina al mismo tiempo que te sientes incapaz de escapar de la locura. Sobre no poner el listón de la felicidad demasiado alto. Sobre aceptar que la vida es algo imperfecto y turbulento”, avanzan desde la editorial (se puede leer aquí).
Este libro habla de fantasía, de rabia, de follar y de fuego. De un fuego omnipresente. En mi cabeza, detrás de mis ojos, en mi pecho. Este libro habla de la música. Del amor. Del odio. De las imperfecciones. Quizá al final también acabe hablando de la sensación de estar a gusto en tu piel.
Cuchillas, pastillas y grandes pianos
Rhodes nos iniciaba en Instrumental en lo que sería su primer disco, con composiciones que formaban una parte sustancial de él mismo. Así, viajamos de Bach a Busoni pasando por Moszkowski, Beethoven y Chopin. Una serie de obras que juntas forman, para un principiante, una manera desenfadada y nada pretenciosa de intentar un acercamiento con la música clásica.
En posteriores trabajos como ‘Bullet&Lullabies’, ‘Five’ o ‘Inside the track: the mixtape’, el pianista nos presenta nuevas formas de educar el oído y podemos escuchar cómo suenan Ravel, Debussy, Rachmaminov y Brahms por las manos de J. Rhodes. Además, en sus conciertos, el músico ofrece una singular actuación ya que alterna el piano con un monólogo previo a cada pieza para explicar al público el porqué de su elección.
Del piano y la autoayuda
Al igual que Mark Oliver Everett (Eels) en ‘Cosas que los nietos deberían saber’, James Rhodes consigue que su autobiografía cumpla las veces de libro de autoayuda, con determinados capítulos vemos cómo el músico da un vuelco a su vida tras varios intentos de suicidio, psiquiátricos en Londres y en Estados Unidos y una separación dolorosa de su ya exposa y su hijo. La música es el hilo conductor que en todo momento mantiene a Rhodes con vida, pues ya vemos en la contraportada cómo cita a Bach diciendo que él se la salvó. De estar encerrado en una unidad de psiquiatría a llenar salas y teatros. Esa es la realidad de James Rhodes.
“Me metí en la cama. Me puse los auriculares. Madrugada. Todo oscuro y silencioso a más no poder. Le di a la tecla de reproducción y escuché una pieza de Bach que no conocía, que me llevó a un sitio de tal esplendor, de tal abandono, esperanza, belleza y espacio infinito que fue como rozarle la cara a Dios. Juro que en ese preciso instante viví una especie de epifanía espiritual”.