Corazón tan negro

Foto de Osamu Kaneko.flickr. com (CC)

En marzo la capital nipona acoge el Tokyo International Literary Festival, que reúne durante cinco días, en distintos puntos de la ciudad y bajo diversos formatos, a escritores, traductores, críticos, editores y creadores de otras disciplinas, japoneses y extranjeros, para debatir, compartir ideas y ofrecer apuntes sobre “el estado de la cuestión”. Una de las mesas redondas congregó, bajo el título ‘Female Writers Challenging Social Taboos’ y la moderación del escritor tailandés Prabda Yoon (cuyo único relato actualmente disponible en castellano ha sido publicado por la revista digital 2384), a una serie de novelistas asiáticas, entre las que se encontraba la japonesa Kirino Natsuo.

Kirino es en realidad Mariko Hashioka, autora por lo general adornada por las editoriales con estética de bestseller y a menudo encasillada en el ámbito de la novela policíaca. De entre sus obras, han sido traducidas al castellano Out, Grotesco y Crónicas de una diosa.

Pero Kirino va mucho más allá de la novela negra. Este género suele verse aquejado por debates maximalistas sobre su calidad y méritos literarios y una tensión entre éxito de público y desprecio de cierta crítica que difuminan las particularidades de cada obra o autor en un totum revolutum dominado por el marketing. A ello se añade, además, la habitual limitación geográfica de nuestro mercado editorial, que parece prestar atención solo a autores anglosajones, nórdicos, franceses, españoles e hispanoamericanos.

Kirino Natsuo
Kirino Natsuo

Es cierto que en todas las obras de Kirino hay violencia, un asesinato que provoca una reacción en cadena, un cadáver que cae sobre las vidas de las protagonistas de sus libros. Pero el aspecto policial de dicho evento catalizador es prácticamente irrelevante, cuando no inexistente, frente al buceo en los dilemas éticos, recovecos psicológicos y podredumbres sociales que las consecuencias (o las causas) de esos crímenes sacan a la luz. No hay ningún Kurt Wallander, ningún Kostas Jaritos, ningún Martin Beck. El foco está del otro lado del espejo.

La inmensa mayoría de las voces centrales de las páginas de Kirino son mujeres. A través de Masako, de Yayoi, de Yuriko o de Kazue, lo que se teje y se despliega no son historias de suspense o la investigación de un delito, sino la verdadera dimensión del corazón oscuro del Japón contemporáneo. O, de forma más universal, las entrañas desgarradas de la silenciosa legión de individuos alienados frente a una sociedad opresiva que bien podría ser la nuestra.

En realidad, la obra de Kirino entronca en muchos aspectos con cierta corriente literaria japonesa que apuesta por ofrecer al lector bisturíes con los que diseccionar las contradicciones y perversiones de sociedades urbanas, consumistas y elitistas pobladas por sujetos lúcidos y, sin embargo, carentes de rumbo. En Grotesco, por ejemplo, se enfrenta a la crueldad desde la dicotomía entre el determinismo biológico y la influencia social.

mujeres leyendo nokton magazine

En Real World (igualmente inédita en España) se acerca al meollo de la banalidad del mal desde la óptica de cuatro adolescentes inadaptadas (cada una a su manera) que se involucran en la huida de un vecino parricida (al que llaman Gusano) sin saber muy bien por qué. En ese sentido, Toshi, Yuzan, Kirarin y Terauchi recuerdan a los cuatro compañeros de piso de Parade, novela de Yuichi Yoshida (que también sigue sin publicarse en España) en la que los protagonistas viven sumidos en una inopia que les hará cómplices de la brutalidad más gratuita.

Pero Kirino también aborda el deseo de ascenso social; el estigma de las familias mixtas; la sexualidad; la individualidad frente a la masa; la relación de las mujeres con el poder en una sociedad (la japonesa) en la que la brecha de género sigue siendo hiriente… Su obra desborda el género policíaco y lo hace desde una perspectiva que no es la de los espejismos del Estado del bienestar escandinavo (Maj Sjöwall) o la de las heridas sangrantes de la crisis griega (Petros Márkaris) —por poner dos ejemplos bien conocidos por el público europeo—, sino otra bien distinta.

Es por ello que si el boom de la novela negra está aquí para quedarse, al menos durante un tiempo, parecería de justicia empezar a prestar más atención a lo que desde Asia (y desde otras latitudes) tienen que decirnos sus autores más clarividentes. La mejor novela negra, igual que los mejores cómics de superhéroes, pueden terminar por ser el reflejo más agudo de los dilemas morales y los desgarros sociales de una época. Y no hay duda de que, hoy, una parte importante del partido de la sociedad global se está jugando en estos lares.