La voz de Catalina de Salazar, la mujer de Cervantes, llega en un libro

Novela sobre Catalina de Salazar, mujer de Cervantes.
José Manuel Lucía Megías pone voz a Catalina, la mujer de Cervantes, en la novela 'Soy Catalina de Salazar, mujer de Miguel de Cervantes'.

José Manuel Lucía Megías pone voz propia al personaje de Catalina de Salazar, en los que serán sus últimos días, las últimas horas de su existencia. Y lo hace de manera que, a través de dicho texto, Catalina adquiere el protagonismo que le corresponde como mujer, como persona, como individuo.

Apago las luces del salón, enciendo algunas velas y entre penumbras respiro a través del personaje de Catalina de Salazar, intento dejarme embriagar por la atmósfera de aquella habitación, empapelada de recuerdos y sentimientos, ubicada en la calle de los Desamparados, en el Madrid de 1626. De repente, Soy Catalina de Salazar, mujer de Miguel de Cervantes, se cuela en mis retinas una vez más. Me pide a voces, este breve, pero intenso y maravilloso monólogo, una segunda lectura. La primera la realicé como mera espectadora, pero para alguien que vive el día a día con ese vértigo de acercarse hasta el borde del proscenio y esa pasión por la vida que te hace temblar, como si cada amanecer que te regalan se convirtiese en nuevo estreno, era impensable dejar pasar la oportunidad de meterse en la piel de una mujer tan enigmática como admirable.

Soy Catalina de Salazar, mujer de Miguel de Cervantes es un texto escrito por José Manuel Lucía Megías y que ha sido editado por Huso, dentro de su colección denominada Palabras Hilanderas. Un texto con formato de monólogo teatral, de fácil lectura y comprensión, sin frases rebuscadas, ni pretensiones aleccionadoras. Su autor, inmerso en el estudio de la literatura medieval caballeresca, de Cervantes y de la iconografía quijotesca, quiso sorprendernos —y vaya si lo consiguió— deslizándose bajo la piel, adentrándose en los pensamientos, pero sobre todo asomándose al corazón de Catalina de Salazar. Experimentó contemplando a través de ella lo que había sido su vida, su juventud, ese primer encuentro con Miguel de Cervantes, sus frustraciones, temores y alegrías. Cómo vivió ese amor incondicional hacia su esposo hasta el último de sus días, a pesar de tantas ausencias y contra todo pronóstico.

«…la primera vez que yo te vi. Tú ni te acuerdas. Que no. Siempre me decías que sí. que te habías dado cuenta, que te hiciste el despistado para hacerte el interesante. Pero, ¡qué va!, no te fijaste en mí en ningún momento».

«Tú tenías puesto los ojos en el negocio que intentabas cerrar con mi padre!» (pág. 33)

Soy Catalina de Salazar, mujer de Miguel de Cervantes.

José Manuel Lucía Megías pone voz propia al personaje de Catalina de Salazar, en los que serán sus últimos días, las últimas horas de su existencia. Y lo hace de manera que, a través de dicho texto, Catalina adquiere el protagonismo que le corresponde como mujer, como persona, como individuo, y lo consigue sin tener que abandonar esa posición, ese roll que la sitúa, en algunas conversaciones como «la mujer de Cervantes». Y nos relata su historia con libertad e independencia absoluta, saliendo de entre las sombras y emanando su propia luz.

«… Porque así me sentía yo en Esquivias: en una cárcel.  Nada de lo que de mí se esperaba me atraía…» (pág. 34)

«A mí me gustaba antes leer que bordar; salir a los campos a pasear antes que pasarme las horas en el salón rezando y suspirando; yo soñaba con grandes amores y no con esos escasos besos y abrazos que terminaban por llenarla a una de hijos» (pág. 35)

Les contaré que me ha gustado muchísimo y, a la par, me ha sorprendido. En parte les diré que me ha parecido genial y casi diría un atrevimiento, que, a día de hoy, en un siglo en el que en nombre de la libertad de expresión estamos siendo testigos de una censura alarmante, en un tiempo incierto en el que parece ser que defender algunas posiciones e incluso ciertos valores, nos desvalora. Donde se hace continuamente un llamamiento a la libertad como individuos, pero curiosamente tienes que encajar, sí o sí, en alguno de los nuevos prototipos sociales. Un escritor, como señalo, se vista con la piel de una mujer y defienda una forma de amar que, a día de hoy, muchos no lo comprenderían y otros tantos no lo aceptarían.

