Las redes sociales se han convertido en un vehículo de transmisión de cualquier tipo de contenido y, por supuesto, son también un soporte indispensable para el desarrollo y la expansión de la literatura. Nos encontramos así ante unos textos que por lo general se han desarrollado en consonancia con la gran expansión que estas propician. Influencias, retroalimentación, posibilidad de conocer y de mostrar nuestros propios textos son algunas de las “ventajas” que ofrecen. Para nosotros, el mayor beneficio es poder conocer los primeros pasos de jóvenes promesas. Gracias ellas hemos descubierto algunos nombres más que interesantes con los que establecer estas «citas en verso». Hablamos con Chema Remesal (Lorca, 1993), fundador y presidente de la Asociación Universitaria Uróboros. Su nombre figura en importantes antologías con autores de la talla de Luis García Montero, Vicente Gallego o Eloy Sánchez Rosillo. Forma parte activa de diferentes eventos culturales y su cv literario alberga premios a diversas composiciones, destacando su conjunto de poemas Aller simple, ganador del II Premio en el XXXVIII Certamen Literario María Agustina (2012).
Nokton Magazine: Según tu experiencia, ¿crees que las redes sociales favorecen o perjudican el desarrollo consciente de la poesía?
Chema Remesal: A simple vista, puede parecer que favorecen el consumo de literatura y, ciñéndonos al género, la escritura y la lectura de poesía. Bien es cierto que las redes han fomentado el hábito de lectura y escritura entre los adolescentes. Sin embargo –no olvidemos que estamos en internet–, hay un alto porcentaje de información con una pésima calidad. Somos lo que consumimos, y es imprescindible saber qué se consume para saber de qué estamos hechos.
NM: ¿Has visto muchos tuits convertidos en versos, o simplemente fue una red social que sirvió a muchos de inspiración?
CR: Twitter puede servir como inspiración. De hecho, sé de poemarios donde se advierten numerosos tuits chirriantes; quiero decir, se aprecia un “copia y pega” y no existe consonancia con el texto comodín al que se adhieren dichas frases sensacionalistas. Mi experiencia es paradójica. He sido usuario activo de dicha red social desde 2011 hasta 2015; y si bien en los primeros años de uso pensé que me nutría a la hora de escribir, más tarde acabé por darme cuenta de que adulteraba y desvirtuaba mi escritura. Ya no leo en Twitter, sólo comparto información ocasionalmente. Creo que en redes como ésta están prostituyendo la poesía.
NM: ¿Qué papel crees que tiene la literatura en la sociedad?
CR: A la literatura le han quitado el papel y ya no hay guion que valga. El intrusismo literario está perjudicando notoriamente el sector en España. No diré nombres. No es necesario.
NM: ¿Tus textos están publicados más allá de las redes sociales?
CR: Aparezco en pequeños libros y antologías con otros ganadores de certámenes literarios. También he autopublicado con mi propia edición Manoa de Uróboros una ‘plaquette’: Punto Final Inacabado. Actualmente hay editoriales que quieren publicarme, pero también hay concursos de poesía para nóveles en los que además de un premio económico te publican en una casa importante. No pienso publicar un libro hasta no conseguir uno de estos premios.
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NM: Dicen que en la vida hay que tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro… ¿Consideras cumplida esta última parte? A pesar de la autoedición, es el primer fruto visible de tu trabajo, ¿no es así?
CR: Ni mucho menos. Aún no puedo decir que haya escrito un libro. No lo creo así. No obstante, la sociolingüística me insta a decir “he escrito un libro de poemas” y no entrar en detalles escabrosos. He editado y publicado Punto Final Inacabado, con la colaboración de Marvin Arias como maquetadora y de María Jett como fotógrafa, por meras cuestiones económicas y de marketing. Crear una imagen personal es muy importante en este bal masqué.
NM: Aún es una asignatura pendiente de la teoría literaria el separar el género lírico de los sentimientos del poeta. En tu caso, ¿qué peso tiene tu realidad en tu poesía?
CR: Esta pregunta es digna de enmarcar. Creo que la edad para saber si alguien ha nacido con dotes poéticas son los 15-16 años. A pesar de ello, es necesario hacer carrera para encontrar la madurez poética y la voz propia en la poesía. Un adolescente escribirá –salvo excepciones como la de Rimbaud– un poema para Fulanita y, seguramente, le haya dado tanto valor a sus sentimientos y tan pocos a la palabra que cualquiera que lea los versos sabrá que son para Fulanita. Sin embargo, el camino del poeta crea un distanciamiento entre escritura y sentimientos, levanta un cristal que protege o, mejor dicho, diferencia al autor de su obra. Podríamos evocar nociones como la de Octavio Paz sobre el concepto de otredad o las de Bécquer sobre el distanciamiento. En suma, algo que me ha enseñado la experiencia es que si quiero escribir un poema con calidad y universalidad, he de hacerlo desde la distancia. Escribir una vez la emoción haya pasado a ser sentimiento, y el sentimiento se haya convertido en recuerdo. Escribir sin tener la cabeza fría puede estar bien como desahogo personal, pero no espero un buen poema sin su merecido tiempo de reposo tanto antes, durante y después de haberlo escrito. Al fin y al cabo, ya lo decía Pessoa: «el poeta es un fingidor».
NM: El cuerpo femenino y el alcohol emergen a menudo de tus versos, ¿podrías confesarnos qué simbolizan para ti?
CR: Son imágenes prohibidas. La figura femenina nunca se debe poseer. La musa tiene la cualidad de ser intangible; intenta tocarla y desaparecerá.
NM: ¿Cómo recuerdas tus inicios en la escritura?
CR: Empecé a escribir porque nunca se me dio bien jugar al fútbol. Fue desde los doce años una afición solitaria hasta la aparición de las redes sociales.
NM: ¿Un nombre fundamental de la poesía de nuestros tiempos?
CR: Por supuesto, Katy Parra. Admirable poeta, entrañable amiga y madrina literaria, referencia y estímulo intelectual.
NM: ¿Cuál es la banda sonora de tus horas de escritura?
CR: Siempre intento llevar conmigo una pequeña libreta y un bolígrafo, pero si estoy en casa mi BSO es la discografía de Pink Floyd, sin lugar a dudas.