Dos criaturas, primogénitos de familias enfrentadas, son sumergidas en agua helada una mañana de 1170. Los usos feudales, Dios mediante, señalan que el que se hunda será el escogido. La sentencia de esta ‘ordalía’ sellará el destino de Robert de Tramontana, el Condenado que, tras perderlo todo en El juicio del agua, volcará su vida en el encuentro con la justicia en un periplo no exento de peligros, conspiraciones y descubrimientos. El escritor y abogado Juan Francisco Ferrándiz (Cocentaina, 1971) ilumina en su nueva novela uno de los períodos más oscuros de la época medieval para relatar el renacimiento del Derecho romano, un acontecimiento inadvertido que sin embargo cambió el rumbo de la Historia. Su restauración pondrá en marcha un bien común aún mayor: El engranaje de los derechos y libertades que en la actualidad gozamos.
Nokton Magazine: A pesar de ser hombre de leyes, permíteme preguntarte cuál fue la primera pieza de este apasionante viaje iniciático en torno al Derecho (el “Ius commune”) que narra El juicio del agua.
Juan Francisco Ferrándiz: Fue como resolver un misterio. Cuando me documentaba para mi anterior novela (La tierra maldita), inspirada en la Barcelona del siglo IX, notaba un deterioro en la situación posterior, a partir del siglo X y XI. Muchos payeses han de ceder sus tierras a los señores a cambio de protección porque estaban continuamente siendo saqueados; empiezan los llamados “malos usos”, la violencia de los nobles… Y desaparecen las sentencias. No porque se pierdan los registros, sino porque eliminan los tribunales. Los señores no los aceptaban. Me quedé con la pregunta de cómo es posible, si todo fue yendo hacia un deterioro, que nos encontremos con una Barcelona próspera en el siglo XIII y XIV, qué pasó en ese tiempo intermedio para que se forjaran las ciudades y se recuperasen los derechos y libertades antes en caída libre. Pues se debió a redescubrir una manera de juzgar, un Derecho. Cuando unes Paz y Justicia en seguida llega la prosperidad. Sigue siendo así. Pienso en Siria. Si lograse un poco de ambas su situación cambiaría.
NM: El juicio del agua, como su propio título auspicia, arranca con una ‘ordalía’ que cambia el curso de la historia de dos familias y sus dos descendientes, que no se detendrán ante tal arbitrariedad.
JFF: La ordalía quiere representar esa situación oscura que hubo, en la que la verdad no importaba tanto en los asuntos como la voluntad de Dios. Había que resolver y se sometía a una prueba y lo que salía era voluntad divina. Con esa imagen impresionante quería transmitir la búsqueda de la Humanidad, a través del protagonista, del nuevo tipo de Justicia, que fue lo que invirtió la curva de esa decadencia humana y el origen de nuestros derechos actuales.
NM: Sin embargo, el siglo XII siempre ha sido tachado de Siglo del Feudalismo.
JFF: Sí, pero ahí empezamos a asistir a la decadencia de los señores feudales. Nacen las ciudades y la burguesía. De repente, a finales de ese siglo y principios del XIII, hay grupos de gente libre, que empieza a tener poder económico. Eso se produce, aunque no se cuente en los libros de historia, gracias a la estabilidad y la seguridad que trajo el Derecho. Fue una revolución silenciada. Los nobles se resistieron, claro. Las ciudades eran una aberración porque quebraban el sagrado orden de “bellatores” (hombres de guerra), “oratores” (clérigos) y “laboratores» (agricultores), las tres clases en las que se dividía el mundo y cuya cúspide presidían junto al clero. Había un gran trecho entre los privilegios que poseían y las máximas del Derecho romano, que decían, entre otras cosas, que la Justicia era dar a cada uno lo suyo.
NM: La figura del protagonista, Robert de Tramontana, es una alegoría. La ordalía le condena al poco de nacer a ser el Condenado, pero de esta mácula nacerá el sentido de su existencia: Ser un hombre justo.
