2014, año Spotify

2014, año Spotify
Las botas de Taylor Swift, con las que quizás se marchó de Spotify.
Cuando la plataforma anglo-sueca de ‘streaming’ musical aterrizó en nuestras vidas parecía la respuesta a muchos dilemas. En este año decisivo ha abierto otros nuevos.

Quienes pusieron el grito en el cielo con la llegada del mp3 y la renuncia al libreto de papel y la carátula que supuestamente conllevaba no se imaginaban que llegaría un momento en el que ese formato de archivo, entonces tan comprimido, también terminaría por ocupar demasiado espacio en nuestras saturadas mentes. Quizás ese punto de inflexión ha sido, precisamente, el año que ya termina, 2014, en el que una forma diferente de escuchar música ha robado más protagonismo que nunca a las descargas: el streaming. Y lo ha hecho encarnado, sobre todo, en Spotify.

Streaming significa, en inglés, corriente continua. Esta forma de difusión supone que las canciones suenan al mismo tiempo que son descargadas, algo que implica que no hay que esperar para escucharlas pero que, probablemente, no se pueda disponer de ellas con la misma facilidad para reproducirlas en cualquier formato y dispositivo. No obstante, de aquel misterioso servicio que funcionaba en pocos países y apenas era un esqueleto de sí mismo en su versión gratuita poco queda: este mismo año Spotify eliminó las restricciones de su formato free y empezó a estar disponible en éste también para móviles y tabletas, y sin limitaciones de tiempo.

La red ha cambiado no solo la forma de distribuir la cultura, sino también de consumirla. Así lo veían los componentes del grupo Diecisiete cuando les entrevistamos: “La relación con la música es ya tan directa y tan hedonista, tan ‘me gusta esta canción y no me molesto en darle tres escuchas más a la siguiente que es más complicada’ que quizá, en vez de endiosarse grupos, ahora empiecen a endiosarse canciones”.

Este mismo año hemos sabido que en Europa Spotify generó por primera vez más ingresos a los artistas que el servicio que hasta ahora dominaba la música de pago en la red, iTunes, de Apple. En concreto, un 13% más de facturación en los primeros meses de 2014, según un estudio de Kobalt Music Publishing, una firma que representa a 6.000 músicos entre los que se encuentran Lenny Kravitz y Paul McCartney. Pero ¿es sostenible el modelo de Spotify? Mejor dicho: ¿es sostenible para los artistas colgar su música en su nube?

Y entonces llegó Taylor Swift. Bueno, se fue

Cuando la plataforma anglo-sueca aterrizó en nuestro país, muchos melómanos la vieron como la respuesta definitiva a los dilemas que hasta entonces había planteado la distribución de la música a través de la red: una muy completa biblioteca de artistas, discos y canciones, novedades y clásicos incluidos (faltan, aun así, The Beatles), en la que la libertad de elección no parecía reñida con la posibilidad de pagar por lo que se escuchaba, algo que podía hacerse, además, con dinero o sometiéndose voluntariamente, en la versión gratuita, a su publicidad.

2014, año Spotify
La violonchelista Zoe Keating.

Después, comenzaron a sonar las primeras voces en contra del modelo económico que Spotify proponía para los artistas. Al principio, músicos más bien minoritarios que denunciaban que los márgenes que obtenían de la reproducción de su música en la plataforma eran irrisorios. La violonchelista Zoe Keating dijo, por ejemplo, que por 131.000 escuchas de sus canciones en el servicio obtenía 547,71 dólares (unos 449 euros). No ocupó demasiados titulares.

2014, año Spotify
Thom Yorke.

Pero entonces llegó Thom Yorke, ex vocalista de Radiohead; una figura a la que no se puede acusar de haber huido de los avances tecnológicos -distribuyó en 2007 junto a su grupo el disco In Rainbows en formato digital por precio libre, y este mismo año publicó Tomorrow’s Modern Boxes a través del servicio de pago de BitTorrent– y dijo que se marchaba de Spotify. Y que lo hacía porque la compañía pagaba, palabras textuales, “una mierda” a los artistas.

