Desde la pantalla -al otro lado-, mi interlocutor me presta un oasis de frescas brisas del Norte. Madrid nunca perdona sus meses de invierno… y menos de “infierno”. En esta mañana estival, Manel Loureiro (Pontevedra, 1975) atraca en casa unas horas después de dos semanas de viajes y promociones y, este lapso de tiempo -por fin con su mujer y sus hijos-, surca su expresión de “maravilla”. Aunque en unas horas partirá hacia otro puerto, no merma la ración de hogar, intriga y literatura. Cuando la tormenta pase, reconocido con el Premio Fernando Lara 2024, es el título de su último y adictivo thriller. La tempestad siempre arrecia, pero no sin antes ofrecer opresión y misterio.
Nokton Magazine: Si los mediterráneos trazan en “la mar” una forma de estar en el mundo, ¿qué compone el carácter atlántico que impregna tus novelas?
Manel Loureiro: Así es, existe un carácter gallego. Dicen que somos retraídos, que no se sabe si subimos o si bajamos, que no damos una respuesta clara. Creo que influye mucho el entorno, es decir, el clima: Pocas horas de luz al cabo del año nos vuelven más taciturnos y reservados, quizás más en las zonas rurales. Eso al final, cuando creas una historia ambientada en Galicia, se traslada a un fenómeno coral de personajes. Perfecto para contar una historia que tenga esa sensación de incertidumbre. Si resumes el entorno físico, verde, boscoso, lluvioso y nublado… es que te sale hecho. Te lo genera el paisaje humano.
NM: No es vana tu admiración por el maestro Stephen King.
ML: Te diré que yo, que no soy nada mitómano y que tengo la suerte después de todos estos años de conocer en persona a muchos escritores, estaría encantado de tener mi momento fan con Stephen King. Es un tipo absolutamente brillante. Lleva más de 70 títulos y tiene cientos de millones de lectores en todo el mundo porque hizo una cosa muy difícil, fundir la literatura popular con las estructuras de la literatura clásica canónica. Rescató a millones de personas en todo el mundo para la lectura. Ya sólo por eso, tiene mucho mérito.
NM: ¿Te inspiran sus atmósferas?
ML: Más allá de con lo que se queda la gente que le conoce como el Maestro del Suspense, lo extraordinariamente bueno que es haciendo costumbrismo, un costumbrismo en estado puro. Eso es algo complicadísimo, una disciplina que queda oculta por el resto de lo que hace, también magnífico. La mayoría de sus historias están ambientadas en pueblos pequeños, donde existen personalidades muy marcadas y rivalidades muy fuertes. King es capaz de describir de manera muy pintoresca y vívida las mecánicas de funcionamiento de esos núcleos y escenarios rurales. Es lo que, a mi manera por supuesto, trato de imitar cuando estoy escribiendo.
NM: Cuando la tormenta pase responde a los ambientes cerrados y asfixiantes -de cordialidad tensa- que recrea el de Maine en sus relatos, pero que si atendemos al refrán, resulta muy nuestro: “Pueblo chico, infierno grande”.
ML: Sí, sí, me gustan los escenarios rurales, donde todo el mundo conoce a todo el mundo, pero las rencillas se ocultan debajo de un trato aparentemente afable. Me atrevería a decir que pasa en cualquier parte, pero ciñéndonos a España, todos conocemos algún pueblecito, villa o aldea donde hay dos o tres familias que no se hablan desde hace generaciones, que están “encabronadas”. Normalmente se mantienen estables, pero de repente pasa algo que les hace entrar en erupción y saltan a las noticias. Nombre como Fago. Me ha llamado siempre la atención los disparadores que son capaces transformar el pueblo chico en infierno grande, como dices.
NM: Roberto Lobeira, afamado autor que acude a la isla de Ons (Bueu, Pontevedra) para escribir, acaba envuelto en las tramas de una comunidad de no más de treinta personas, cuyo tenso aislamiento alimenta las bases de una tormenta perfecta.
ML: Se va en invierno a uno de los sitios más aislados del país, buscando tranquilidad para aclarar ideas y escribir su segunda novela tras el éxito casi sorprendente de su primera. Allí se encuentra dos familias con una tensión larvada a punto de entrar en su momento volátil. De manera inadvertida para él propio Roberto, su llegada será la cerilla que faltaba para prender el charco de petróleo. Además, hay más cosas, por supuesto, como un visitante que deja regalos ensangrentados, la mujer extraña que vive en una de las puntas de la isla, los fareros, un fardo que llega a la orilla e implosiona todo… Digamos que el protagonista llega en el peor momento posible y en las peores circunstancias y su carácter hará que las cosas se vayan complicando cada vez más.