JFF: Su personaje representa a los estudiantes que salieron de monasterios y ciudades para aprender en otras geografías, trayendo a su vuelta esa nueva luz que era el antiguo Derecho romano, para retomar una Justicia parecida a la que tenemos hoy. Me venía a la cabeza el largo camino del protagonista de El médico, de Noah Gordon: Más allá del horizonte hay más sabiduría. Por eso Robert se trasladará a la Escuela Jurídica de Jaca (dentro de los muros de Jaca valían todos los testimonios igual, el del hombre humilde y el de un noble, cosa que no pasaba en Barcelona); a León, donde se produce un hecho histórico, la celebración de lo que la UNESCO ha reconocido como el Primer Parlamento (muy lejos del sistema de Derecho actual, pero relevante, pues el pueblo va tomando las riendas para limitar el poder); el camino hacia Bolonia, el Alma Mater Estudiorum, donde los glosadores comienzan a destripar el antiguo Derecho, el Digesto, tan complejo. Esa es la diferencia con el período anterior, son leyes muy pensadas. Si miras un Fuero del S. XI es el ABC, se basan en la costumbre. “Si esta piedra cae a este lado, que pase esto”, sin pensar en la forma de la piedra, por ejemplo.
NM: ¿Se preguntaron si era justa la Justicia?
JFF: En el siglo XII empezaban a reflexionarse sobre el Aequitas Rudis. Es decir, la equidad, el equilibro del mundo. Comienza una renovación a todos los niveles, un verdadero Renacimiento. No es el artístico, que vendrá en el S. XV, pero en esos años aparecerá San Francisco de Asís, que extrae la mística de los monasterios; las órdenes mendicantes… Movimientos a niveles espiritual, jurídico, comercial (se van creando las grandes rutas del comercio)… Los estudiosos intentan, poco a poco, entender el mundo más allá de Dios, buscando un cierto Humanismo. En el Derecho romano incluso hay máximas que sentencian que nadie está por encima de la ley. Nos puede crujir siendo la Edad Media, pero ahí ya interpretan que todo lo que diga el Rey no puede ser ley. Se percibe una limitación del poder en beneficio de los más débiles.
NM: La palabra iniguitas (injusticia) pesará en la vida de Robert de Tramontana. ¿La búsqueda que emprende será un intento de redimirse?
JFF: Sí, él arrastra cierto sentimiento de culpa. Al perder la ordalía su familia perdió también la libertad y la Masía, entregando sus derechos al Señor. Su historia se basa en antecedentes históricos. Había pleitos en los que las Masías tenían que conceder al señor las tierras, su casa, el derecho de que pasara por allí cuando quisiera y les pidiera lo que quisiera… Poco a poco más y más. Ante una situación así, las únicas salidas eran la sumisión, la venganza o la huida. De alguna manera, Robert siempre se preguntará si lo que sucedió fue justo o no. El destino lo llevará a emprender una búsqueda, en principio por motivos más personales, pero irá descubriendo que hay una cuarta salida: La Justicia.
NM: En tu novela anterior el conflicto entre la Cristiandad y Al-Ándalus era nuclear, aquí es apenas contextual, pero encontramos guiños al mundo musulmán. Como la “Baraka” (la bendición).
JFF: En el siglo IX la frontera estaba en Llobregat, al lado de Barcelona, y era una especie de lejano Oeste, en toda su crudeza, pero en mi contexto actual la frontera está más allá de Tortosa. Barcelona es un Condado Cristiano, está integrado en la Corona de Aragón y tiene otros problemas. No cabía todo, pero confieso que estudié un poco de derecho islámico de la época. ¿Sabes que existe una conexión entre todos los Derechos? Son las ‘fazañas’ antiguas. Esos pequeños cuentos ejemplarizantes, a modo de enseñanza o consejo a los jueces, que corrían por los reinos de Castilla, de León o de Aragón. Procedían de Al-Ándalus, pero lo utilizaban todo tipo de magistrados: judíos, árabes, cristianos…
NM: La batalla entre el sentir humano y el Timor Deis ha persistido a lo largo de la Historia. ¿Se llegan a igualar en la balanza?
