Subir la cuesta de la calle una buena mañana y ver una cola de gente con un plato en la mano. Charlan y sonríen unos, otros miran al suelo y mueven la pierna con impaciencia, como si quisieran que ese momento incómodo pero necesario pasara lo antes posible. Hay un cierto halo de pesadumbre y tristeza en esa escena. Tratar de adivinar quiénes se encuentran detrás de las cajas con bolsas llenas de un número medido de piezas de fruta. Preguntarse quién se ha pasado la noche cocinando esas ollas de tamaños variopintos que ahora humean rebosando lentejas. Ante la cara de sorpresa alguien se te acerca y te explica que eso que ves es una iniciativa ciudadana de los vecinos de tu barrio para cubrir los huecos que están dejando los comedores sociales cerrados o sobrepasados por la demanda de asistencia. Se han organizado para no dejar de lado a esas personas que nunca creyeron que acabarían así, sin trabajo, sin dinero, sin posibilidad de comer algo caliente todos los días. “Los servicios sociales se encargaban de esto”, comenta una chica con una barra de pan en la mano, “pero si han decidido que ya no quieren hacerse cargo, la solidaridad ciudadana hará el resto. Nadie se queda en la cuneta. ” Precioso y muy necesario gesto. Parece que la sociedad se auto-regula sola. En los vacíos neocon de papá Estado nacen con fuerza las iniciativas del hartazgo.
¿Y qué pasa en otros ámbitos de la sociedad y de la vida en comunidad? Nos organizamos para no dejar a nadie sin alimento para el cuerpo, ¿y el alimento para el alma? En el mundo de la cultura también encontramos floreciendo esas iniciativas del hartazgo. Al palo que nos meten en la rueda, risa sardónica, creatividad y ganas de trabajar juntos. En esa línea se produjo el acuerdo entre Andrés Lima, Alfredo Sanzol y Miguel Del Arco, los tres nombres que más se imprimen y más se menean en el panorama teatral nacional. Tres figuras que contrarrestan las lágrimas del sector de las artes escénicas, uno de los más maltratados en esta crisis estructural de la cultura, con la actividad frenética y el bullir creativo de sus cabezas. Si se juntaran, ¿qué pasaría? Pues que pretenden “liar un pollo muy gordo” creando lo que han denominado como el Teatro de la Ciudad. Un espacio en el que crear en libertad sin dejarse el dinero que sustenta sus genios en la consecución de ayudas que nunca llegan, alquileres de espacios de ensayo prohibitivos y demás chinas burocráticas en el zapato. Un lugar donde crear sin tener que pensar en el padrino administrativo. Después de estar esperando más de un año la llamada definitiva de Natalio Grueso, ex director de la Fundación Niemeyer y actual director de Artes Escénicas del Ayuntamiento de Madrid, que les prometía bellas palabras relacionadas con el mejor uso de Matadero entre palmadas en la espalda, llegó la propuesta de José Luis Gómez, director del Teatro de La Abadía. Dónde podría nacer mejor este proyecto que bajo la protección sacra de una iglesia desamortizada en pos del dios teatro, un centro escénico en estado puro y con el que comparte el objetivo de desarrollar una acción cultural común más allá de las fronteras económicas .
Si hemos demostrado que somos una sociedad lo suficientemente madura como para asumir que el Estado mira hacia otro lado en aspectos capitales para la vida ciudadana y nosotros somos capaces de darle la espalda para crear movimientos con tal fuerza que provocan su envidia, quizás el siguiente paso debería ser el emprendimiento absoluto y desvincular nuestras ideas de manera definitiva de sus limosnas subvencionadas. El Estado debería preocuparse por salvaguardar su mayor tesoro que es su comunidad y los frutos que ésta da: cultura, patrimonio, educación, investigación y un largo etcétera . Si no es así, seamos una sociedad que no viva de la caridad si no de la justicia por la que tanto hemos trabajado.
Fotos: PRA (cc) / Toni Castillo Quero (cc)