A veces sobran las palabras para expresar emociones, conseguir embarcarnos en una historia, en unas vidas ajenas a la nuestra, y dejarnos empapar por todo tipo de sentimientos. Esto lo saben bien los componentes de Kulunka Teatro, que llevan nada menos que cuatro años de gira con su obra André y Dorine, con la que acaban de volver a Madrid. Un espectáculo “sin fronteras”, tal y como apunta la compañía en el dossier de prensa, que a través del teatro de máscara y el teatro gestual nos narra la vida de un matrimonio de ancianos que, vencidos por el paso del tiempo, parecen incapaces de recordar por qué se enamoraron tiempo atrás.
Como auténticos voyeurs, los espectadores de la obra somos testigos del día a día de los personajes. André, inmerso en la escritura de su último libro, tecleando a máquina, y Dorine, concentrada en las notas se su violonchelo, parecen no tener ya nada en común salvo la casa en la que deben convivir y el cariño hacia su único hijo. La rutina y la apatía están a la orden del día hasta que un hecho inesperado lo cambia todo: el Alzheimer de Dorine. Un acontecimiento trágico que, no obstante, trae algo positivo. La paulatina pérdida de la memoria de Dorine provoca que André empiece a rescatar recuerdos que parecían guardados bajo llave.
José Dault, Garbiñe Insausti y Edu Cárcamo hacen un trabajo extraordinario -sobre todo a nivel corporal- metiéndose en la piel de más de 10 personajes distintos. Perfectamente sincronizados, entran y salen de escena dando vida a los protagonistas –tanto en la actualidad como en su juventud- y a todo aquel secundario que se va cruzando con ellos. A través de unas grandes máscaras y unos gestos expresivos limpios y precisos -buscando en todo momento la complicidad del público- nos van mostrando la evolución de la enfermedad -la confusión y desorientación inicial, los ataques de pánico al no reconocer a los suyos, las pérdidas de memoria a largo plazo-, así como la respuesta de los más allegados a Dorine que, impotentes, van siendo testigos de como poco a poco sus capacidades van degenerando hasta que deja de ser ella.
Pese al transfondo trágico, la obra nos brinda grandes momentos de humor gracias a unos gags muy bien resueltos que nos levantan más de una sonrisa. Muchos de ellos los encontramos en los flash-backs en los que se refleja a la pareja de joven: el primer encuentro, el día de la boda, etc. Recuerdos que colgaban de las paredes del salón, reducidos a meras fotografías. y que ahora vuelven a cobrar significado.
Desde que se creó esta compañía vasca, en 2010, sus componentes han estado inmersos en la representación de este espectáculo con el que ya han cosechado un gran éxito internacional. Y es que el teatro gestual no entiende de fronteras. “¡Tras la gira por más de 20 países vuelven a Madrid!” rezan los distintos carteles publicitarios que se pueden encontrar por la ciudad. Los espectadores de Buenos Aires, Bogotá, Manchester, Miami o Shanghai ya han podido disfrutar de esta obra sobre la vida, la familia, la memoria y la importancia de las pequeñas cosas.