«Y me enamoré. Bueno, en realidad me dije: «Aquí está la solución a todos mis anhelos. Con esa sonrisa yo sería capaz de irme al fin del mundo…»» (pág. 38)

«Viniste a salvarme como el caballero andante a las damas desfavorecidas. Así me he sentido yo toda la vida contigo…» (pág. 41)

Y es justo en estos momentos de tanta tensión e incertidumbre, que José Manuel Lucía Megías publica un monólogo, cuya protagonista nos devuelve alguno de esos valores ya casi perdidos. Olvidados entre los cajones con cartas perfumadas de nuestras abuelas, entre pañuelos de hilo bordados a mano. Acurrucados entre los brazos o sentados sobre sus rodillas bajo las faldas de un brasero. Y pone voz, como ya he comentado, al corazón de una mujer que no solo quiso, sino que también supo y decidió libremente amar de manera incondicional al hombre del que se había enamorado. Construyendo libertad donde otros solo serían capaces de ver dependencia.

«…cuando se abrieron las puertas de la iglesia, cuando salimos a la calle cogidos del brazo, me sentí nueva, libre. Por fin libre. Por primera vez libre.»

«Comenzaba a sentir que podía ser yo misma, Y así me he sentido toda la vida a tu lado: una mujer libre, por fin, libre». (pág. 46).

José Manuel Lucía Megías.

Nos encontramos ante un texto que nos recrea la vida, sentimientos, y en definitiva acontecimientos acaecidos en otra época,  donde la manera de pensar y de actuar, con ciertas libertades, estaba vetado para las mujeres. Sin embargo, Catalina rompía con muchas de esas normas establecidas. Era una de las pocas mujeres de su época que aprendió a leer y escribir. Dueña de una mentalidad abierta y con una voluntad difícil de doblegar.

«…nunca me gustó cómo retratabas a las amas en tus obras, Miguel. ¡Pobres mujeres enlutadas, a las que se les negaba la caricia y el abrazo, la piedad más silenciosa»

«Sabe Dios cómo las he intentado defender, pero todo fue en vano» (pág. 40)

Mucho se ha conjeturado sobre el matrimonio entre ella y Cervantes. Sobre los intereses materiales de él o la soltería perpetua a la que la sociedad del momento había dictado sentencia sobre ella. Creo que solo a ellos les corresponde juzgar los motivos por los que en realidad se unieron, los demás solo se pueden basar en presunciones. Yo lo leo y solo percibo pasión y amor, admiración y entrega de una mujer que sabía lo que quería y se aferró a ello con todas sus fuerzas hasta el final.

«Aquella noche descubrí mi cuerpo por primera vez. Con una paciencia que siempre te he admirado, me fuiste descubriendo nuestros cuerpos. Tu experiencia fue mi guía. No podía hacer otra cosa. No quería hacer otra cosa» (pág. 48)

«Me dejé hacer sabiendo que era la primera de las mujeres de mi linaje que había explorado rincones semejantes. Y me gustó. Me gustó conocer mi cuerpo…» (pág. 49)

¿Qué más da si los comienzos no fueron idílicos? ¿Acaso el amor gana en calidad cuando obviamos lo que no nos gusta? ¿Tal vez seguimos engañados pensando que la felicidad es una fórmula matemática?

Desde mi visión personal, el texto es un claro ejemplo de cómo los sentimientos y en definitiva el amor que uno decide como verdadero, está más allá de opiniones y juicios ajenos, muy por encima incluso de nuestros propios deseos de poder controlar en todo momento a nuestro corazón, cuando cabalga en sus latidos desbocado  por completo. No solo me ha parecido una historia de amor maravillosa, aunque también llena de ausencias dolorosas, sino que Catalina representa la lealtad en su grado máximo. No solo es leal a su amado esposo, también es leal a sí misma, a sus propios principios morales.

