‘Chinas’: El retrato de la otredad pendiente

Fotograma de la película "Chinas", de Arantxa Echevarría
Fotograma de la película "Chinas", de Arantxa Echevarría

“El idioma español está lleno de mini-racismos, lo tenemos normalizado”, afirma la directora Arantxa Echevarría (Bilbao, 1968) cuando, echando el ojo a una escena cotidiana, se verbaliza la imagen estereotipada de cualquier españolito medio con un conciudadano chino. ¿Quién estaría libre de pecado si hubiera que lanzar la primera piedra? “Trabajar como un chino” o “No me cuentes cuentos chinos”, expresiones arraigadas en el refranero español, atestiguan una percepción vaga que se confirma cuando al acudir a un bazar, se oye “Ey, bajo un momento al chino”. Súbitamente, aún sin mala fe, se racializa a toda una comunidad.

En su nueva película, la realizadora Arantxa Echevarría, avanza en la intención de abrir espacios en esos márgenes a los que la mirada no suele dirigirse. La misma inmediación libre de prejuicios, casi documental, que mostraba en su ópera prima, Carmen y Lola, con la que recibió el Goya a Mejor Dirección Novel. “Chinas surgió de mi propia vivencia. Me pregunté haciendo autocrítica por qué éramos tan estereotípicos con los chinos, así que quise meterme en una casa de Usera (Madrid) y sentarme a cenar con una familia, escucharles, saber qué sienten…”, explica Echevarría.

Una invitación que extiende al espectador con un filme amable en la dureza del suelo que se pisa, sin juicios ni carga ideológica, en el que se tiene la oportunidad de acompañar a dos niñas chinas de 9 años, cuya identidad fluctúa entre sus raíces asiáticas y su vida en España. Por un lado, Lucía, emigrante de segunda generación, hija de los dueños de un bazar, que sueña con celebrar su cumpleaños en el Burger King o en el Parque de Atracciones como cualquier compañero de escuela. Situación similar que vive su hermana Claudia (Xinyl Ye), una adolescente harta de ser llamada chinita,con el único deseo de encajar y de tener la libertad de ser como los demás jóvenes españoles. A la clase de Lucía llegará la pequeña Xian, adoptada por la pareja conformada por Leonor Watling y Pablo Molinero, quienes vivirán de forma distinta el proceso de integración de su hija.  

La directora de "Chinas", Arantxa Echevarría, en uno de los escenarios del filme
La directora de «Chinas», Arantxa Echevarría, en uno de los escenarios del filme / Dani Mayrit

“Sol, mi personaje, es de la escuela de ‘ella tiene una identidad china que no tiene que perder, ha de ir a clase de chino, debe mantener el nombre Xian…’. Su padre, sin embargo, piensa ‘lleva aquí desde los 2 años, por lo que es española; que se cambie el nombre si quiere’ y si acaso algún día quiere indagar el país del que procede, que ella lo busque”, explica Leonor Watling. La identidad, desde sus dilemas y contradicciones, vertebra las tramas de China, haciendo hincapié en las dificultades y peculiaridades de la convivencia en España para las familias emigradas, cuyas nuevas generaciones fluctúan entre dos culturas muy dispares entre sí. “Me siento identificada con Claudia -afirma la debutante Xinyl Ye, para quien Chinas significa mostrar la realidad de una amplia parte de las familias chinas-. Me llegué a preguntar quién era yo y para qué estaba aquí. Durante la adolescencia tuve discusiones con mis padres, que son de pensamiento tradicional, porque yo solo quería hacer lo mismo que mis compañeras españolas y no me dejaban. No lo entendía. Había crecido aquí, con educación española, pero no podía ser una más…”. Le viene a la memoria el recuerdo de sus notas académicas. “Cuando sacaba un 8 o un 9, no me felicitaban, sino que señalaban que debía esforzarme algo más para llegar al 10”.

Un nivel de exigencia que su compañera, Leonor Watling, no cree exclusivo solo de las sociedades asiáticas, cuando se observa toda diáspora. “Veo la pelea de la primera generación de emigrantes, la incomprensión de los hijos… También aquí en España, en una época y un estrato social concretos”. La actriz, de origen británico, cuenta cómo en Inglaterra y EEUU cada vez es más habitual que te pregunten de dónde eres, debido a los rasgos raciales, aunque hayas nacido en el mismo país que ellos. “Insisten e insisten. Y a lo mejor se trata de una persona negra, cuya madre vino de Francia, y lleva tres generaciones allí. Dan ganas de hacerse un test genético y la próxima vez que pregunten hacer una relación de porcentajes”, ríe Watling con gesto sarcástico. Por experiencia puede afirmarlo: “La identidad, cuanto más te acercas a la persona, más se diluye y desaparece”.

De las similitudes frente a las diferencias, también reflexiona Arantxa Echevarría. “Ellos han emigrado para mejorar la vida de sus hijos, tienen un peso fuerte a sus espaldas. No sé desasemeja tanto a los españoles que emigraron a Suiza y a Alemania. No hablaban nada de la lengua, se rodeaban de otros españoles y cuando hacían fortuna volvían a casa”, comenta la directora. Además, la población china siempre ha estado abocada al gesto paternalista y la objetivación del humor occidental, como recientemente se dimensionaba en un programa de una popular cadena generalista. “El humor caduca”, sugiere Watling. Xinyl Xe asiente y redondea: “Algo es divertido cuando hace gracia a todos, no cuando unos se ríen del otro”.

El escritor Lin Yutang, gran divulgador de su cultura durante el S.XX, señalaba que China era “el hecho más mistificante del mundo moderno”. Del carácter de sus habitantes destacaba el estoicismo, la sabiduría y la valentía. “Son tremendamente perseverantes y hospitalarios -explica Echevarría-. Yeju, que interpreta a la madre de Lucía y Claudia, hablaba poco español y no había ningún contacto físico cuando llegó a rodaje, pero unos meses después, era la que te daba el beso y el abrazo más grande, traía regalos al equipo, nos invitaba a todos a comer a su casa…”.

Una generosidad que la realizadora muestra en una de las escenas más simpáticas y entrañables de la película, cuando Lucía invita a su mejor amiga del colegio a cenar a su casa y la pequeña no disimula su desconcierto ante el plato de patas de gallina. “Esa familia pretende darle lo mejor que tienen, mostrar lo honrados que están con su presencia, aunque el menú no sea lo que ella se esperaba como cena especial”, comparte la directora.

¿Existe alguna receta para romper los muros invisibles entre dos culturas que llevan conviviendo desde principios del siglo XX, cuando las crónicas contaban la llegada de aquellos habitantes de Oriente a la Península? Echevarría lo tiene claro: Empatía, pero sobre todo educación. Y un mínimo esfuerzo, aprender tres palabras. “Mi hijo de 7 años, cada vez que entra al bazar, saluda a la señora, le da las gracias o se despide en chino. Un día lo cogió y le dio un beso. Muy sonriente, confesó que le había conmovido. ¿No decían que eran tan fríos y distantes? Tomemos la iniciativa, ellos a veces no saben cómo hacerlo, pero si les preguntas, verás que están deseando interactuar”, concluye. Desde la pantalla, Chinas, incita a dar ese primer paso necesario.