El Cairo oculto: el barrio de la basura

Barrio de la basura en El Cairo.
Barrio de la basura en El Cairo.
La visita a El Cairo que los viajes a Egipto no incluyen: el barrio de la basura.

Una ciudad de más de 20 millones de personas respira caos en cada rincón. El Cairo se mueve alejado de sus milenios de historia a un ritmo acelerado que palpamos desde el primer momento en el que intentamos cruzar una de sus colapsadas carreteras. Un tráfico anárquico marca la cotidianeidad de una ciudad que esconde al ilusionado turista la realidad de sus barrios periféricos. Frente al ruido y el bullicio del centro se desdibujan apartados barrios, tranquilos y funcionales, como el de Muqattam; el barrio de la basura. Uno de esos que no suelen aparecer en las guías de viajes a Egipto.

Jorge es el nombre con el que se nos presenta nuestro guía; menos de treinta años, moreno, con vaqueros y camiseta, y una novia en cada país –según nos cuenta en un tono distendido-, parece dispuesto a descubrirnos otro mundo dentro de la misma ciudad. En una pequeña furgoneta abandonamos las concurridas carreteras del centro dirección al sureste. A medida que avanzamos los coches se van transformando en carros tirados por burros y los grandes telares que parecían salpicar el color ocre de la ciudad desaparecen poco a poco sumiéndonos en la monótona vista de casas abandonadas a medio construir. Hasta que la realidad cambia completamente.

El olor comienza a oscurecerse mientras entramos en el barrio de la basura. Desechos y sacos cargados de desperdicios dibujan sus calles. Toneladas de basura se amontonan a las puertas de los edificios y a las entradas de las tiendas de alimentación. Niños que juegan y corretean, descalzos, sobre estos sacos que esconden los desechos de toda la ciudad de El Cairo. Los zabalín –basureros- nos miran desde sus puestos de trabajo endulzándonos las vistas con sus enormes sonrisas, no esconden el orgullo de  realizar durante más de 100 años una de las labores más útiles, mantener la higiene de la ciudad. Las calles, sin asfaltar, están perfectamente organizadas para el trabajo de la recogida de basura; unas dedicadas al plástico, otras al vidrio y otras a los residuos orgánicos, que utilizan para dar de comer a los cerdos de los que se alimentan los vecinos.

Bajo los edificios infestados también de basura en sus balcones y azoteas, enseguida se distingue a dos turistas, no sólo por la ropa y la cámara en mano sino por ese gesto retorcido que denota un gran esfuerzo por soportar el hedor. Un olor que no parece influir en el medio millón de habitantes encargados de recoger los desperdicios de las calles y seleccionarlos para el reciclaje, unas funciones que el ayuntamiento no cubre y deja en sus manos. Su beneficio es sólo de unos céntimos. Su labor es la de mantener la higiene en la ciudad mientras resignan orgullosamente su vida a la basura. Para nosotros vivir entre basura es sinónimo de inmundicia, de pobreza, para los zabalín es esperanza porque al menos supone sobrevivir.

Iglesia junto al Barrio de la basura en Egipto.
Iglesia junto al Barrio de la basura en Egipto.

Su imprescindible trabajo no les aleja de la espiritualidad, los vecinos de este barrio son coptos, minoría religiosa en El Cairo, y al igual que el resto de religiones de la ciudad conservan palpitantes rincones de culto. Dejando atrás las toneladas de basura que bañan sus calles se alza ante nosotros la Iglesia de San Simeón, escarbada en una cueva se impone cálida ante el visitante que se deja llevar por los numerosos grabados que invaden las paredes y ese aire de anfiteatro romano que denota la posición escalonada de sus bancos. El barrio de la basura parece castigado por la  propia geografía que lo esconde bajo las colinas de Muqattam, pero los vecinos han sabido aprovechar esta característica ubicación construyendo en la década de los ´70 una descomunal Iglesia al amparo de la cueva. Los zabalín se refugian en este edificio, la mayor iglesia ortodoxa copta de todo Oriente Medio, evitando mezclarse con el resto de cairotas. Sentada en uno de sus bancos una niña risueña y vieja se acerca a preguntarme, en perfecto inglés, por mi vida en España. Aún no sé si lo hacía por soñar con otras vidas, o por enorgullecerse de la suya.