El pasado 14 de enero, a los 82 años, murió Ricardo Bofill, uno de los arquitectos españoles más controvertidos del último siglo. El catalán, nacido en 1939, pasó a la historia gracias a sus atrevidas y provocativas obras, que ponen en entredicho los tradicionales patrones arquitectónicos y cuestionan la idea convencional de la vivienda. Aunque la segunda mitad de su duradera carrera se caracteriza por varios proyectos comerciales, como el hotel W en Barcelona o el Citadel Center en Chicago, los edificios más representativos —y más escandalosos— de Bofill se remontan a los años 70 y 80.
Pongamos por caso el Walden 7 en las afueras de Barcelona. Concebido en 1970 como solución al problema de viviendas sociales, el proyecto se encaró con dificultades financieras ya en la etapa de construcción. Luego se destaparon las graves deficiencias como la humedad y las grietas, aparte de la incomodidad del edificio per se. La idea detrás de este laberinto de torres babélicas de hormigón, con pisos pequeños y ventanas diminutas, fue que los vecinos vivieran más en comunidad que en privacidad. No obstante, como suele ocurrir con las utopías, el plan murió en el intento. El inmueble (el único construido de los tres planeados inicialmente) sigue siendo asombroso y fotogénico, borrando la frontera con lo ficticio, lo irreal. Pero no da ganas de vivir en él, más bien lo contrario. Es opresivo, sofocante y confuso, te hace sentir como si estuvieses dentro del cerebro de un esquizofrénico. Como si fuera una película perturbadora que disfrutas pero tras verla te alivia salir al mundo normal y corriente.
Otro ejemplo del estilo bofillesco es el conjunto Les Espaces d’Abraxas en el extrarradio de Paris (1983). De nuevo, la intención fue noble: desahogar la capital superpoblada ofreciendo viviendas asequibles. Además, de un diseño monumental que reflejaba la ideología francesa de entonces. Tampoco funcionó. Es curioso que la manzana, con su aire postapocalíptico, aparezca en Brazil de Tierry Gilliam —una cinta distópica de 1985 que se hizo una película de culto— así como en el taquillazo reciente Los juegos del hambre (2012). Pese a su imponente aspecto y estatus de estrella de cine, Les Espaces d’Abraxas hoy en día son un gueto con ventanas rotas donde los «indígenas» en chándales Abibas y Numa reclaman —en un francés muy callejero— que les pagues para poder hacer fotos allí, porque si no… La policía, claro, no está. Quizá todo esto sea una especie de redistribución de bienes, una forma de vivir en comunidad. ¿No es lo que pretendía Bofill? Pues lo sentimos, esto es la vida real.
En este contexto su proyecto más conocido, la Muralla Roja en Calpe (Alicante), casi resulta una utopía con un happy end. Construida al lado del mar, en tamaño comedido y gama alegre, con unas vistas preciosas y una piscina en la azotea, en la actualidad esta obra es un imán irresistible para los fotógrafos, blogueros y amantes de la arquitectura de autor. Tanto es así que, si uno desea fotografiar dentro del edificio, tendrá que respetar determinados horarios para no molestar a los vecinos. Asimismo, solo se puede acceder al recinto si se alquila uno de los pisos. La Muralla Roja, un laberinto con pasillos sin salida y con miles de escalones, que celebrará su quincuagésimo aniversario en 2023, es uno de los edificios más fotografiados de España. Aún así, la cuestión de su comodidad y practicidad sigue abierta.
Si comprendemos la arquitectura como ars gratia artis, el arte por el arte, entonces el legado de Ricardo Bofill lo tiene todo: las formas audaces y las ideas trascendentales, la libertad y el triunfo total del artista. El único pero que cabe plantear es que la arquitectura está pensada para habitarla y no solamente para rodar una película de ciencia ficción o hacer unas fotos abstractas con el fin de impresionar a los instagramers. Bofill creó una arquitectura alucinante —a veces en el sentido literal— pero de poca funcionalidad. De ahí que surja la eterna polémica sobre su utopía, que de facto a menudo se convierte en lo contrario.
A pesar de todo, el talento publicitario del arquitecto y su capacidad de reinventarse y traspasar los límites es innegable. Al igual que Salvador Dalí sería hoy en día el tiktoker con mayor alcance mundial, Ricardo Bofill lograría hacerse el influencer arquitectónico por antonomasia. Esperen… ¿Lograría? Realmente ya lo es, contando con casi 250 mil de seguidores en el Instagram de su taller. Bravo, señor Bofill.