Hay quien, por tradición, pone una silla, un plato, cubiertos y una copa de más en sus mesas de celebración. No es un fallo de recuento, es el sitio que se guarda para aquellos que faltan y a quien nos gustaría seguir sintiendo cerca y continuar festejando todo cada día. No se prepara comida para ellos ni tampoco es necesario servir vino en sus copas, aunque sabemos de largo que en las comidas y cenas familiares siempre sobra porque en las cocinas siempre se requiere echar un puñado más de lo que sea (para la olla).
Cuando alguien falta, en nuestra humilde redacción, que se resume muchas veces a un nutrido y activo grupo de Whatsapp y a conversaciones por skype/hangout, con los correspondientes peligros tecnológicos de pérdida de señal y lagunas en las conversaciones, siempre se nos plantea la pregunta del obituario. En un gesto de homenaje, por si alguien se nos pasó, en la mesa de la sección de libros siempre incluiremos varias sillas de más para aquellos que se han ido este año y que nos han cambiado la forma de ver la literatura en todas y cualquiera de sus expresiones. Porque ellos siempre tendrán un hueco principal en la memoria y su falta es una de las realidades más dolorosas de lo que nos ha pasado culturalmente en este año que ya se fue.
Ana María Matute
Para la Matute, nuestra dama blanca de alma de niña, una sonrisa y un gintonic bien preparado para que nunca le falte. Se nos fue un universo real y maravilloso de una de las plumas (y la mente que acompañaba) más lúcidas y originales de la literatura española. Y sólo dejó de escribir cuando nos abandonó.
Juan Gelman
La tristeza inundaba sus ojos, sus poemas y su semblante. Tuvo que huir de su Argentina natal en los 70 empujado, como otros tantos creadores y pensadores sin trabas, por la dictadura. Llegó a México y su poesía adquirió algo de color distinto, pero siempre sin perder ese halo de nostalgia. Quizás le guardemos un poco de dulce de leche.
Manu Leguineche
El periodismo de calidad, plumillas venideros y el Athletic no se entienden sin su firma. Es periodista, no literato, pero no existe este tipo de distinciones cuando se habla de contar de frente, ensangrentadas, de la mejor manera posible, las historias que pasan. Preparemos un txakolí bien frío y el bocata de tortilla que se comería en los descansos de los duelos en San Mamés.
Gabriel García Márquez
Dicen que el boom de la literatura hispanoamericana tiene más que ver con técnicas de promoción y giras al estilo de los Beatles que con unidad estilística o puntos en común en los procesos creativos de los autores inscritos en este movimiento. El mundo creativo de García Márquez jugaba en otra liga, hasta el punto de que ya nadie puede concebir la historia de la literatura en castellano sin su firma. Se nos fue pero siempre nos acompañará brindando con un buen tequila.
Félix Grande
Hay algo en la voz del poeta que parece que llegaba tarde pero en realidad siempre estuvo allí. Los versos de Félix Grande nos descarnaban una realidad que sufrió desde su niñez, con matices de unas imágenes que resbalan por la pared como gota de acero. El flamenco sin él tampoco se entendería igual. Brindaría con una copa de vino de La Mancha con sus poemas a caballo entre lo social y la vanguardia más absoluta.
Leopoldo María Panero
Como en una serie épica, la caída del último de una estirpe. Algunos, ilusos, lo habían condenado al olvido personal y literario por su reclusión en el centro psiquiátrico de Las Palmas, pero el último de los Panero no hizo que componer aún más en libertad. Hijo del poeta Leopoldo Panero, hermano del también poeta Juan Luis Panero y de Michi Panero, una de las figuras culturales en la sombra más importantes de la movida, Leopoldo María fue clave para entender a los novísimos, siempre envuelto en el humo de su cigarro.
Fotos (cc): Razi Marysol Machay / IMSERSO / Wolf Gang / Alvarogx2