Pese al revuelo que formó, que ocasionó incluso una respuesta oficial de la compañía, Yorke no posee el alcance con el que sí cuenta la protagonista de la última huida a la francesa de la platafoma de streaming, Taylor Swift, quien retiró recientemente sin mediar palabra todo su catálogo de Spotify. Swift alcanzó en noviembre de 2014, el mismo mes de su marcha, los 16 millones de usuarios escuchando sus canciones en este servicio. Estaba a punto de sacar disco, pero parece que tenía claro que le compensaba más hacerlo fuera de Spotify.

Aquí la compañía ya no pudo quedarse de brazos cruzados. Y del coqueteo del principio –le dedicó a la cantante una lista de reproducción pública para que volviera- pasó al ataque: el CEO de Spotify, Daniel Ek, escribió una entrada de blog en la que aseguraba que la estrella norteamericana podría haber ganado este año más de dos millones de dólares solo a través de su plataforma. La discográfica de Swift, Big Machine, no tardó en responderle, también con números: según los suyos, en realidad la cantante había ingresado menos de 500.000 dólares de Spotify en 2014.

¿Ofrece alternativas?

2014, año Spotify
La granadina Le Parody.

Y he ahí uno de los dilemas que, en sustitución de los antiguos, ha abierto Spotify. La versión oficial de la compañía siempre es la misma: que ellos pagan directamente a las discográficas y desconocen el margen directo que los artistas obtienen de colgar su música en la plataforma, ya que éste corresponde a las negociaciones que cada músico entable con su compañía. En el post en el que respondía a la marcha de Swift, el CEO de Spotify llegó a decir que si el dinero que su empresa paga no fluye de manera transparente y oportuna a los artistas es porque hay “un gran problema”, una frase de la que podría interpretarse que estaba señalando a las discográficas.

En tal caso ¿existe una alternativa sin intermediarios en Spotify? Parece que no: la artista granadina Le Parody escribió una entrada en su blog en la que reconocía que había tenido que pagar 11 euros al agregador digital Record Union para que su música estuviera en Spotify, en la que parece que solo se puede publicar así o a través de una discográfica. “Spotify es un timo”, aseguró, citando sus cálculos, que estiman que se lleva 0,007 céntimos de euro por cada escucha de sus canciones, aunque reconoció también que es un lugar en el que “tienes que estar, porque tienes que estar visible”. “De hecho, mucha gente me pregunta si estoy en Spotify para poder escucharme”, confesaba.

Las palabras de Sole Parody recogen una sensación que parece similar a la del sector del periodismo digital: quien no está online no existe; es más, quien no está en determinados sitios online, como Google o Spotify, no existe, pero muchas veces las condiciones que aquellos creadores que no son ni Thom Yorke ni Taylor Swift deben acatar para llegar a esos lugares no parecen compatibles con lo que nuestras abuelas entienden por “ganarse la vida”.

“El streaming es una vía de futuro clara”, nos contaba este verano Carlos Galán, cofundador de la discográfica independiente Subterfuge, que acaba de cumplir 25 años, gracias, entre otras cosas, a que ha sido capaz de diversificar su negocio. Una vía de futuro, decía, “pero no en estas condiciones donde solo gana la plataforma”. Según Galán, “las multinacionales aún se arrepienten de no haber negociado en su momento con Napster, algo que, “sin duda, hubiera cambiado el desarrollo de las cosas”. Años más tarde, apuntó, negociaron con Spotify “por si acaso, rápido y a cambio de un adelanto para sanear sus cuentas puntuales”, pero “sin ninguna intención de futuro”.

Al leer estas palabras cuesta no pensar también en las tarifas publicitarias que muchos grandes medios negociaron hace años, cuando dieron el salto a la red y vomitaron todos sus contenidos de forma gratuita en ella, que enfrentan, ahora que el papel ya no da tanto dinero, a todo el sector al mismo quebradero de cabeza: ¿cómo vivir de lo que se comparte en Internet? Los 50 millones de usuarios –cifra muy simbólica- que acaba de sumar Spotify en todo el mundo, 12,5 millones de ellos de pago, ya no parecen dispuestos, desde luego, a vivir sin ello.

Fotos: Craig ONeal (cc) / Michael Fötsch (cc) / Eddie Codel (cc) / BBL Bond Beter Leefmilieu (cc) / ZEMOS 98 (cc)

Spotify cuenta con una web en la que explica en qué consiste su modelo de retribución, Spotify for Artists.