Las costas mediterráneas constituyen sin lugar a dudas uno de los destinos turísticos más importantes de España: aglutinan grandes dosis de patrimonio artístico y sobre todo sol y playa, que generan ingresos fundamentales para la economía. Pero no se trata sólo de un lugar: la playa es un punto geográfico y sobre todo una idea. La playa mediterránea, concretamente, es un destino idealizado a través de un imaginario artístico que abarca muchos siglos y atraviesa todas las disciplinas: literatura, cine, pintura… Desde los tugurios levantados en los años 50 hasta los grandes resorts actuales, en los alojamientos turísticos levita ese componente simbólico que vincula el concepto de vacaciones al baño en el mar y la piscina para soportar las altas temperaturas, a los azulejos levantinos, a un paseo marítimo con palmeras, a brindar por algo que celebrar (aunque sea pequeño) con vistas al puerto y con la brisa en la cara.
No es sencillo definir de qué hablamos cuando hablamos del Mediterráneo, pero casi siempre nos remitimos a una alianza de la luz con colores blancos y azules. El relato del Mediterráneo como evasión (en un mundo cada vez más orientado a los servicios, donde las empresas tratan de obtener beneficios masivos) también tiene sus detractores lógicos: cabe plantearse si el turismo de sol y playa es un modelo realmente sostenible y si las condiciones laborales de miles trabajadores del sector son las adecuadas. La panacea del desarrollo a toda costa también forma parte del mito.
A nivel nacional, la mitología mediterránea está representada por un buen número de artistas. Refleja y se alimenta de los mismos lugares comunes, aunque en la actualidad ha cambiado las cañas de Blasco Ibáñez y el Tranvía a la Malvarrosa de Manuel Vicent por potentes productos audiovisuales como son los anuncios de Estrella Damm. Estos cortos proponen atardeceres estivales, el sol colándose entre las rocas de una cala inaccesible, amor y música en la arena… y todo ello regado con cerveza fría. En definitiva, la posibilidad de vivir una experiencia inolvidable. El eslogan publicitario de la cerveza es ‘mediterráneamente’, sugiriendo que la cerveza y sus consumidores comparten un estilo de vida. La Comunitat Valenciana también advirtió las posibilidades de explotar esta visión, de lo mediterráneo como una expresión vital particular, en sus anuncios publicitarios. En este caso el eslogan escogido fue ‘Mediterráneo en vivo’.
Más allá de España, en toda la costa mediterránea palpita la Historia. Este mar del Atlántico aparece en la Biblia, en papiros egipcios y es la cuna de grandes civilizaciones que comerciaron entre sí. Estos viajes son los que propiciaron el ‘ámbito común’, encarnado posteriormente en el Imperio Romano. La proximidad permitió, además, el sincretismo: los romanos copiaron mitos griegos, que en ocasiones eran a su a su vez asimilados de los orientales. El Mediterráneo se constituye así como un lugar ecléctico del que emanan estímulos creativo. Y a pesar de poseer una costa de 46.000 kilómetros, se concibe como un territorio común. Sin embargo, esa identidad compartida es selectiva: desde la visión eurocentrista se tienden a establecer vínculos y paralelismos mediterráneos entre Nápoles, Niza o Malta; pero no tanto con Trípoli o Beirut. La mediterraneidad implica un mundo luminoso agradable de habitar, que es colectivo y puede ser particularizado, y por tanto, comercializado. Y más que eso, el Mediterráneo es un lugar y un relato, la promesa de Homero de regresar al hogar después de innumerables aventuras, y hallar de nuevo paz en casa, encaramada en la colina de una pequeña isla.
En época moderna, el Mediterráneo se impregna de nostalgia, con la aparición una aureola legendaria que debe ser reencontrada, bien en la huerta valenciana, en el Peloponeso o en el fuego de la noche de San Juan. Henry Miller lo buscará en El coloso de Marusi. Son mediterráneas también tanto las humildes casas de pescadores de la Costa Brava como la Villa Saboye de Le Corbusier, como declararía él mismo: “Soy fuertemente mediterráneo…Mediterráneo, reino de las formas en la luz. (…) En todo me siento mediterráneo. Mi resorte, mis fuentes, hay que encontrarlas en el mar que nunca dejé de amar”. Y precisamente en este mar encontraría la muerte el célebre arquitecto, ahogado mientras nadaba en 1965.
En pintura, el Mediterráneo es una inspiración constante, una causa y una consecuencia. Una presencia testimoniada desde antiguo que aparece en mayor o menor medida en las arquitecturas de De Chirico, en el mar onírico de Dalí y en las coloridas obras de Monet y Matisse. La referencia mediterránea patria es Sorolla, que maneja luces de manera sobria, sensible y sensual, ilustrando el mismo mar al que canta Serrat. Picasso es otro maestro internacional que recoge la energía de las orillas mediterráneas, capaz de catalizar diversas influencias e integrarlas en su universo particular: el tema de los toros (que aparece en muchas civilizaciones de la región), el interés por la cerámica, los colores azules y blancos o los rostros con rasgos ibéricos y africanos.
El cine también juega su carta a la ‘marca mediterránea’ en películas como Mamma Mia (el Mediterráneo pop) o Call Me by your name, por ejemplo; y desde luego hay Mediterráneo en la decoración de interiores, en el ali oli que se añade al arroz negro con sepia y cebolla o en las olas que rompen en un faro solitario en Levante, y en la manera de reflejar todo ello. De manera más oscura, nuestro Mediterráneo fue (¿fue?) el paraíso de la especulación urbanística y hoy lo es del tráfico de armas, droga, y sobre todo el escenario de una gran crisis en las que personas migrantes se afanan por llegar a un lugar donde la vida sea más sencilla. Europa continúa siendo una utopía, y mientras el Mediterráneo real convive con el soñado, a modo de espacio múltiple poblado de imágenes e imaginarios.