Si dijera que el rey de Tebas, hijo de Layo y de Yocasta, resolutor del enigma de la Esfinge y héroe infausto por méritos propios, me sacó a bailar, nadie me creería. Pero faltaría a mi palabra si no me reafirmase en que así sucedió. Y yo le seguí. En la platea vacía de la Sala Verde de Teatros del Canal, no más de medio centenar de espectadores por sesión, vimos el pasado fin de semana cómo Edipo se alzaba glorioso ante los tebanos, su pueblo -ergo, nosotros-, y de tan alto sucumbía a la caída más perversa.
Podrán haber corrido los tiempos, pero Edipo Rey, como toda tragedia griega, no olvida. La voluntad de los Dioses exige y sus designios, para suerte o desgracia, son sagrados. Aunque Edipo tenga atractivo, atributos de líder, conozca todas las fórmulas de la política (actual) y se anude la corbata a juego con un traje impoluto, ya tiene las manos manchadas de sangre. Su hado, escrito antes de nacer, le persigue hasta el canto del desfiladero.
En la naturaleza mítica habitan los mensajes del futuro, porfía que Declan Donellan (Mánchester, 1953) comprende y maneja con dote manifiesta. En su buen hacer por los escenarios del mundo, le secunda en este lance grecolatino con caracterización contemporánea el Teatro Nacional Marin Sorescu, de Rumanía.
Tras su visitación de La vida es sueño, el director inglés -autor de El actor y la diana, bestseller indispensable para cualquier histrión en ciernes- le toma el pulso a Sófocles y sube la apuesta en una experiencia epidérmica, poderosa, inmersiva. Comedida en su ramificación de escenas, anímicamente leal al clásico.
Más de una docena de actores participan en la función, que comienza en el vestíbulo de la sala, reconvertido en improvisado hospital. El público rodea la camilla y la intranquilidad de los médicos. Están desbordados. La enfermedad no tiene cura. Podría ser marzo de 2020, pero nos encontramos en Tebas, originalmente en el año 430 a.C. La ciudad sufre una epidemia de peste y ruegan al rey Edipo que intervenga para salvación de sus súbditos.
De pronto, el monarca toma a una asistente de la mano en dirección al espacio escénico y, nosotros -tebanos-, le seguimos expectantes. Descubrimos una platea prácticamente vacía, solo con una pequeña tarima en el centro y un par de ambientes a los lados, hacia cuyo atrezo nos dirigiremos cuando la escena lo demande. El verbo milenario aflora y su traducción, en las cuatro paredes que nos rodean, nos permiten continuar el flujo de los acontecimientos, los pasos incesantes de los personajes entre los espectadores. La rotundidad del movimiento requiere reflejos y atención. Actores y público se mimetizan. Nos miran, nos tocan, nos cuestionan. ¿Solo los intérpretes actúan o, como voyeurs, profesamos el temple del coro? ¿Es este teatro la vida?
“Las tragedias no tratan sobre los héroes -defiende Donellan- tratan de la gente común. Una buena tragedia resulta ser un espejo”. Cada vez que Edipo eleva la mano en tono acusatorio, la verdad palidece, pues quien inculpa carga contra sí el calibre de dos o tres cañones hendidos en fuego. La respuesta del Oráculo de Delfos, al que Edipo remite a su cuñado Creonte, y la profecía de Tiresias -personaje femenino en esta propuesta- abrirán la caja de pandora. El rey bienintencionado y amado por su pueblo, intrigado por su origen, descenderá la pendiente en el crujir de un paso. El precipicio siempre estuvo a sus pies y sus ojos le impedían verlo.
Despojado de todo, Edipo responde en última instancia al marginal fruto de la cancelación. Claudiu Mihail confiere a su protagonista el ímpetu, la locuacidad y la tracción que implica el corpus del personaje. A su lado, una categórica Ramona Drăgulescu se apropia de Yocasta en todos sus roles y le confiere hasta el desenlace una admirable dignidad. En su amplitud, el reparto acopia una recia solvencia, que asoma en la conmovedora intervención de Eugen Titu o el burlesco descaro de Tamara Popescu. No es de extrañar que a semanas del estreno, las entradas hubieran volado. Apiádese el Olimpo para que, con tal bienvenida, más pronto que tarde el Rey vuelva a lucir su corona en Madrid.
Edipo Rey ha sido representada en Teatros del Canal (Madrid) del 17 al 21 de enero. Su reparto estaba conformado por Claudiu Mihail, Ramona Drăgulescu, Vlad Udrescu, Tamara Popescu, Alex Calangiu, Nicolae Vicol, Iulia Colan, Angel Rababoc, Anca Maria Ilinca, Marian Politic, Eugen Titu, Corina Druc y Bruno Noferi.