Yo nunca hubiera querido escribir este artículo. Mejor dicho, nunca creí que tuviera que llegar a escribir sobre este tema. Si me lo permiten, seguiré un poco más con el yo por delante. Nací a mediados de los 80, época de liberación sexual, política y social. Una década en la que se alcanzaron muchos logros en la defensa de los derechos sociales, civiles e individuales. O al menos eso nos han hecho creer. Cuando nací, mi madre trabajaba y quería estudiar. Ella siempre ha sido una mujer con inquietudes y, sin que suene a tópico, se ha hecho a si misma. No pudo ir a la universidad cuando le tocaba, según los cronogramas habituales, porque venir de una familiar de agricultores de la Castilla negra y profunda, siendo la mayor de los hermanos, te obliga a pensar antes en trabajar que en los libros. De todos modos, nunca se quitó de entre ceja y ceja ir a la universidad y nunca consideró que valiera menos que sus hermanos simplemente por ser chica. Lo consiguió, igual que consiguió seguir trabajando mientras estudiaba, darles una formación sólida a sus hijos y enseñarme que la mujer y el hombre son iguales en capacidades y derechos. Y así lo he creído siempre, aunque la realidad parece querer demostrarnos que eso no es así.
El papel de la mujer en la sociedad, tanto en el ámbito privado como en el público, sigue en constante revisión por necesidad. Que si listas paritarias, que si cuotas de igualdad, que si ciertos tipos de discriminación positiva… Gestos que parecen absurdos pero que son necesarios imponerlos porque una minoría, que parece sentirse amenazada, sigue poniendo en cuestión las capacidades de las que tienen en frente. La presencia de mujeres en equipos directivos es casi anecdótica por culpa de la mal entendida conciliación, que solamente puede pasar por elegir entre una vida laboral u otra personal. Parece que la única opción de crianza está centrada en la renuncia de la mujer a sus motivaciones, sueños y anhelos. Incluso se han aventurado a pensar que una forma de defender los derechos femeninos es la de decidir por las mujeres cómo, cuándo y porqué pueden ser madres, creyendo además que es la única forma de sentirnos realizadas en nuestro sexo. Un suspiro de alivio se oyó cuando la máquina del tiempo retrógrada frenó en ese aspecto. Sólo en ese aspecto.
En otras facetas de la vida pública no mejora tampoco la cosa y la figura de la mujer se cosifica en más ocasiones de las que se debería. Porque una de las maneras de rebajar un escalón el papel de ellas es reducirlas a la parte puramente estética, dándole importancia sólo a ese factor, pero no es el único camino. Poner en cuestión sus capacidades de gestión o decisión, aunque sea de una manera velada y aparentemente inocente, es otra forma de presión en contra de la igualdad de géneros. Ha sido muy comentada la ausencia de mujeres en el equipo de ministros del nuevo presidente griego, Alexis Tsipras, aunque sólo sea por las diferentes maneras de estructurar gobiernos en unos países u otros. Redujo las carteras a diez y ninguna está encabezada por mujeres, sí presentes como segundas de a bordo y, aparentemente, con menos peso en la toma de decisiones. No vamos a hacer ficción con lo que sucedería en el caso de que Podemos, uno de los hermanos políticos españoles de los griegos Syriza, llegara al poder. Parece que en el germen de su formación, esas plazas vivas en las que participamos todos y todas, la igualdad latía presente de una forma natural. Se articuló en estructura de partido para dar el paso en la acción política y de aquellas mujeres pensantes y actuantes del 15M de momento sólo parecen sobresalir dos o tres, más que dignos ejemplos, frente a la masa masculina de teóricos que saltaron a la siguiente casilla.
En otro orden de cosas, hay un mundo que muchos lo asocian con lo femenino, el mundo del arte, pero curiosamente éste siempre ha sido contado desde el prisma masculino. Hay que hacer un gran esfuerzo para recordar nombres de artistas plásticas mujeres anteriores al siglo XX , y en música o literatura son nombres como destellos que jalonan una lista eterna de creadores hombres. El papel femenino se centraba en ser espectadora pasiva, nunca partícipe de la creación más que como modelo, y no en todos los casos estaba permitida esa función. Suena lejano, pero hubo un tiempo en el que las mujeres necesitaban permiso de un hombre “tutor” para poder entrar en un museo, porque la capacidad sensible e intelectual de una fémina no era suficiente para disfrutar del arte. Quizás alguno justificó así el ataque de Mary Richardson a la Venus del espejo. Siete hachazos con un peso simbólico que se respondía desde ciertos medios y sectores con un paternalista “pobre mujer ignorante/histérica”, negando los verdaderos motivos de protesta de esta sufragista en 1914.
Porque la cultura y la sociedad están necesariamente ligadas. ¿Existe diferencia entre hacer lecturas políticas del arte y el arte político? El uso de imágenes determinadas no puede ser casual porque la neutralidad, lo objetivo, lección básica de periodismo, es un concepto incompatible con toda muestra que nazca de la mano del hombre (o de la mujer). Y la historia del mundo avanzó y las mujeres se hicieron más visibles en sus luchas y victorias. En la década de los 60 empezó a hacerse más fuerte la actividad artística de colectivos de mujeres que trabajaban en la línea de la perspectiva feminista, centrando sus temas y su narración de la historia en ellas y retomando artes “menores” que pertenecían al contexto privado habitual de las mujeres como el bordado, el punto, etc. La tendencia se fue asentando durante los 70 y los 80, década en la que nace el colectivo Guerrilla Girls, protagonistas de la muestra que recoge Matadero de Madrid hasta el 26 de abril, con vigencia y actualidad en nuestros días. Baste mirar el porcentaje de creadoras que firman obras en ARCO, por ejemplo. La cifra arroja que sólo había un 4,4% de mujeres entre los artistas presentes en la feria en 2013.
Pero hablar de arte feminista como categoría o corriente estética, de cultura feminista, puede apartarnos de la posibilidad de darle una visión feminista, o encontrar la reivindicación por/de las mujeres, a cualquier expresión cultural. Porque la lucha no ha terminado y cada victoria que se alcanza en pro de la igualdad no queda nunca totalmente afianzada. Hay que defenderla, cuidarla y hacerla crecer. Porque somos hijos e hijas de todas aquellas (y aquellos que estuvieron a su lado) que nunca cejaron en su empeño de conseguir el reconocimiento merecido a la mujer y su lugar en la sociedad, logrando ser, al fin, protagonistas de la historia. Quizás logremos acercarnos poco a poco a esa realidad, ahora utópica, de igualdad entre hombres y mujeres. Quizás en unos años nadie más tenga que escribir sobre este tema.
Fotos (cc): André Luis /CHRISTOPHER DOMBRES / Eric Huybrechts