JFF: A pesar de que en la Edad Media el Timor Deis lo regía todo, los impulsos humanos siempre estaban ahí. Desde la seguridad, la alimentación, el miedo, el sexo, el odio… son facetas que superan los condicionantes morales. Por mucha tecnología, somos todavía gente de las cavernas (ríe). Todavía estamos evolucionando, asimilando los cambios. Por mucho teocentrismo siempre se impone el alma humana, sobre todo, para hacer cosas inconfesables. Nos vemos arrastrados por nuestras pasiones.
NM: La novela está poblada de valerosas mujeres que marcan el tránsito del protagonista en distintas etapas, como Novella Gozzadini, inspirada en la que es considerada la primera profesora universitaria de la Historia, la jurista Betissia Gozadini.
JFF: Sí, Betissia nació en 1209, fue una intelectual y se tiene registro de que dio clases de Derecho en Bolonia. Aunque el protagonista sea un hombre, quien impulsa el libro son las mujeres. Él avanza por ellas prácticamente, para bien o para mal. De distintas clases sociales, en distintas situaciones de vida. Dan un espectro de muchas de las féminas de una época en la que ya había juglaresas. En los capiteles medievales las representaban, al igual que a las bailarinas, como a la Salomé que pidió la cabeza de San Juan. No es ningún anacronismo que aparezcan liderando. Uno de los pocos juicios que se conservan del S.X en la zona de Barcelona, un reclamo de una serie de aldeanos al Conde de Barcelona, lo encabeza una mujer. Eso dos siglos después sería impensable. En el XII las mujeres no estaban en la situación que estarán en el XV-XVI. Quizás por el clima de guerra, muchos hombres morían. Las mujeres tenían derechos que irán perdiendo a medida que pasen los siglos.
NM: La noble Blanca de Corviu, a cuyo destino está enlazado Tramontana desde la ordalía que acuñó el devenir de ambos, es la otra protagonista de la novela. Su talante no es el de la habitual heredera («pubilla») de un Señor.
JFF: El ser heredera del Vizconde de Cabrera la convierte en pieza de los juegos de poder, pero es un tipo de mujer que no se pliega. Representa el testimonio de castellanas, baronesas, que rigieron con dificultades, pero lo lograron. Será definitoria para todo. Tiene visión y supondrá el equilibrio, la advertencia para Robert. Él busca la Justicia de forma casi ingenua y ella tiene una serie de experiencias que la hacen crecer como persona antes. Ve los abusos de poder y las jugadas de los nobles. Se siente heredera del legado de su familia, pero solo quiere vivir en paz.
NM: ¿Eran nuestros antepasados de la Edad Media un poco “bárbaros”?
JFF: Esa tendencia de pensar en el pasado, como retrógrado y más oscuro no es cierto. Hay que entender la Edad Media en su contexto. Esa gente hacía lo que hacía porque era su visión del mundo. Un ejemplo es la ordalía. En ese clima de violencia y más en tierra de frontera, la gente se iba y no sabía si regresaría. Eso crea un sentimiento interno de que la vida está en manos de Dios. No sabes si una flecha te va alcanzar. Se traslada también a la Justicia y la Justicia se convierte en una especie de alegoría de una batalla, que es lo que representa una ordalía en sí. Desde las que eran duelos a las que consistían en una prueba como sumergir dos niños en el agua, que es lo que muestra el libro. Y que Dios decidiera en los pleitos. No deja de ser fruto de su tiempo. Yo tengo la sensación de que cuando la sociedad está lista se produce un cambio.