NM: ¿El componente autobiográfico es el arma secreta de cualquier escritor?
ML: Siempre se proyecta un poco, es cierto. En mi primer libro el protagonista era abogado y ahora es un escritor. Fíjate la evolución natural… Tendemos a escribir sobre lo que conocemos. Las armas de un escritor son una profunda capacidad de observación del escenario que lo rodea y del comportamiento humano. Cuando voy a cualquier sitio, me encanta ver a la gente y hacer el microanálisis de las personas con las que me cruzo. El lenguaje no verbal dice tanto… te hacen saber qué pasa por su cabeza en ese momento. Cómo se inclinan en una mesa hacia su interlocutor, esa risa un punto agudo más alta que la anterior…
NM: ¿Compartes el ojo clínico con tu alter ego (Roberto Lobeira)?
ML: Como buen escritor tiene esa capacidad de observación, pero la suya está tamizada por su espíritu innato de periodista. Aunque está dejando atrás la profesión, no puede evitarlo. Cada vez que empiezan a suceder cosas, necesita saber por qué y se acaba convirtiendo en un “metementodo” y le explotan los problemas.
NM: ¿Tienes un método sistemático para el desarrollo de las tramas o dejas que la corriente fluya?
ML: Soy un cruce entre ambos, te explico por qué. Necesito tener muy claro dónde empieza y termina la historia, y cuáles son los principales puntos de giro, los sitios que tengo que cruzar. Es cierto que esta última novela requería un trabajo de cierta planificación previa. Un thriller es un mecanismo de relojería, tiene que encajar todo a la perfección. En esta novela los waypoints (puntos de referencia) eran más numerosos porque el ritmo exigía que hubiese una revelación cada cierto tiempo o un cliffhanger. Quería que mantuviese este juego de trilero permanentemente en marcha para que el lector no fuese en ningún momento consciente de todo lo que le va a venir encima.
NM: ¿La narración puede llegar a ser una incógnita?
ML: Cuando estás escribiendo, de repente la historia tiene su crecimiento natural y te obliga a modificar esa hoja de ruta que habías has previsto. Como dice Mikel (Santiago), los huecos de en medio se van llenando y, en ocasiones, pasan cosas muy curiosas que se completan de una determinada manera. A mí me funciona quedarme entre dos aguas: La brújula de ir creando sin saber qué es lo que va a pasar en la siguiente página y el mapa absoluto, la total planificación antes de empezar. Fíjate, qué respuesta más gallega te he dado, ¿verdad? (ríe).
NM: Acudes a los escenarios que más tarde trazas para empaparte de su carácter. ¿Previene los bloqueos literarios?
ML: Visitar los lugares donde van a transcurrir las novelas me permite aprehender, que no aprender, un montón de pequeños detalles que de otra manera se me escaparían por completo. Es decir, tú puedes saber cómo es un sitio, pues hoy en día, con Google Maps y fotos e Internet, vamos, te recorres el mundo completo. Pero es verdad que hay determinadas cosas que se escapan. Ir a un sitio te permite saber si hace frío o calor, si el clima es húmedo o seco, agradable o incómodo, cómo se relaciona la gente que vive allí…. Para mí es imprescindible sentirlo. En definitiva, te ayuda a construir una atmósfera más real y envolvente.
NM: ¿Elegiste la isla de Ons -un paraíso turístico en verano- por su contraste demográfico en temporada hibernal?
ML: Sí, durante el verano hay miles de personas todos los días, he estado muchas veces, el Parque Nacional de las Islas Atlánticas es un sitio maravilloso. En invierno la situación es totalmente diferente y la isla queda bastante incomunicada. Los Ferrys cesan a veces de funcionar durante muchas jornadas porque el único muelle que tiene la isla, un espigón muy estrecho, queda inutilizado por el oleaje. Me vi como mi protagonista, de pie en el espigón. Había un poco de temporal y rompía contra un peñasco enorme, pero los barcos aún podían amarrar. Es un rugido que si no lo ves no lo entiendes. Frío, niebla, lluvia… Sus escasos habitantes tienen la electricidad racionada durante unas horas, algo casi impensable hoy.
NM: Si hiciéramos una encuesta, sospecho que la mayoría no lo creería.
