Hace muchos años un profesor de inglés, nativo del sur de Inglaterra, se reencontró con sus alumnos de una academia de Madrid tras las vacaciones de Navidad. Traía un libro nuevo entre las manos. Se llamaba “Rotondas de Gran Bretaña” y recopilaba imágenes de la mayoría de las rotondas de las islas. Lo mostró a todos los presentes y explicó que se lo había regalado una de sus hermanas. “¿Creéis que me estaba vacilando?”, preguntó, inocente.
Hoy, después de visitar la web de Roundabouts of Britain, una sociedad nacional de “aprecio” a estas piezas arquitectónicas, parece claro que no, que a Nathan no le estaba vacilando nadie. O bueno… al menos no del todo. Las rotondas tienen fervientes admiradores en Reino Unido. Una solemne cita del escritor Robert Louis Stevenson encabeza la página: No place in the world exerts such attractive power as an island. (Ningún lugar en el mundo ejerce tanta atracción como una isla). “Una rotonda es un verdadero oasis en el océano de asfalto”, añaden después estos amantes del usted no tiene la prioridad. No exentos de humor, defienden sus ventajas circulatorias, educativas e incluso ecológicas. La rotonda es vista por los socios de este club como un signo de civilización y de progreso, y no solo viales, que quieren entender como algo característicamente británico.
Aquí abajo, a excepción de la Cibeles, han tardado algo más en llegar. Algunos españolitos no giraron en su primera rotonda hasta unas vacaciones en Francia. Y, probablemente, muchos de ellos no sospecharon entonces que, años después, España también se llenaría de rotondas. Solo que, aquí también han ganado otras connotaciones. Así lo creen, al menos, los responsables del proyecto Nación Rotonda, que han tomado este elemento circulatorio como un estandarte del sinsentido urbanístico que pareció apoderarse de buena parte del territorio nacional durante los años de la burbuja inmobiliaria, y que aún hoy sigue coleando. Una rotonda en mitad de un secarral que está, a su vez, en medio de la nada parece la mejor postal de ese país que se volvió loco y que dejó más de tres millones de viviendas vacías. Lo absurdo de girar hacia ninguna parte. Si para explicarle a alguien dónde está tu casa tienes que indicarle que ha de girar no en la primera, sino en la segunda rotonda, está claro que vives en los dominios de Satán, nos advirtió hace tiempo José Ramón Lorenzo, una de las mitades de Vicisitud y Sordidez e instigador del concepto “arquitectura satánica”, esa rama del urbanismo especializada en urbanicidios.
Tres ingenieros y un arquitecto, Miguel Álvarez, Esteban García, Rafael Trapiello y Guillermo Trapiello, crearon en 2013 la web Nación Rotonda, con la que buscaban generar un archivo documental de todos esos paisajes fantasma que dejaron los proyectos urbanísticos inacabados por la crisis. Recopilaron alrededor de 800 imágenes, algunas a pie de calles vacías, otras vistas aéreas que parecen los fotogramas de una invasión extraterrestre que plagó el campo de fantasmales círculos. Ahora acaban de editar, gracias a una campaña de crowdfunding, el libro homónimo (Editorial Phree, 2015), en el que exponen más ejemplos de un fenómeno que no siempre tiene vuelta atrás: algunos de esos espacios, advierten, ya son irrecuperables. Tanto técnica como económica como ecológicamente. Parece que no se le pueden poner puertas al campo, pero sí rotondas.
“¿Por qué hemos llegado a dónde estamos? ¿Qué hacer con lo que tenemos?”, se preguntan sus autores en este vídeo promocional, sentados en un paso de cebra por el que no pasa nadie en Yebes, Guadalajara. Su intención es poner el urbanismo al alcance de todos, para que el lector saque sus propias conclusiones y reflexione sobre lo que le rodea, y sobre el modelo económico y social que representa.
Y, vista la respuesta de muchos internautas, entre ellos, los más de 6.000 que siguen su página en Facebook, parece que estos cuatro jóvenes han conseguido activar un resorte en el público. El mismo que parecía dormido en aquellos años en los que osos de gominola gigantes, descomunales tornillos e incluso helicópteros aterrizaban en islotes a las afueras de las ciudades españolas, en lo que parecía un descabellado concurso de la rotonda más fea del país. El mismo que sí saltó, en cambio, este invierno, cuando un barrio de Vigo angustiado por la creciente pobreza de su población se echó a la calle para impedir que el ayuntamiento de la ciudad se gastara 700.000 euros en instalar un barco pesquero en una rotonda. Ciudadanos que no parecen dispuestos a que España, como parodiaba no hace mucho El Mundo Today, se convierta en una rotonda gigante en 2020, en la que para viajar de Sevilla a Bilbao haya que rodear todo el país hasta llegar a Euskadi, y que prefieren abandonar esa locura urbanística por la primera salida.
Fotos: Google Earth / Landahlauts (cc)