NM: ¿El error es juzgar con mentalidad contemporánea?
JFF: No hacemos mal viendo el pasado desde el presente, nos ayuda a evolucionar, pero no deberíamos juzgarlo con el rigor con el que se juzga en el revisionismo de la historia. Quien no cumple los cánones actuales debe ser despreciado y borrado. Eso hacían los egipcios. Cuando un faraón no les gustaba, picaban las inscripciones sobre él. Esa censura no es nueva. No somos originales (ironiza).
NM: Al contrario, desde la definición mas oscurantista, sorprende cómo podemos ser tan “medievales” a estas alturas.
JFF: Cuando en aquellos tiempos una mujer sufría una violación y no hacía el ritual de llegar al pueblo, gritaba en la plaza quién la había violado, se echaba tierra al pelo y empezaba a llorar ya no valía, no podía denunciar. Te sonará. Hoy en día hay mucho debate cuando una mujer de repente dice que fue víctima de abusos hace tiempo. Mucha gente se tira encima y lo justifica en por qué no lo ha contado antes cuando no contarlo puede responder a muchas razones: Psicológicas, de miedo… Entonces pienso: “Estos son como los de la Edad Media”. O lo dices ya o pierdes el Derecho.
NM: ¿Están blindados los derechos actuales?
JFF: El Derecho romano, para los libres, era por igual. Luego se olvidó y de ese modo en la Alta Edad Media tenemos a gobernantes cuyo libre albedrío es la ley. Costó mucho recuperar los derechos y ahora creemos que son sagrados y nadie nos los va a tocar y no es así. Si este sistema desapareciera, lo que viene detrás es “Mad Max”, la ley del más fuerte. Últimamente hay mucha crispación y en cierto modo entramos a ello porque en el fondo estamos convencidos de que la ley nos va a amparar. Se juega con la Constitución porque se nos olvida lo que eso costó y, no hablo de la historia reciente, sino la de siglos y siglos de esfuerzo y desigualdad. Aunque no tengamos un sistema perfecto, partimos de una base para mejorar. La Historia, el colapso de las civilizaciones, demuestra las consecuencias de pervertir la Justicia. Valoremos el tesoro que tenemos.
NM: “Mejor que el hombre que sabe lo que es justo es el hombre que ama lo justo”. Confucio, como Aristóteles, cuyas palabras ejercen casi de preámbulo del libro, también fue un férreo defensor de la Virtud. ¿Se puede desligar el futuro del pasado?
JFF: Una de las cosas básicas es saber y tener un sitio hacia donde mirar. Las máximas de hace 2000 años continúan en vigor. Te cuento una anécdota. En el confinamiento estaba revisando la novela y vi en las noticias la problemática de los locales de negocio, que cerraban, y de los inquilinos que no podían hacer frente a los alquileres y eran “desahuciados”… En revistas jurídicas salió al paso un principio romano para moderar eso. Curiosamente en la novela, cuando Robert llega a Barcelona, la primera sentencia que aconseja a la gente del burgo que van a echar es este principio, aplicado por abogados del S.XXI para paliar la catástrofe que suponía la pandemia. ¡Se me puso la piel de gallina! Tenemos las herramientas para tener una sociedad justa y tenemos que implementarlas y recordar que somos personas entre personas.
NM: ¿La escritura ha sido para ti como un acto de fe?
JFF: Totalmente. Yo estaba en una situación privilegiada trabajando como abogado y no lo dejé todo, pero renuncié a oportunidades por la pasión de escribir. Pasé de una situación cómoda, estable, segura, digamos, al interrogante. No me he arrepentido ni un solo instante. En la pandemia, con la inseguridad que se ha generado, el acto de fe lo ha sido más que nunca. Nunca se sabe si una novela irá bien, pero la vida es una y esto es lo que verdaderamente me llena. Aunque suene a tópico, decidí perseguir mi sueño.