ML: Hoy en día no se puede pensar que haya un sitio en España que no tenga agua corriente o luz eléctrica. Bueno, ¡pues existe! Como te hayas olvidado de cargar el móvil en las horas de servicio… Te puedes encontrar esto viviendo en un lugar que parece anclado en el S.XIX a plena vista de una de las costas más turísticas del mundo, que son las Rías Baixas, en pleno S. XXI. Ese contraste me pareció increíble, necesitaba experimentarlo. Si hasta hace poco mencionaba aquello de “ojalá me pudiera ir a una isla desierta”, ahora solo digo “¡cuidado con lo que deseáis!”. La soledad autoimpuesta no es fácil. Lo tengo muy claro. A una isla desierta me llevaría gente, mucha gente.
NM: ¿Y un Kindle cargado de libros?
ML: Sí, me ayudaría tener una biblioteca encima, solo que si tengo que escoger me quedo con el relato oral de la gente. Ya escribiré yo los libros que tenga que leer (bromea).
NM: Cuando la tormenta pase toma de la mano a La ladrona de huesos y La puerta, novelas también ambientadas en el terruño, con su realidad de magia y superstición. Tuviste una antepasada “menciñeira”, por lo que lo traes de cuna, ¿no?
ML: Sí, a pesar de que la globalización haya hecho que prácticamente todos seamos iguales en cualquier parte del mundo. Es decir, tal y como vamos vestidos tú y yo ahora mismo, nos teletransportan a un lugar lejano y no llamamos la atención. Pero hay un trasfondo que nos hace diferentes, nuestros orígenes, de dónde venimos, lo que hemos mamado y las historias que nos contaban en la infancia. En este caso, todo el folclore de la mitología gallega me ha acompañado prácticamente desde pequeño. Trasgos, bruxas, la Santa Compaña… No es que hablemos los gallegos de ello cada día, ni muchísimo menos, eso es evidente. Sin embargo, ha empapado muchísimo nuestra forma de ver y nuestra forma de entender el mundo. También el mundo que sabemos que no existe, pero está.
NM: Cuando la tormenta pase, además, inició su andadura con el Premio Fernando Lara 2024, galardón que en el pasado recibieron autores como Terenci Moix, Francisco Umbral o Javier Reverte. ¿Los reconocimientos incluyen un factor de responsabilidad?
ML: Los premios pesan, por lo menos en mi caso, sí. Ganar el que es uno de los premios más prestigiosos en lengua española es una responsabilidad. Ves la lista de premiados y se te doblan las rodillas porque te das cuenta de que hay grandes colosos. El premio no cambia nada, pero lo cambia todo, de ahora en adelante va a suponer que todo lo que haga va a ser visto con más atención y cuidado, me va a exigir un mayor nivel de trabajo para estar a la altura. Pero por encima de todo es una alegría enorme, después de dieciocho años escribiendo.
NM: ¿El síndrome del impostor resiste los embistes de la experiencia?
ML: A lo mejor me gusta mucho tener los pies en el suelo y ser consciente de que sigo siendo el mismo cuentacuentos que era al principio. No quiero dejar de serlo, quiero seguir sintiendo la emoción y los nervios cada vez que sale un libro como si fuese la primera vez. Desde el día que recibí el premio ha sido tal torbellino que no he tenido tiempo de estar solo, de poder analizarlo y digerirlo, pero confieso que ese síndrome del impostor permanente que me acompañará durante toda la carrera, queda un poquito más mitigado, más aguado con este reconocimiento.
NM: ¿Qué interconexiones entrelazan unas novelas con otras?
ML: Se dan muchas. Al final como autor vas haciendo un hilo conductor en el que evidentemente vas contando las historias que te gustan, los misterios y enigmas que te apetece contar, que emocionan a los lectores, pero en el fondo lo que hay son pulsiones. Estas pulsiones hablan de los miedos y de las emociones de quien escribe. Siempre haces un poquito de striptease emocional.
NM: ¿Cuáles recuerdas más?
ML: Mira, La ladrona de huesos era en realidad la historia del miedo a la pérdida, es decir, el desarraigo de alguien buscando su identidad y sus orígenes. Cuando la tormenta pase es la historia del miedo a la soledad. Quedarte sin nadie al lado y ver que no puedes escapar de un problema gordo, que has de resolverlo solo. En el fondo, creo que obedece más bien a miedos personales míos que van aflorando y que van cogiendo forma de novela. Puede que ya tenga claro cuál es el siguiente paso, el siguiente miedo que voy a exorcizar. Pero no te puedo contar nada todavía.
NM: Lo entiendo. ¡Sería hacer spoiler!