Soy Catalina de Salazar, mujer de Miguel de Cervantes nos descubre cómo hay personas capaces de entender y vivir el amor desde su parte más pura, lo cual no implica que no conlleve horas de sufrimiento cuando el ser amado se aleja durante largas temporadas, o cuando Cervantes, en este caso,  se encerraba con sus letras, se aislaba en su cuarto con sus caballeros andantes, sus historias y personajes. En esos momentos también estaba muy lejos, aunque les separasen pocos metros y aún así, Catalina supo y quiso entender que en esa libertad que él necesitaba y que ella le concedía —y se concedía— radicaba todo su amor y seguramente también el de Cervantes hacia ella.

Deja clara muestra, sin pretender ser ejemplo ni dar lecciones a nadie, que los sentimientos sinceros que sentían el uno por el otro no desaparecían en la distancia, ni se veían mermados, más bien aumentaba sus emociones y por ello sus reencuentros eran ardientes. En ellos Catalina se entregaba sin prejuicios ni complejos, a pesar de la época que le tocó vivir. Quiso ser todo para su esposo y así vivió, entregada a él por completo cuando estaba y sin que en ella se alojasen los celos, ni la desconfianza, cuando faltaba.

En el texto, siempre desde mi personal punto de vista por supuesto, queda reflejado claramente como una mujer puede entregarse totalmente a sus sentimientos, sentir y demostrar plena admiración hacia la persona que ama, cuidarla, atenderla e incluso esperarlo pacientemente, sin necesidad de sentirse manipulada, condicionada y mucho menos tener que renunciar a ser ella misma, a sus ideas y a sus propios intereses. Sin tener que perder su identidad necesariamente. El personaje de Catalina nos muestra cómo a partir del momento en que decide unir su camino al de su esposo, desaparecen absolutamente todas sus cadenas y descubre el camino de la libertad. No quiere caminar sola, desea hacerlo de su mano, que sea su guía, incluso cuando está lejos.  Reconoce abiertamente que necesita de Miguel y del amor que éste le entrega.  Se convierte en parte del aire que necesita para respirar. Aún después de muerto.  Su personaje nos hace entender que no es imprescindible abrazar la soledad para ser libres. Por ello cuando él fallece, Catalina se queda a vivir en los recuerdos.  Entre recuerdos. De los sueños.

«Somos hijos de nuestros sueños, antes que de nuestros recuerdos» ¿Por qué recordar el pasado si lo podemos soñar? (pág. 25)

Catalina de Salazar hace el repaso de toda una vida —plenamente consciente de que su final la miraría muy pronto a los ojos―, y lo hace desde su habitación en la calle de los Desamparados, de Madrid, la casa que fuera refugio del amor entre ellos en los últimos años de matrimonio, hasta el fallecimiento Cervantes.  Catalina, que en un primer momento pensó regresar a Esquivias, su pueblo natal, para ser enterrada junto a sus padres, decide finalmente permanecer en el que fue su hogar junto a Cervantes hasta el fin de sus días. Cambiando el testamento en el último momento y sabiendo que moriría sola si permanecía allí, pues todas las personas que habían estado estrechamente ligada a sus vidas ya habían ido desapareciendo. Otras no llegaron jamás, como los hijos, un vacío que intentó llenar, supliendo el dolor de no poder tenerlos, con su dedicación absoluta a enfermos y mujeres presas en cárceles.

«Me viene el frío desde el corazón de los huesos, como si la sierra hubiera encontrado cobijo en mis entrañas!»

«Me paso el día temblando…»

 «…no consigo alejar el frío de la muerte de mi cuerpo»( pág. 19)

Todo esto y mucho más, queda plasmado por su autor, José Manuel Lucía Megías, en esta maravillosa obra con formato de monólogo teatral que es Soy Catalina de Salazar, mujer de Miguel de Cervantes. Una lectura recomendable, escrita para disfrutarla de muchas maneras, leyéndola en soledad, compartiendo su declamación,  o interpretando y dando vida al personaje de Catalina, e incluso como tema de conversación mientras saboreamos un té o unas cervezas con amigos, porque es un texto escrito para ser llevado a cualquier parte y compartido en cualquier momento.

Señalar por último, que el propio autor comenta en una pequeña carta que le escribe a Catalina de Salazar, a modo de prólogo:

«¿Qué no daría por saber lo que recordarías de tu vida días antes de aquel 31 de octubre de 1626, cuando diste tu último suspiro en la calle de los Desamparados, en Madrid?»

 

 

Texto de: Silvia Monterrubio