ML: Al final, anticipar cosas es hacer proyecciones a futuro que después pueden salir, pero de una manera muy diferente. No se trata de gafarlos. No creo en ese tipo de historia, soy muy racional, pero sí que creo que obsesionarse mucho en que una cosa tiene que ser de una determinada manera te genera una presión que después, si no se cumple, te puede generar una decepción. O todo lo contrario, de repente es mucho más grande de lo que tú pensabas y te llevas una alegría. En todo caso, pasar demasiado tiempo pensando en eso no te lleva a ninguna parte.
NM: Manel, tú, que has sido hombre de leyes, ¿aún cuentas con coletillas?
ML: Sí, se arrastran determinados manierismos. Somos un montón de fugados del mundo del derecho: Lorenzo Silva, María Oruña, etc. No sé si yo salí escapando porque me agobió la literatura jurídica, no me permitía tener actividad creativa. Todos los citados y los que me dejo en el tintero para mi vergüenza, coincidimos en que venimos de un mundo que te obliga a escribir bien. Cuando tú presentas un escrito a un juzgado, su señoría no tiene ni idea de lo que estás hablando. No solo hay que conceptualizar y escribirlo claro, has de hacerlo de manera convincente.
NM: Tu primera novela, Apocalipsis Z. El principio del fin, llega en octubre a Prime Video en formato serie. Para quienes todavía no conozcan esta faceta, confirmamos que la ficción cuenta con una legión de zombies.
ML: Sí, arranqué con aquello. ¡Qué lejos queda y qué diferente a lo que estoy haciendo ahora! Me parecía que para escribir bien y algo que fuese muy refrescante, necesitaba que no hubiera leyes ni normas. Aparte, tenía un trauma personal porque con 11-12 años había visto La noche de los muertos vivientes, de George A. Romero. Me quedé prendado de su blanco y negro y su principio. Mis padres, con muy buen criterio, me mandaron a la cama, pero cuando ellos se acostaron diez minutos después, me levanté y fui a seguir viéndola. Descubrí que hay que hacer caso a los padres porque estuve con pesadillas durante una temporada (ríe).
NM: No suena mal para un estreno literario.
ML: También es verdad que luego evolucionas. Aquello lo hice con 18 años, correspondía a un momento muy concreto de mi vida. Hay autores/as que encuentran un formato que les funciona y lo hacen el eje de su carrera literaria. Los lectores se sienten cómodos porque las reglas son precisas y acuden a territorio conocido. A mí lo que me gusta es explorar, soy inquieto por naturaleza. Por eso ahora estoy en la novela negra, el thriller… Son la mejor herramienta para misterios y desafíos.
NM: ¿Cómo de catártica puede resultar una tormenta?
ML: Muchísimo. Las tormentas son una acumulación de tensión que se libera de manera violenta. Eso trasladado a nivel narrativo es oro puro. Manifiesta emociones en estado primigenio. Y no sólo eso, sino que las tormentas que alcanzan la costa atlántica son llamadas ciclogénesis explosivas. Cuando llega un temporal con ese tren de tormentas y borrascas que golpean la costa, la sensación que tienes es de que hay una tensión que se acumula y que se libera, que se acumula y que se libera. A la hora de crear es un terreno muy fértil.
NM: ¿Sueles sentir ‘morriña’ cuando te alejas de casa demasiados días?
ML: Sí que es verdad que cuando viajo por el Sur, o estoy en países más meridionales de Sudamérica y veo esa luz brillante y cegadora, que realza hasta el más mínimo detalle, soy consciente de que vengo de un sitio más oscuro y eso nos lo estamos perdiendo. Sin embargo, ya sabes, a los gallegos nos cuesta alejarnos de nuestra tierra, tenemos tendencia a volver. Soy una persona a la que le gusta la lluvia y el clima invernal, estoy acostumbrado y, en ese sentido, me siento muy identificado con este universo que procuro trasladar a los libros. Pretendo que el lector se moje con el protagonista, que cuando llueve sienta cómo el agua se filtra a través de la ropa y el viento le hace temblar. Esa sensación de humedad e inquietud a su alrededor.
NM: Gallego de pura cepa. Galicia Calidade.
ML: Me encanta ser embajador de Galicia e invitar a todo el mundo a que venga. Somos gente riquiña y hospitalarios. No mordemos, de verdad (ríe). Se come bien y no se pasa calor, aunque tampoco podamos garantizar el sol. Es bajo vuestra libre elección (vuelve a reír). Esta es una tierra de acogida, nosotros mismos nos hemos repartido por el mundo y siempre hay un español al que llaman «gallego”.